Ni Europa ni la oposición acabarán con el chavismo. Solo Trump
«Todos tenemos miedo a hablar. Cuando os escribimos y comentamos cómo está la situación después borramos los mensajes. Tenemos miedo de que controlen lo que decimos».
[–>[–>[–>Estas frases son un extracto de una conversación por WhatsApp entre Antía*, una gallega que reside en Venezuela desde hace tres décadas, y su familia en Galicia. El intercambio de mensajes se produce cuando intenta trasladarse desde la ciudad venezolana en la que reside a otra urbe «más tranquila». El WiFi del móvil se desconecta constantemente y resulta casi imposible terminar el diálogo. Su último mensaje reza así: «No podemos llenar el depósito. Hay colas enormes en las gasolineras. El país está medio paralizado». También dice tener miedo a posibles represalias -justificado, dada la represión salvaje que caracteriza al chavismo-, pero no a una guerra. La esperanza «de que pueda caer (Nicolás) Maduro» prevalece sobre el temor a un conflicto.
[–> [–>[–>Mientras Washington concentra fuerzas en el Caribe y Donald Trump amenaza con lanzar “muy pronto” ataques por tierra, la posibilidad de una operación militar estadounidense dispara la incertidumbre. Haces semanas que ordenó un despliegue sin precedentes en la zona -una docena de buques, un submarino nuclear y 15.000 efectivos-, pero la amenaza sigue sin materializarse. Entre las opciones que se barajan ahora está el derrocamiento de Maduro. Medios como el New York Post -un tabloide conservador- aseguran que la Administración Trump baraja la posibilidad de facilitar un retiro dorado al líder chavista en uno de los países más ricos del mundo, Qatar, que ejerce de mediador entre Washington y Caracas.
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El motivo que esgrime Trump para una intervención es frenar el narcotráfico vinculado al chavismo, pero la caída de Maduro es una opción tentadora para EEUU: un cambio de régimen abriría la puerta a privatizaciones masivas que permitan a las empresas estadounidenses acceder a los recursos naturales venezolanos, especialmente el petróleo. Venezuela tiene las mayores reservas probadas de crudo del mundo, unos 300.000 millones de barriles. El sector de la oposición liderado por Marina Corina Machado, la Nobel de la Paz que ahora pide una operación militar, también ha caldeado el ambiente con la promesa de abrir la maltrecha economía venezolana y privatizar su industria si llega al poder. Una oportunidad que ella misma cifró durante un reciente foro en Miami en 1,7 billones de dólares en «gas y petróleo, pero también en minería, oro o infraestructuras».
[–>[–>[–>«Estamos esperando a los americanos»
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En medio de la debacle económica que azota Venezuela, Federica* se considera afortunada. Hija de ourensanos, vive en una ciudad que define como «la burbuja de Venezuela, en una zona privilegiada» donde algunos cargos del régimen «tienen apartamentos llenos de ‘cash’ y droga». Aunque su madre regresó a Galicia en 2014, a ella le cuesta abandonar el país, pero reconoce que su caso es excepcional. «La clase media está sufriendo especialmente y las clases populares están pasando hambre. Por eso el apoyo al chavismo se ha desplomado. Antes, cuando había desabastecimiento, hacías las colas y podías comprar comida. Ahora hay productos en los negocios, hay alimentos, hay medicinas, pero nadie tiene dinero para comprarlos«, asegura.
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«La oposición también es culpable de esta situación porque solo busca su interés personal. Capriles es un loco, a Leopoldo no lo quiere nadie y María Corina no le gusta a mucha gente»
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Esta crisis progresiva ha sido el principal motivo del declive de la colonia gallega. En poco más de 20 años, desde la llegada al poder de Hugo Chávez, el que se consideró durante décadas «el segundo país con más gallegos del mundo» se ha convertido en un destino al que ya no llegamos; ahora huimos de él. En 1999 había unos 50.000 ciudadanos gallegos. En 2018, la Xunta hablaba de 43.975; un año después, la cifra bajó a 35.996; en 2023, la Secretaría Xeral da Emigración redujo el dato a 30.260.
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[–>La esperanza para revertir el actual declive reside en un cambio de régimen que solo llegará, dice Federica, con una intervención de EEUU. «Lo único que nos sacará de esta situación será esa intervención. La gente está esperando que lleguen los americanos. Mi marido deposita todas sus esperanzas en Trump pero yo soy más escéptica. Están pasando cosas, pero no creo que vaya a ser inminente. Casi todos seguimos con nuestras vidas porque nadie se va a alzar para derrocar al chavismo. Nos matarían. Incluso personas que trabajan para ellos desaparecen. Yo conozco un caso cercano. Por eso tienes que estar callada, porque hay vecinos que te denuncian», explica.
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Federica también carga contra la oposición venezolana, a quien responsabiliza de la situación actual porque «solo buscan su interés personal, no el colectivo. (Henrique) Capriles es un loco, a Leopoldo (López) no lo quiere nadie y María Corina no le gusta a mucha gente, pero es lo único que hay».
[–>[–>[–>«Ni Europa ni la oposición harán nada. Solo Trump»
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Alfonso* tampoco es optimista en cuanto a la posibilidad de un cambio que solo ve posible con una intervención de EEUU. Sus esperanzas en la Unión Europea y en la oposición venezolana se esfumaron hace tiempo, destruidas por los golpes de una crisis que le llevó a regresar a Santiago hace una década. Sus padres siguen en Venezuela, bajo la mano de hierro de un chavismo que agoniza porque «ya nadie lo apoya. Mi padre, en cuanto llegó Chávez al poder, dijo que todo se arruinaría. Es cierto que mucha gente apoyó al chavismo al principio, pero ahora no tiene ningún tipo de respaldo social».
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Con un tono lleno de resignación, Alfonso reconoce que ya solo confía en el inquilino del Despacho Oval. «Nadie hará nada salvo Trump, ni la Unión Europea ni la oposición. Creo que María Corina Machado hizo muy mal en irse de Venezuela. Es cierto que la represión del chavismo es feroz, pero con un Nobel de la Paz en la mano no eres un desconocido, estás más seguro que cualquier venezolano medio. Debería haberse quedado en Venezuela y contar desde allí la realidad de lo que está pasando».
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Aislamiento e incertidumbre
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Hace dos semanas, en medio de los ataques de EEUU en aguas internacionales contra supuestas narcolanchas y el despliegue en el Caribe, Washington advirtió a las aerolíneas que “extremaran la precaución” al sobrevolar el espacio aéreo venezolano. A las pocas horas de la alerta emitida por la Administración Federal de Aviación, varias compañías, entre ellas Iberia, cancelaron sus vuelos hacia el país caribeño. La consecuencia fue un aislamiento casi total. El cierre del espacio aéreo decretado por Trump afectó a decenas de miles de personas, incluidos unos 6.000 españoles. María*, viguesa residente en Venezuela, es una de ellos.
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Cuando habla con EL CORREO GALLEGO se encuentra varada en Madrid, esperando a su marido, su hija y su nieta, que pretendían viajar a España desde Caracas para pasar las fiestas navideñas. Ella llegó antes, pero el inesperado anuncio de Trump ha volado sus planes por los aires. «Mi familia venía a principios de diciembre, ya debería estar aquí. Todo esto me está afectando, estoy muy preocupada. Es demasiada información y demasiada incertidumbre. Un día dicen una cosa y al siguiente dicen otra”, explica.
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María no sabe qué hará «si mi familia no logra salir de Venezuela». El cierre del espacio aéreo ha obligado a muchos a buscar alternativas. También ha convertido a Bogotá en la principal fuente de conexión para salir o regresar al país. El impasse no apunta a resolverse pronto, a raíz de la revocación de las concesiones por parte de la autoridad aeronáutica venezolana, que acusa a las aerolíneas españolas de “sumarse a las acciones de terrorismo de Estado promovidas por el Gobierno de Estados Unidos”.
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«Casi todos seguimos con nuestras vidas»
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Mientras las fuerzas estadounidenses en el Caribe aguardan órdenes de Trump y sus contactos con Maduro dejan abierta la opción de una salida negociada, los venezolanos, aislados del mundo y castigados por las sanciones, se muestran imperturbables. Asfixiados por sus problemas diarios, la mayoría prefiere ignorar el ruido de tambores y continuar con su rutina. En el país que llegó a alcanzar porcentajes del 90% de participación en sus elecciones presidenciales ya no quieren saber nada de política. Y los gallegos residentes no son una excepción.
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La mayoría forma parte de un colectivo envejecido, que lleva toda su vida allí y se siente como un venezolano más. No son pudientes: muchos viven de su pensión o de los ahorros generados por sus negocios durante la época de prosperidad, hace ya muchos años. «Casi todos seguimos con nuestras vidas», dice Federica, “si nos invaden, la guerra me agarrará fuera de mi casa, pero una tiene que seguir viviendo”.
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*Los nombres de los entrevistados son ficticios por su seguridad. Todas las fuentes han accedido a hablar bajo condición de anonimato.
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