Rafael Jiménez Hoyos, el consejero delegado de Level que pilota sus propios aviones
A Rafael Jiménez Hoyos (Albacete, 1970) le cambió la vida a los siete años, cuando su padre —mecánico de aviones en la base aérea de Los Llanos— lo llevó por primera vez al hangar. Recuerda aquellos aparatos enormes, el estruendo, la vibración metálica del aire. “Yo quiero llevar una cosa de estas algún día”, pensó entonces. Su padre, paradójicamente, tenía pánico a volar. Regresaba de las misiones con fiebre por el miedo y nunca quiso subirse a un avión con su hijo: “Nunca pude volarlo”, lamenta. Pero en ese contraste —pasión y terror— está el origen de un piloto que nunca dejó de despegar.
[–>[–>[–>La familia tenía pocos recursos y el sueño de ser piloto solo podía lograrse por la vía militar. Su padre, calculador, lo mandó con 16 años a estudiar COU a Madrid para garantizarle, al menos, una universidad asequible si no lograba entrar en el Ejército del Aire. “A veces pienso que no tenía mucha confianza en mí”, bromea. Pero la historia le dio la razón: estudió “disciplinado, ordenado, metódico”, recuerda, y acabó entrando en la Academia General del Aire de San Javier. Allí coincidió con el entonces príncipe Felipe, con quien compartió clases de Doctrina Aeroespacial. Ahora sigue sus pasos allí la infanta Leonor.
[–> [–>[–>Escuadrones de combate en EEUU
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Su rendimiento llamó la atención desde el inicio. En el último año, cuando se decide quién accede a los reactores, fue seleccionado para especializarse en Estados Unidos. Pasó catorce meses en un curso durísimo, solo, en inglés, con instructores que gritaban de manera ininteligible. Fue su “mayor reto aeronáutico”. Tenía 22 años y ya manejaba máquinas que iban a 1.200 kilómetros por hora. A partir de ahí, nueve años en escuadrones de combate —Morón, Zaragoza, Torrejón— y misiones en el exterior durante la crisis de Kosovo. Allí nació su hija mayor, en Sevilla. Después regresó a San Javier como instructor. Esa etapa le marcó más que ninguna otra, rememora. En su casa conserva muy pocas fotos, pero una de ellas es del capitán que le enseñó a volar: “Hay gente que te pauta la vida. Ese hombre me enseñó lo que más quería hacer en el mundo”.
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El director general de Level, Rafael Jiménez Hoyos, ante varias pantallas en la terminal 1 del aeropuerto de Barcelona-El Prat. / MANU MITRU
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Mientras instruía a jóvenes pilotos, estudiaba por su cuenta las licencias civiles. Se examinaba en Madrid de Derecho Aéreo, Medicina Aeroespacial o Performance mientras volaba aviones de combate. Cuando llegó el momento, hizo lo que él llama “seguir al rebaño”: varios compañeros de la Patrulla Águila se presentaron a una convocatoria de Air Nostrum y él también. Aprobó. Tenía 33 años. “Me daba mucho vértigo. Mi padre me dijo: ‘Los trenes pasan solo una vez’”.
[–>[–>[–>El salto a la privada
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Ese salto cambió su vida. Pasó de ser capitán en el Ejército a ser “el último de la fila”, un copiloto más, en una compañía aérea privada. Pero rápido llamó la atención por su método: un día hizo una línea con el director de entrenamiento, que a los pocos días le pidió que se incorporara al departamento. Allí empezó un camino que nunca buscó conscientemente, pero que fue recorriendo porque siempre dijo sí. “No sé, pero me lo aprendo”, repetía ante cada propuesta que le llegaba.
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En 2006 recibió una llamada que lo llevó a Barcelona: Iberia estaba creando Clickair y buscaban a alguien para encargarse del entrenamiento del personal. Se convirtió en comandante y montó el departamento desde cero. En una oficina vacía, con dos administrativas recién contratadas, les enseñó qué era un instructor, una norma o una habilitación. Allí conoció a Luis Gallego, hoy consejero delegado de IAG, “la persona más inteligente emocionalmente que he conocido en mi vida”.
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El Prat de Llobregat 26/09/2025 Aviones en el aeropuerto de Barcelona El Prat vistos desde la terminal 1 Nivel Vueling Iberia Air Canada Air China Fotografía de Ferran Nadeu / Ferran Nadeu / EPC
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Tras la fusión con Vueling, donde asumió la seguridad y luego las operaciones de vuelo, llegó Iberia Express y, después, el terremoto: Iberia en crisis, los sindicatos descontentos y un clima “durísimo”. En 2013 le ofrecieron la dirección de Producción de Iberia. “Los pilotos nos odiaban. Veníamos de Iberia Express. Pero el movimiento se demuestra andando”. Estudió, negoció, rebajó el ego “al sótano” y apostó por la transparencia. Cambió la relación con la plantilla y fue clave en la transformación de la compañía. Once años después, y tras sumar también el mantenimiento en línea, se sintió cansado.
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De comandante en sus vuelos
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En paralelo, había participado en el lanzamiento de Level en 2017 desde la trastienda técnica. Cuando el grupo decidió darle entidad propia y un AOC independiente, Gallego volvió a llamarlo. “Me hacía ilusión. Empezar algo nuevo, hacer crecer una larga distancia desde Barcelona, crear empleo”. A él le siguen emocionando los proyectos que empiezan “de cero”. Hoy es el consejero delegado y sigue volando. Al menos una vez al mes se sube a un A330 y hace rutas a Nueva York, Miami o Boston. “A veces los tripulantes de cabina ni se enteran de que el CEO lleva ese vuelo”. Y los fines de semana desaparece en su avioneta acrobática, que guarda en Casarrubios, un aeródromo cerca de Madrid. Allí remolca él mismo la aeronave, revisa aceite, llena combustible. “Es un ritual. Me encanta”, sonríe.
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El director general de la aerolínea Level, Rafael Jiménez Hoyos, en el exterior de la T1 del aeropuerto de Barcelona-El Prat. / MANU MITRU
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Corre cada mañana una hora, llueva o no. No ha pisado una escuela de negocios. Dice que la vida le enseñó a negociar convenios y que, al final, lo que importa es el sentido común: decidir sabiendo que lo que haces afecta a personas. “Lo difícil no es ser bueno, lo difícil es ser justo”, proclama. Esta ética, estricta pero humana, es la que ha llevado ahora a Level. Un CEO que aún lleva uniforme de comandante, que todavía se emociona con la foto del instructor que le enseñó a volar y que cree que las decisiones importantes “no se toman con la cabeza, sino con las tripas”. Tal vez porque, desde los siete años, todo en su vida ha sido una forma de seguir despegando.
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