Hay que comprar, pero lo justo
Vaya por delante una obviedad: el décimo de la oficina, del gimnasio o del bar del café de todos los días hay que comprarlo. Sí o sí. No duden. Aunque la posibilidad de vencer sea ínfima —exactamente un 0,001 por ciento de posibilidades de conseguir el Gordo—, no hay mayor crueldad navideña que asistir a una hipotética felicidad colectiva de la lotería sin un décimo en la mano por una mala decisión evitable.
[–>[–>[–>Es así. Es la idea más cabal que se puede tener en esta locura delirante que braman y braman los niños de San Ildefonso. En la lotería hay que comprar lo justo y necesario. Y hay que hacerlo por si acaso y por puro pragmatismo, para evitar disgustos, depresiones y no acabar el día con la misma cara que Gallardo en Extremadura.
[–> [–>[–>Pero hasta ahí.
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El resto es tontería, evitable y una tradición española con más liturgia que sentido común, que sirve para hacerle el agosto a los de Hacienda. Hay mucho de rito y poco de cabeza. Los que desconfían de la lotería, los que pasan del sorteo, asisten cada mañana del 22 de diciembre perplejos ante un espectáculo y un simbolismo puramente español.
[–>[–>[–>Prueben a intentar explicarle a un inglés o a un alemán la que se monta en este país con las bolitas que salen de los bombos y que nos tienen horas embobados ante el televisor. Hasta Pedro Sánchez tuvo que adelantar su comparecencia para no contraprogramar al Teatro Real, donde tiene lugar el sorteo. ¡A Sánchez si que le vendría bien una alegría entre tanto disgusto!
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Pero estábamos con la lotería, se ha convertido en un acto casi religioso, en una ceremonia colectiva en la que la estadística es la última de los invitadas. Se juega porque se juega, porque siempre se ha hecho así, porque no hacerlo parece una herejía social. Y así, sin darnos cuenta, normalizamos gastar más de lo razonable en algo que, en términos racionales, es una mala inversión sostenida por la esperanza y el miedo a quedarse fuera.
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[–>En Asturias hay poco que celebrar. ¡Paupérrimo! Los 122.000 euros que la región celebró en grandes premios no dan ni para un fichaje de invierno del Oviedo o del Sporting. Un solar. Quizá ahí esté la lección: la lotería promete mucho, reparte poco y casi siempre deja el mismo poso, el de la ilusión fugaz y el bolsillo más ligero. También el de la pura envidia de aquellos que dan saltos y beben champagne, con un Gordo en el bolsillo. El problema es que siempre son otros.
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