el epicentro que forjó el carácter y la industria de Asturias
Concluyen las celebraciones del 175 aniversario de la Escuela de Aprendices de Trubia, ampliamente recogidas por LA NUEVA ESPAÑA. Al calor de esas conmemoraciones, y desde el agradecimiento por la atención prestada, resulta oportuno volver la mirada a la huella que aquel modelo formativo proyectó más allá del valle del Trubia.
[–>[–>[–>Trubia: el epicentro que forjó el carácter y la industria de Asturias
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Hubo un tiempo en que la Escuela de Aprendices de Trubia no solo formaba obreros cualificados, sino que también creó un modelo. Un modelo educativo, técnico y humano que se extendió mucho más allá del valle del Trubia y que acabaría influyendo decisivamente en la industrialización de Asturias durante el siglo XX. Trubia fue la escuela madre, y de ella nacieron —en sentido figurado pero muy real— otras experiencias formativas que asumieron su manera de enseñar y de entender el trabajo.
[–> [–>[–>No se trata solo de las numerosas escuelas de establecimientos militares que tomaron el modelo de Trubia; por su cercanía, merece especial mención la de la Fábrica de Armas de La Vega, en Oviedo. Cuando en 1954 se inauguró la Escuela de Aprendices de ENSIDESA, el plan de estudios era íntegramente el de Trubia, incluidas las asignaturas, la organización del taller y un régimen disciplinario de claro origen militar. No fue un caso aislado: la Fábrica de Mieres se nutrió durante décadas de personal formado en Trubia, compartiendo métodos, exigencia y cultura profesional. La Escuela había demostrado que la formación profesional no era un complemento de la industria, sino su columna vertebral.
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Ese modelo no sólo transmitía conocimientos técnicos, sino una forma de estar en la fábrica y en la vida. El aprendiz aprendía pronto que el oficio exigía constancia, precisión y respeto por el trabajo bien hecho, valores que se repetirían en las grandes factorías asturianas durante décadas.
[–>[–>[–>El taller, Aquilino, la tolerancia… y el Juvencia
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Buena parte de las escenas que siguen proceden del libro «Aprendices de Ensidesa: Historia de una Escuela (1954-2004)», publicado con motivo del cincuentenario del centro, donde los propios aprendices dejaron por escrito su experiencia, adaptada al presente artículo.
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[–>En el taller, el aprendiz aprendía pronto que las piezas no se hacían «a ojo». Cada una tenía una medida exacta y una pequeña tolerancia admisible, un margen mínimo que el oficio permitía alcanzar. Al principio, aquello no se explicaba solo con palabras, sino con hierro, sudor y horas de banco de trabajo.
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La rutina era conocida: buzo, botas y a desgastar metal. De comprobar si el trabajo estaba bien se encargaba Aquilino, maestro de taller formado en Trubia y seguidor del Real Juvencia, que aplicaba en ENSIDESA el mismo rigor aprendido allí. Ponía la pieza, miraba al trasluz y decía:
[–>[–>[–>—»Chavalín, por aquí debajo pasa un gato con el rabo alzao».
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Venga, a desgastar otro poco, a ver si para la próxima ya no pasaba ni el rabo. Ajustar dentro de tolerancia ya era difícil cualquier día, pero los lunes eran el peor día para ver si pasaba el gato o no, sobre todo si el domingo había perdido su Juvencia de Trubia.
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Y así, a base de banco, lima y observación, se aprendía el oficio.
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El aula y don Julio Alzueta
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En los recuerdos de los propios aprendices, la exigencia se trasladaba también al aula. Entre los profesores más recordados de ENSIDESA figura Julio Alzueta, considerado por muchos el mejor y, paradójicamente, el más temido, por su peculiar carácter autoritario. Perito industrial procedente de la Fábrica de Armas de Trubia, transmitía seguridad y un marcado espíritu militar.
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Fue uno de los pocos, según aquellos testimonios, que les enseñó a razonar y a demostrar el porqué de lo estudiado. Al final de sus exposiciones dejaba siempre escrita en el encerado una expresión que muchos no olvidaron: c.q.d. («como queríamos demostrar»).
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Impartía Geometría, Física, Química y Mecánica, apoyándose constantemente en los fundamentos matemáticos. Sus lecciones había que estudiarlas a diario: al día siguiente sacaba al encerado, por rotación, a casi todo el curso, tras dividir previamente el espacio en parcelas.
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A pesar de todo su genio, no era tan fiero: obligaba a estudiar y, ante el «acongojo», al final se sabían sus asignaturas y se aprobaban; dicho de otro modo, te obligaba a aprobar.
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Manuel Álvarez: del banco de trabajo a la dirección industrial
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Entre los muchos aprendices formados bajo aquel modelo, hubo trayectorias que explican mejor que ningún discurso lo que significó la Escuela de Trubia y sus prolongaciones. Una de las más representativas es la de Manuel Álvarez, recientemente evocada en estas páginas por Ernesto Burgos en un artículo que recupera su figura; un ejemplo acabado de cómo aquella formación podía convertirse en un ascensor social real.
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Nacido en el pequeño núcleo rural de Santa María de Grado, ingresó en la Escuela de Aprendices de Trubia, donde destacó por su capacidad y disciplina hasta convertirse en el alumno más brillante de su promoción. Allí adquirió no solo un oficio, sino una forma de trabajar y de entender la técnica que marcaría toda su vida profesional.
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Aquella excelencia le abrió el camino a una formación superior poco habitual en su entorno social. Pensionado por la Fábrica, continuó sus estudios en la Escuela de Ingeniería Industrial de Madrid (ICAI). No le bastaba con la ayuda oficial ni con los envíos de comida que le hacía su madre desde Asturias: para poder mantenerse, daba clases de inglés, francés y alemán, lenguas que dominaba con solvencia. Mérito, esfuerzo y talento iban de la mano.
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Ese recorrido explica que, tras pasar por la Fábrica de Mieres, ascendiera con rapidez hasta dirigir la factoría y, más tarde, ocupar puestos de máxima responsabilidad en Uninsa y Ensidesa. Pese a los cargos alcanzados, nunca perdió el contacto con el taller. Recorría a diario las instalaciones y no dudaba en ponerse al torno para mostrar cómo debía ajustarse una pieza cuando algo no salía conforme al plano. Era la misma cultura del rigor aprendida en Trubia, aplicada desde la dirección.
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Ya jubilado, protagonizó un episodio que muchos recuerdan: el rescate de un bañista a punto de ahogarse en la playa de San Lorenzo. Un gesto coherente con un aprendizaje en el que la responsabilidad es para toda la vida. Fallecido en 2001, su figura sigue siendo recordada como la de un técnico ejemplar y como la prueba de que aquel sistema formativo funcionó.
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En Manuel Álvarez se resume el legado de la Escuela de Trubia y de sus «hijas»: movilidad social efectiva, ascenso por mérito y una élite técnica nacida del taller y del aula, no del privilegio.
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Una lección vigente
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Hoy, cuando se vuelve a hablar de formación profesional y de reindustrialización, conviene recordar que Asturias ya tuvo una red de escuelas eficaz, exigente y reconocida. Trubia fue el epicentro y tuvo sus réplicas. Todas demostraron que formar bien a un aprendiz es crear industria, carácter y futuro.
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Entre el hierro, el encerado, el c.q.d. y algún lunes torcido por culpa del Juvencia, se forjó una generación que levantó la Asturias industrial. Ese legado, serio y humano a la vez, merece ser recordado.
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