Dos libros para leer y regalar en Navidades
A Eduardo San José, catedrático de la Universidad de Oviedo
[–>[–>[–>Los libros son cortos o largos según la duración (ese tiempo interior) que nos regalen. El «Quijote» me parece cortísimo, mientras que no pocas postposmodernuras de 120 páginas me duermen cual sopa a la quinta, pues ni son chicha ni limoná ni Enciclopedia Álvarez siquiera. Por su duración enjundiosa, me comí sin esfuerzo –masticando bien, como procede, sin prisas– las casi mil páginas de «Lo que queda a la espalda», memorias del gran memorioso Pedro de Silva, presidente de Asturias desde 1983 hasta 1991, y que fue y es ensayista, narrador, poeta, dramaturgo o lo que le pongan a su edad (nació en 1945). Largo recorrido en forma de diálogo con el poeta y periodista César Iglesias, que indagan y escarabican con profesional lucidez sobre los enigmas de quiénes fuimos y somos los asturianos, adónde nos dirigimos, qué pasó y pasa con esto, con aquel, con lo de acullá, con el 23-F, con una conjura, con la alta política madrileña, con rifirrafes y alegrías… Ya está siendo glosado –al detalle y para bien– este libro en todas partes. Cuando mis conocidos foriatos ayunos me pregunten de qué va Asturias, les regalaré este libro de paisaje, historia e historias y rigor. ¿La memoria que deberíamos tener todos nosotros? Claro. Tan limpio y alto vuela que canta hasta a la amistad (ustedes perdonen el autoadorno: es que ya he llegado a una edad): «He tenido grandes presentadores de la novela [‘La moral del comedor de pipas’] (…). En Oviedo, Francisco García Pérez, el presentador absoluto, por su capacidad para decir cosas inteligentes y al mismo tiempo captar el interés del público, que ya se deja seducir por su voz de campana, antes de sucumbir a su arrolladora gracia natural. Paco ha acabado siendo, con su Paz (y ella su Paco), uno de mis buenos amigos, después de conocernos durante tantos años a través de los libros. Un caso singular de respeto recíproco entre el crítico y el autor, aunque él también lo es, con buena amistad pero conservando, sin mencionarlo, esa distancia imperceptible que permite a cada uno hacer su trabajo. Cosas que sólo son posibles con señores literatos de su categoría. Pueblo antiguo. Nos escribimos mucho y nos cuidamos.» Qué libro más corto, todo jamón.
[–> [–>[–>«El día en que empecé a conocer la verdadera historia de Violeta Quirós fue el mismo en que tuve la certeza de que mi hija era fascista». No de otra forma menos rotunda, perplejante (perdón) y concluyente –sigue un punto y aparte– comienza «La geometría de la memoria» (titulazo, olvídense de parecidos), cuarta novela de la laboriosa, cuidadosa y dura Laura Castañón. A partir de ahí se desgranan en capítulos bien diferenciados la historia del pasado que vuelve, la vida de una profesora de FEN («Política», llamábamos a tal asignatura), de Elsa, mineros, chicas de servir, la Sección Femenina aquella, la OJE aquella… para que por azares nada azarosos (oxímoron) nos lleven a conocer las historias de una Historia que es la propia. Esta novela es la vida de los nuestros. y de los otros. Es la política, la Guerra Civil, en el ficticio y real (no es oxímoron) Valdeablanal, en Oviedo, Gijón y Alemania. Es la vida contada de forma envolvente para el lector, sorpresiva. Laura Castañón tiene ya un doble problema: se ha hecho dueña de un estilo propio y demorado, y ha conquistado a un público fidelísimo que se acrecienta. ¿Un público solo femenino? Heme aquí, fiel seguidor. Tanto que salgo en los agradecimientos (ustedes vuelvan a perdonar: «A Paco García, maestro siempre»), lo que habla de la generosidad de la autora y lo que me impide extenderme más en elogios hacia esta novela en un lugar del periódico que no le corresponde (ya no soy crítico literario) y que embriagante placer produce en estas tardes de otoño que yendo ya se están.
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