Los adultos que presenciaron discusiones familiares de niños tienen estos 5 comportamientos según la psicología



Las fechas parecen propicias para hablar de ello: las discusiones familiares son habituales durante las cenas de Navidad, durante las reuniones de Nochevieja. Cuando los adultos nos sentamos a la mesa, muchas veces nos olvidamos de que los niños nos miran y damos rienda suelta a riñas que tienen un gran peso emocional sobre ellos.
“En casa siempre estábamos gritando”“Me encerré en mi cuarto”, “Aprendí a no molestar”. Estas son solo algunas de las frases que escuchó la psicóloga Leticia Martín Enjuto durante su consulta. “Muchas personas no recuerdan una infancia particularmente traumática, pero sí recuerdan una clima de tensión constante. Y esto, aunque no siempre se nombre, deja huellas. »
El experto analiza para Bodymente algunos de los comportamientos más habituales entre los adultos que presenciaron discusiones familiares cuando eran niños. Porque “cuando un niño crece viendo discusiones entre los personajes que deberían protegerlo, aprende algo muy profundo sobre el mundo y sobre sí mismo: aprende cómo se manejan las emocionescómo se resuelve el conflicto y qué lugar ocupa dentro del sistema familiar. Y por supuesto, deja huellas.
hipervigilancia emocional
El primer comportamiento habitual entre los adultos que, en su infancia, observaron constantemente discusiones familiares, es un estado de hipervigilancia constante. “Desarrollan una particular sensibilidad ante el estado emocional de los demás”, explica Leticia Martín Enjuto, “detectan hasta el más mínimo cambio en el entorno: un silencio diferente, una mirada, un tono de voz”.
Esto, continúa el experto, no es signo de una intuición expandida, sino más bien un método de supervivencia. “De niño, estar atento era una forma de anticiparse a los conflictos y protegerse”, explica. Como adultos, este seguimiento se vuelve problemático. «Esto genera cansancio emocional, ansiedad y dificultad para relajarse en las relaciones. Aunque todo vaya bien, una parte de la persona todavía está esperando que algo se rompa«, explica Léticia.
Señales de peligro
En la vida adulta debemos “enfrentarnos” a aquello que nos incomoda o nos molesta. Esto no significa discutir, pero sí comunicar, de forma sana, lo que necesitamos y lo que preferimos que no forme parte de nuestras vidas. El problema, explica Martín Enjuto a este medio, es que para muchas de estas personas, la confrontaciónIncluso en su forma más pacífica, se convierte en una amenaza.
«Es por ello que algunas personas evitan los conflictos a toda costa, guardando silencio sobre lo que sienten o cediendo demasiado. En cambio, reaccionan de forma muy intensa cuando ya no pueden soportar el malestar», explica la psicóloga. En ambos casos, el problema no es el conflicto en sí, sino que el individuo no ha aprendido a afrontarlo sin lastimar, gritar o romper la conexión. “El cuerpo recuerda que las discusiones duelen y reacciona a partir de ahí, incluso cuando las circunstancias son muy distintas a las vividas en la infancia”, añade el experto.
Responsabilidad emocional
EL responsabilidad emocional Esto es esencial para construir relaciones saludables. Pero puede salirse de control cuando nos sentimos responsables del bienestar emocional de los demás. Y esto, asegura Leticia, es muy común entre adultos que vivieron discusiones familiares durante su infancia.
“Es muy común que estos adultos tengan una fuerte tendencia a preocuparsecalmar o apoyar emocionalmente a quienes los rodean. El problema es que, al hacerlo, no logran poner límitessienten un gran miedo a decepcionarse y un inmenso sentimiento de culpa cuando el otro se equivoca. “No es que no sepan cuidarse, es que aprendieron muy temprano que su valor era mantener la paz”, concluye la psicóloga.
Incertidumbre sobre la intimidad
Los adultos que vivieron discusiones durante su infancia, explica Leticia a este medio, viven en una dicotomía en lo que respecta a la intimidad. Por un lado, estas personas sienten una intensa necesidad y deseo de formar relaciones profundas. Pero, al mismo tiempo, Tienen miedo a la intimidad..
Cuando la relación se convierte en algo importante, algo se activa, explica la psicóloga: «Aparece la inseguridad, la necesidad de distancia o el miedo a que la relación se vuelva dolorosa. La intimidad, de forma involuntaria, se asocia al conflicto vivido en el hogar», explica la psicóloga.
En psicología, esta situación se conoce como “ambivalencia emocional«Es decir, querer estar cerca, pero no sentirse del todo seguro al hacerlo. No es una falta de amor», aclara Martín Enjuto, «es un recuerdo emocional». El vínculo reactiva viejas heridas que aún no han podido sanar.
Autoexigencia e incapacidad de sentir
“Crecer en un ambiente tenso generalmente lleva al niño a controlate mucho“No llores, no te enfades, no empeores la situación”, introduce la psicóloga. Y en la edad adulta, esto se traduce en “altas autoexigencias y dificultad para expresar emociones incómodas”.
Así, los adultos que crecieron en climas inestables tienden a expresarse como personas «fuertes, responsables y altamente funcionales», pero sólo en apariencia. Por dentro, explica Leticia, “llevan un alto nivel de estrés”. El control emocional es, por tanto, «una estrategia que fue útil en la infancia» y que se mantuvo en la edad adulta, lo que, con el tiempo, puede generar «un desconexión emocionalsomatización o sensación persistente de vacío.
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