Europa aún no ha muerto
Jonás Fernández es eurodiputado asturiano del PSOE
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Estamos a punto de cerrar un año que, con toda probabilidad, ha sido el más traumático para la Unión desde que, en 2016, el Reino Unido votara su salida de este proyecto conjunto. Quizá le sorprenda leer esto en tanto que el foco informativo en nuestro país acostumbra a centrarse poco en las corrientes de fondo en la Unión Europea, pero me temo que esa es mi lectura de la situación en Bruselas.
[–>[–>[–>Aquel Brexit y el penoso proceso que los británicos tuvieron que afrontar para llevarlo a cabo, generaron suficientes anticuerpos en el resto de los países europeos para que la tentación abandonista haya desaparecido casi por completo de las agendas nacionales y europea una década después. El trauma en estos días, sin embargo, bien puede representar una derivada de aquella decisión.
[–> [–>[–>Porque hoy, tanto el Parlamento Europeo como el Consejo de la UE albergan alrededor de un tercio de representantes que, por decirlo diplomáticamente, son poco o nada proclives a fortalecer nuestra unión política. Esos representantes, que entonces proclamaban ante sus opiniones públicas las bondades de una salida de la UE, han aprendido que resulta mucho más efectivo para su propósito rupturista la infiltración y el desmontaje progresivo que los golpes de pecho. Y en ese objetivo están avanzando a gran velocidad, ayudados por la miopía y la acefalia de la Comisión, y por la, siendo benévolo, confusión estratégica del Partido Popular Europeo.
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Les cuento esto porque, el pasado lunes, vimos la última prueba de cómo el peso específico en la toma de decisiones en la UE continúa desplazándose del centro político proeuropeo, donde caben conservadores, socialdemócratas, liberales y verdes, a la derecha radical escéptica y antieuropea. Esta semana, los estados miembros –con la digna oposición de España, entre otros– han acordado la creación de centros de deportación ubicados fuera de la UE para inmigrantes en situación irregular. El acuerdo del Consejo llega después de que el Parlamento alcanzara el suyo, en la misma línea, en virtud del pacto entre las fuerzas derechistas, y ambas posiciones deberán ahora ser discutidas en una negociación de trílogos que se presume, tristemente, sencilla.
[–>[–>[–>Quizás esta iniciativa sobre creación de centros de deportación fuera de la UE les suene porque fue la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, la primera en intentarlo en 2024, cuando negoció su apertura de forma bilateral con Albania. Entonces, tanto la justicia italiana como la europea frustraron su solitario intento.
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Pues bien, apenas un año después, y habiendo aprendido de su error, Meloni ha visto como aquella ilegalidad va camino de convertirse en regla europea, y en un futuro cercano asistiremos a cómo Los 27 pueden acogerse a ella para deportar a cientos de personas, aplicando procedimientos humanitarios verdaderamente penosos. Podrán hacerlo por la misma lógica por la cual, hace sólo dos semanas, celebraba con ustedes que el Tribunal de Justicia Europeo obligara a Polonia a reconocer el matrimonio entre personas del mismo sexo celebrados en el extranjero, aunque estas uniones no estén reconocidas en su legislación: que los Tribunales deben aplicar las reglas vigentes.
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[–>La figura de Meloni en esta reconfiguración de la toma decisiones en la Unión es central y representa bien la reciente evolución que la derecha radical y la conservadora han experimentado en pro de una colaboración cada vez más estrecha. Italia ha sido el campo de pruebas de esa nueva alianza, con un Partido Popular minoritario que sostiene un gobierno ultra, al tiempo que lo hace tolerable para aquellos con voluntad de llevarse a engaño, muchos de ellos residentes en Bruselas.
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Porque cabe recordar que la actual legislatura se inició con el esfuerzo denodado de la presidenta von der Leyen por complacer a Meloni en la composición del Ejecutivo europeo y ha continuado con el despliegue de una agenda política por parte de la propia Comisión que únicamente alimenta la colaboración entre estas fuerzas, mientras debilita la confianza entre las proeuropeas. De esta forma, alternamos las semanas en Bruselas entre discusiones sobre proyectos omnibús de simplificación con escaso o ningún beneficio real sobre la competitividad europea, con revisiones de legislación aprobada hace cuatro días cuyo efecto inmediato es abrir un escenario de inseguridad jurídica, y con una ausencia casi completa de iniciativas llamadas a fortalecernos. Semanas que, por acumulación de propuestas regresivas o inanes, van solidificando una visión de Europa más nacionalista, obtusa y débil tanto institucional como políticamente, mientras en el exterior, Estados Unidos nos señala como rivales, Rusia mantiene su agresión y China dispara su influencia.
[–>[–>[–>Con el viento de cola, la osadía de Meloni va en aumento, extendiendo su desafío ya hacia otras instituciones como el Banco Central Europeo, de quien quiere nacionalizar las reservas de oro que, en nombre del propio BCE, custodia el Banco de Italia. Es el último ejemplo de la fracasada estrategia de una derecha moderada que se cree capaz de contener a la derecha radical cuando, la realidad, apenas le está sirviendo de coartada para el regreso a la Unión de discursos nacionalistas y de enfrentamiento entre las instituciones.
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Entenderán, por todo ello, que no puedo realizar una lectura positiva de lo que deja tras de sí este año en la Unión. Cantaba de manera irónica el tristemente fallecido Jorge Ilegal que Europa había muerto y, no, no lo ha hecho todavía. Algunos seguiremos trabajando para revitalizarla, pero si hubo algún momento en que una respuesta ciudadana fue necesaria, ese momento es ahora.
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