Hybris
La situación política española se viene envileciendo desde hace un par de décadas. Junto a algunos propósitos nobles que tratan de rescatar a los «olvidados y abandonados» de un bando de la guerra y la posguerra, esos propósitos han ido acompañados de un discurso que trata de establecer una trinchera insalvable entre unos y otros ciudadanos, no entre dos bandos de ciudadanos, sino entre los míos y todos los demás, tengan o no adscripción concreta alguna. Parte de ese discurso contiene una adulteración sustancial de la historia, no por lo que afirma de parte de ella, sino por lo que borra de la otra, de los actos y responsabilidades propios.
[–>[–>[–>Al margen de los actos, el discurso se reafirma de vez en cuando con nuevos enunciados o conceptos. Así, el de la conveniencia de la tensión, de Zapatero –es decir, de la «memoria» y el estímulo frente al contrario–, o el de la «muralla» frente al otro bando, de Pedro Sánchez. Y si ustedes siguen con atención las descalificaciones del pacto o encuentro tras la muerte de Franco entre ciudadanos de una u otra ideología o de bandos enfrentados en la Guerra Civil, observarán que esas críticas no se dirigen solo al acuerdo y encuentro del 78, sino, entre parte de los mismos socialistas, a los socialistas del PSOE moderno, como Felipe González y otros dirigentes «del antiguo testamento».
[–> [–>[–>Todo ello merece un examen mucho más detenido del que cabe aquí, en un artículo de opinión. Me centraré ahora en uno de los efectos de ese proceso y discursos, la «polarización». Efectivamente, se ha conseguido que en una parte de la sociedad española, ante ciertos temas de orden social, político o histórico, se dispare la amígdala cerebral y, en consecuencia, las reacciones agresivas y combativas. De ahí que, de un tiempo a esta parte, en las conversaciones entre familiares o amigos sea lo más prudente y educado evitar ciertos temas. Cosa contraria, por cierto, ocurre en las tertulias televisivas o radiofónicas, donde la agresividad es un input que reporta beneficios monetarios en el bolsillo de quien la manifiesta.
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Pero, en ocasiones, la dialéctica de contrarios que impulsa la polarización sube a mayores y hace que las personas evacuen sin consideración a su estatus y pierdan el decoro y la prudencia que los deberían acompañar. Me referiré únicamente a una engarradiella en el ring político actual, en el que actúan el presidente del Gobierno y dos prelados. Abre fuego el presidente de la Conferencia Episcopal, Luis Argüello, quien manifiesta a un periódico que, ante la situación política, no cabe más que «cuestión de confianza, moción de censura o dar la palabra a los ciudadanos. Es decir, lo que prevé la Constitución». ¿Pero quién manda a los gatos metese a reteyadores? ¿El prelado desconoce lo que son la prudencia y la dignidad del cargo y que, por tanto, hay silencios a que obliga el mismo?
[–>[–>[–>Y, evidentemente, Pedro Sánchez, a quien nunca acompañó la prudencia ni el decoro, contestó: «El tiempo en que los obispos interferían en política se acabó cuando llegó la democracia». Hasta ahí correcto y merecido, pero, claro, nuestro hombre se calienta y añade: «También le animo a lo siguiente: si se quiere presentar a unas elecciones, tiene la asociación ultraderechista abogados cristianos, que se presente y a ver qué resultado saca». Y, ahí, ya, don Pedro se olvida de que es el presidente del Gobierno de España, pasa por alto su obligación de respeto y prudencia como tal, y se lanza al combate mitinero.
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Mas no acaba aquí la cosa, el arzobispo de Oviedo, nunca desdeñoso de una buena engarradiella, al ver atacado a su presidente de la Conferencia Episcopal, saca a la calle la artillería pesada y dispara: «Dentro de la decadencia moral, corrupción, prevaricación, indecencia de saunas-prostíbulos, robos, mentiras flagrantes y control de la discrepancia judicial y mediática, disparan los mandamases contra la Iglesia una vez más. Están acabados». No haré comentario alguno, ni siquiera subrayaré ese «disparan contra la Iglesia una vez más».
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[–>Me preocupa el clima de crispación y desencuentro que se ha venido gestando en estas décadas, encabronando a sectores de la población y poniendo su amígdala cerebral en posición de disparo al leve roce de ciertos estímulos. Pero me preocupa más cuando esas posturas las exhiben, sin decoro ni respeto a su condición y posición, prohombres. Es cierto que, en algunos casos, en los de mayor falta de prudencia, es muy probable que exista, además del discurso o prejuicio ideológico, un elemento psicológico personal, la hybris.
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(P. S. Que conste: tuve la tentación de titular con aquelles pallabres finales del cantar «Baxaren cuatro alleranos»).
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