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Ana Maroto: “Nosotros recomendamos al viajero colaborar comprando la ayuda humanitaria en el país, dando trabajo a la población local” | Viajes | El Viajero

Ana Maroto: “Nosotros recomendamos al viajero colaborar comprando la ayuda humanitaria en el país, dando trabajo a la población local” | Viajes | El Viajero
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  • Publishedjunio 26, 2025



La vida de Ana Maroto, bióloga y buceadora, transcurre entre Madrid y las islas Bijagós, un lugar aislado pero tremendamente bello en Guinea-Bisáu. Es aquí, en el parque nacional de Orango, donde en 2007 se unió al equipo del Orango Parque Hotel, un modelo de hotel ecosostenible que ayuda a dar a conocer este lugar, pero también a dar empleo (allí trabajan 25 personas) en uno de los países en desarrollo de África.

Tras varios años en Mauritania, trabajando para la Fundación CBD-Hábitat, se embarcó rumbo a lo desconocido —porque confiesa que no puede evitarlo—, concretamente a las islas Bijagós, de las que ya no ha podido separarse y de las que se ha convertido en guardiana. Desde hace unos cuatro años, es también una de las guías expertas de EL PAÍS Viajes, cuya misión es dar a conocer este paraíso africano a los grupos de viajeros que viajan hasta allí cada año. Charlamos con ella sobre este viaje, que partirá en octubre, y sobre este gran proyecto de turismo sostenible.

Pregunta. ¿Dónde te encuentras ahora mismo, Ana?

Respuesta. Ahora, en Madrid, cerramos el hotel por las lluvias y volveré para allá en septiembre.

P. ¿Cómo llegas por primera vez a las islas Bijagós? ¿Qué es lo que te empuja a quedarte?

R. Llego a través de la Fundación CBD-Hábitat, una ONG que se dedica a temas de conservación de la naturaleza y cooperación al desarrollo. Comencé trabajando en Mauritania; África siempre me ha llamado muchísimo la atención. Es a partir de 2007 cuando me embarqué en el proyecto de Guinea-Bisáu y, desde entonces hasta ahora. Fue un reto diferente porque, obviamente, Guinea-Bisáu no tiene nada que ver con Mauritania; me vine del desierto a la selva, y de una cultura islámica a una animista, es decir, a una religión donde adoran a los dioses de la naturaleza, al cielo, a la tierra, al agua, a la lluvia.

P. ¿Qué implicaciones tiene que tengan una religión animista? ¿Cómo ha sido trabajar con la gente local?

R. Tiene sus complejidades, igual que todas las religiones. Hay que interesarse por comprenderlas. Ese es parte de nuestro trabajo y del viajero que llega hasta aquí, que a veces se puede sentir algo perdido porque es una religión que entrama mucho secretismo, misticismo… La religión animista está muy presente en la etnia bijagó; es con la que vamos a convivir durante los ocho días de viaje. A veces es difícil de comprender, por el idioma y porque, por ejemplo, si están en un lugar sagrado no pueden hablar de él o de lo que en ese momento el viajero está viendo, porque está prohibido hablar de ellos. En ocasiones, los viajeros hacen preguntas sobre los árboles o plantas que van viendo, y los guías locales no pueden contestar. Es importante que seamos conscientes de eso y de que debemos respetar el entorno al que llegamos.

P. ¿Por qué son sagradas?

R. La religión animista considera que un árbol, por ejemplo, la ceiba, que es predominante en las aldeas, es sagrado y, por lo tanto, no se puede tocar, no se puede cortar. Si tú necesitas una rama de ese árbol no la puedes coger, aunque sea porque necesitas hacer fuego para tu casa; hay que hacer una ceremonia que lo autorice… Es la religión la que va marcando los espacios, los lugares, los árboles y los animales que son sagrados que, por lo tanto, no se pueden ni cazar ni comer.

Hipopótamos en el parque nacional de Orango (Guinea-Bisáu).

P. ¿Como, por ejemplo, el hipopótamo?

R. El hipopótamo es uno de ellos, pero hay muchos más. El parque nacional de Orango, que es donde nos encontramos y donde se desarrolla casi todo el viaje, fue declarado parque nacional para proteger a esta especie. Puede resultar un poco extraño, porque ya es un animal sagrado y no tendrían derecho a tocarlo, no pueden comérselo, etcétera. Entonces, ¿por qué protegerlo? Al ser un animal sagrado, como en todas las religiones también hay un doble fondo, y estos animales servían para hacer ceremonias o ritos de paso.

Esta especie de hipopótamo de Guinea-Bisáu es muy especial porque en otras partes de África lo encontramos en agua dulce y este vive entre el agua salada y el agua dulce. En este viaje podremos verlo bien, porque es muy esquivo y solo podemos disfrutar de su observación entre los meses de octubre y diciembre, cuando está en unas lagunas de agua dulce cuidando de sus crías.

P. ¿Qué es lo que más te atrapa del lugar para quedarte? Llevas más de 15 años…

R. En el parque nacional de Orango, que son cinco islas, estamos a cuatro horas del continente, no hay transporte público. Es decir, los pocos hoteles y los pocos proyectos que estamos allí somos los que tenemos barcos para poder viajar hasta las islas. Es tan difícil llegar que, cuando estás allí, te das cuenta del privilegio que tienes, porque no hay nadie más que pueda compartir esa experiencia contigo. Para mí eso es alucinante; creo que en pocas partes del mundo ahora mismo se puede sentir algo así, estás en un lugar en el que apenas llega gente. A mí, además, me gustan los retos, y trabajar en un lugar tan aislado me motiva.

P. Pero, como dices, es un reto. ¿Qué dificultades conlleva trabajar en un lugar como Orango?

R. A veces es agotador, porque ni siquiera nosotros podemos ayudar a la población. Pero de eso se trata también: es un proyecto de desarrollo del ecoturismo, de lo que este pueda aportarles a ellos, y que sea una fuente de ingresos. Que también signifique que tengan ganas de formarse y capacitarse en el sector turístico y aprender mucho de los viajeros porque, en realidad, lo que hacemos en nuestros viajes es un intercambio de vivencias entre unos y otros. Cuando convivimos con los bijagós, ellos mismos nos explican su cultura, su entorno y su vida cotidiana, pero también nos preguntan. No deja de ser un aprendizaje.

Parque nacional de Orango.

P. ¿Cómo es el proyecto y por qué es sostenible?

R. Es un proyecto muy ambicioso porque lo que pretende es conseguir que el hotel sea autónomo de manera financiera y de su propia actividad hotelera. Aunque hasta el momento no lo hemos conseguido, estamos esforzándonos constantemente para que se nos conozca, darle visibilidad, que cada vez vengan más viajeros gracias al boca a boca y a la ayuda de las agencias como Gran Azul Marino.

P. ¿Qué diferencias hay entre Orango Parque Hotel y un hotel convencional?

R. Orango Parque Hotel, si estuviera en la capital, por ejemplo, en un lugar en el que se pudiera acceder, sería totalmente diferente. Es un hotel en el que, por sus propias características de aislamiento, no puedes encontrar todo lo que podrías tener en un hotel en tierra firme, o en una isla que quizá estuviera más comunicada.

Al estar también en un parque nacional, estamos alineados con las normas de conservación del parque e intentamos colaborar en la medida de lo posible. Es decir, tenemos una instalación solar, nuestros motores de las embarcaciones son de cuatro tiempos, tenemos una estrategia fuerte para la reducción de residuos plásticos… No tenemos aire acondicionado en el hotel y podríamos tener barcos más rápidos, pero esas embarcaciones consumen más, tienen más gasto de combustible y hacen más ruido y contaminan más el medio marino.

Lo que hemos hecho en el proyecto es quizá poner un límite a lo que nosotros consideramos como un gasto insostenible en pos de la conservación de la biodiversidad. Ningún hotel de Guinea-Bisáu tiene las instalaciones y el propósito y la filosofía que tenemos nosotros. Ahora mismo podríamos decir que hay algunos que intentan acercarse al ecoturismo y a nuestra filosofía de gestionar los recursos de manera sostenible, pero somos nosotros el referente del ecoturismo en Guinea-Bisáu.

P. ¿Cómo es vivir allí gran parte del año? ¿Qué clima hay?

R. Es un clima tropical y caluroso, de unos 30-32 grados de media constante. En época de lluvias estamos hablando de una lluvia muy fuerte, monzónica. En el mes de julio, y hasta septiembre, comienza a llover de manera muy fuerte y continua, y a partir de octubre las lluvias ya son muy puntuales.

Desde el mes de octubre hasta el mes de diciembre o enero, más o menos, es una época húmeda. Es decir, una época a la que, además de esos 30 grados, se suma un porcentaje alto de humedad. Tiene de bueno que toda la vegetación está en expansión, está todo absolutamente verde, las sabanas cubiertas y muy altas, todos los árboles llenos de hojas y las lagunas repletas de vida. A partir de febrero, la vegetación y las lagunas empiezan a secarse, llegan más aves, y es un ambiente un poquito más seco dentro de la humedad tropical.

Tortuga verde (Chelonia mydas) regresando al mar al amanecer después de realizar la puesta de huevos en la isla de Poilao.

P. Precisamente es en octubre cuando se realiza el viaje de EL PAÍS Viajes, ¿no?

R. Sí, así es. Este viaje a Guinea-Bisáu lo tenemos previsto para octubre porque además queremos que coincida con el desove de la tortuga verde y la probable observación del hipopótamo de Guinea-Bisáu, que se produce en esos meses.

P. ¿Cómo es ese desove y por qué son tan especiales estas tortugas en las islas Bijagós?

R. En este caso, la isla donde se produce y donde vamos a ver el desove de la tortuga verde es uno de los lugares más importantes de África Occidental. Poilão es una isla muy pequeñita en la que solo podemos estar 15 personas, no puede haber barcos que lleguen después de las seis de la tarde y deben marcharse a las ocho de la mañana. Es uno de los lugares más sagrados del archipiélago.

El desove tiene lugar por la noche, entre los meses de julio y diciembre, y pueden estar desovando 200 tortugas a la vez en la playa. La tortuga verde es una especie amenazada en peligro de extinción. Además, esas tortugas, que salen de los huevos, volverán a esa playa a desovar, es decir, es un aprendizaje que ellas llevan genéticamente. Si no vuelven a desovar es por cualquiera de los peligros que hay en el mar, pero es un ciclo constante.

P. ¿Qué no esperan los viajeros cuando van a Guinea-Bisáu?

R. Yo creo que el hecho de ir a un sitio tan aislado. Es verdad que los viajeros que normalmente nos acompañan son viajeros que no es la primera vez que viajan a África. Pero les sorprende que un país tan pequeño esté tan bien conservado, algo que se debe a su población, y no porque estén organismos internacionales conservando su fauna y flora. Básicamente, se debe a su religión, y a los viajeros les sorprende encontrar esta biodiversidad y que sea a causa de la religión. Nosotros decimos que los bijagós son los guardianes de la biosfera.

P. ¿Qué mitos se desmontan durante el viaje?

R. Sobre el turismo responsable. Estamos muy acostumbrados a este tipo de conceptos tan manidos sobre el concepto “eco”. En este caso, lo que pueden comprobar es que se llevan a cabo unas actividades y unas acciones que están absolutamente encuadradas en lo que podríamos considerar ecoturismo. Es decir, minimizando el impacto ambiental, apoyando la conservación de los ecosistemas y la cultura local y que están en concordancia con la vida cotidiana que lleva la población.

Es la población quien guía el viaje, yo hago de intermediaria, pero son ellos los que explican qué es lo que hacen, qué pescan, qué comen, cómo se relacionan con los otros, sus familias…

Un grupo de viajeros de EL PAÍS Viajes, en las islas Bijagós.

P. Entiendo que es un viaje al que hay que ir concienciado, ¿verdad?

R. Sí, no podemos olvidar que Guinea-Bisáu está dentro de la lista de los países más pobres del mundo. Sigue habiendo un nivel de desnutrición y analfabetismo tremendo. Entonces, el viajero tiene que estar preparado para ver eso. El que los niños sonrían no significa que estén felices; es cierto que la gente es muy amable, que de por sí la población es muy simpática, y siempre son muy acogedores, pero esto contrasta con su realidad.

Hay muchos niños que van sin zapatos, que no terminan la escuela, hay un bajo nivel de estudios y de formación básica y, por supuesto, la salud tiene unas deficiencias inmensas. Los viajeros muchas veces nos preguntan con qué pueden colaborar en el viaje, si pueden llevar ropa, etcétera.

P. ¿Qué recomendáis vosotros?

R. Nosotros preferimos que no lleven ninguna maleta llena con este tipo de cosas, porque se pueden comprar allí haciendo un aprovisionamiento local y dando trabajo a la población que vive allí. Si tú quieres llevar a una escuela cuadernos y bolígrafos, es básico comprarlo allí y dárselos al responsable de la escuela para que lo reparta. Y en cuanto a los medicamentos, lo mismo, porque muchos de nuestros medicamentos allí no se utilizan. Hacemos un recorrido por las farmacias y se compra lo que se necesita, e igualmente se lo entregaremos a alguno de los responsables que nos encontremos en los centros de salud por los que pasemos, para que ellos los puedan administrar a quienes lo necesiten.

P. La línea de salvador blanco es muy fina en estos casos…

R. Las primeras explicaciones que se dan en estos viajes es que cuando nosotros llegamos a una población no damos nada, ni siquiera un caramelo. Procuramos pasar inadvertidos y no interrumpir sus tareas cotidianas. Es básico intentar respetar este código de conducta para no llegar a este punto de que ha llegado el salvador blanco con una bolsa repleta de caramelos, por ejemplo, porque uno de los grandes problemas que hay entre los niños es el de las caries y, en adultos, la diabetes.

P. ¿Qué es lo que más disfrutas cuando vas con el viajero?

R. Me encanta explicar el proyecto de Orango. No es un viaje cualquiera ni tampoco es para cualquiera, hay veces que no es confortable en algunas etapas y me gusta prepararlo antes con entrevistas como esta. Por eso, queremos que la gente esté convencida de que este es su viaje.

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