Otra cosa
Esto no es lo que era. Por más que el zafarrancho navideño se anticipe más cada año, por mucho que inundemos pueblos y ciudades de horteras adornos luminosos, aunque los banquetes de exaltación de la amistad comiencen en noviembre, aquella Navidad era otra cosa, un tiempo más breve, que arrancaba en serio con el sorteo del Gordo, concentrado, intenso y sin perder de vista el auténtico significado de estas fechas.
[–>[–>[–>El árbol, el belén, los tarareos de mi madre anunciando la buena nueva, la chimenea prendida, el sentimiento de familia, los efluvios que escapaban del horno, los dulces sobre la mesa, las campanillas doradas en las manillas de las puertas y, principalmente, la convicción de que no había mejor Navidad que la de casa, con los tuyos, generaban una atmósfera especial que se mantenía hasta el día después de Reyes.
[–> [–>[–>Por más que hoy pretendan deslumbrarnos durante meses en esta alocada carrera de “a ver quién alumbra más fuerte”, no me engañan: menguantes tabletas de turrón, polvorones minúsculos, misa del gallo a media tarde, casas vacías y centros comerciales abarrotados, cocinas frías y repartidores a destajo, carteros que ya no portan felicitaciones escritas a mano y bombillas chinas que eclipsaron nuestras estampas más bellas.
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Recuerdo los momentos de recogimiento en medio del tiempo festivo, las visitas a las iglesias para admirar sus portales, la luz de las velas, los villancicos y los abrazos. Tengo grabado el frío en la cara yendo a los oficios tras la cena de Nochebuena, abrir los ojos la mañana de Navidad y ver el patio brillar con un palmo de nieve, el aroma de la olla cargada de caldo reconstituyente y el trajín en la cocina para reconvertir el excedente de la cena en delicias para la comida.
[–>[–>[–>Y moriré con la certeza de haber descubierto a los Reyes Magos, culo en pompa, colocando paquetes bajo el árbol. Los vi de espaldas por una rendija de la puerta del salón. Eran dos; uno alto y otro más menudo. O menuda. Fui tan sigiloso que no advirtieron mi presencia.
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