Dudas
Sí, el otro día me lo contaste. Me dijiste que tenías dudas con todo lo que hacías, que tienes la autoestima a nivel del suelo y que caminas por la vida como quien avanza con un pie en cada mundo, sin saber bien dónde apoyarse. Te escuché en silencio, porque conozco bien esa edad en la que uno ya salió de la adolescencia y empieza a entender que la vida no trae manual, ni ruta, ni garantías. Que solo trae preguntas.
[–>[–>[–>Déjame decirte algo que nadie te cuenta a tiempo: las dudas no son un problema. Son el precio de estar vivo. Y tú, aunque ahora no lo veas, estás muy vivo. Sí, a veces también confundimos la autoestima con aprobar el examen de gustarnos. Y no: la autoestima llega después de vivir, nunca antes. No te la da una teoría ni te la regala nadie; se construye a base de meter la pata, rectificar, acertar por casualidad, fracasar con estilo o sin él, avanzar un paso, retroceder dos… y volver a avanzar. Así es esto: así de sencillo y así de puñetero.
[–> [–>[–>Mira, durante años nos empeñamos en que las cosas sean como no son, y en que nosotros mismos seamos mejores, más eficientes, más brillantes. Queremos ser perfectos, como si la perfección no fuese otra cosa que una mentira mal iluminada. Pero uno no avanza cuando se exige ser perfecto: avanza cuando se permite ser humano. Y ser humano es eso que tú ahora estás viviendo: contradicciones, inseguridades, días tontos, luces breves y sombras largas. Es lo que hay.
[–>[–>[–>
Por eso quería escribirte estas líneas. Para que no te castigues tanto. Para que no te exijas que cada uno de tus pasos sea perfecto. Lo perfecto no existe, y lo que existe, existe con desconchones. Ese es su encanto. Y para que sepas también que la vida no te entrega un plano ni te pregunta si ya puedes. Te pone delante un camino y te dice: empieza. Y no se te pide que lo tengas todo claro: solo que sigas. Que mires a la vida de frente, incluso cuando te tiemblen las rodillas. Que entiendas que uno empieza sin saber, y que mientras avanza, aprende a sostenerse. Así que deja de preocuparte tanto por lo que haces o dejas de hacer, por si eliges bien o eliges mal, por si deberías ser otro o parecerlo. Mírate con un poco más de compasión y aprenderás que el truco no está en mirarse menos, sino en perdonarse más. Acepta tus dudas. Acepta tus errores. Acepta esa torpeza inicial que todos hemos tenido y seguimos teniendo. Es parte esencial de este juego. Y haz, en cada momento, lo que creas que debes hacer, aunque sea a tientas. El resto llegará solo, con el tiempo y con las cicatrices.
[–>[–>[–>Y ya irás viendo, te lo digo con la tranquilidad de quien ha pasado por ahí, que la vida, incluso con sus tropiezos, puede ser maravillosa. Y tú también.
[–>[–>[–>
Puedes consultar la fuente de este artículo aquí