Apareció de la nada para darnos un gol que nos hacía mucha falta

Las cosas claras de antemano. Decía Diego Pablo Simeone que entre «sobrevivir y dar un golpe en la mesa en el Bernabéu» en el primer capítulo del cruce capitalino de octavos, él no encontraba diferencias. «Las dos corrientes van relacionadas», aseguraba el Cholo, sabedor como poco de que esto va de jugar 180 minutos y no solo 90, y que cuenta con la baza de la vuelta en el Metropolitano como la que quizás el gran arma para tratar de conseguir una de las pocas cosas que se le han resistido desde su llegada al banquillo rojiblanco: tumbar al Real Madrid en su competición fetiche, la Champions.
Y con eso se fue, con la eliminatoria viva, que no es poco, hasta la semana que viene. Perdió, pero sobrevivió al irse solo un tanto por detrás hasta la vuelta del 12 de marzo. No quería el argentino que se repitiera, por tanto, lo que ocurrió en 2017, la última vez que los dos vecinos capitalinos se midieron en la Champions. Muy presente en el recuerdo tenía aquel 3-0 en la ida en el Bernabéu que dejó vista para sentencia una semifinales a la que le sobró, en lo deportivo, la vuelta en el Calderón. De esa última vez en Europa habían pasado ya siete años, y aun así la herida revivió cuando apenas habían trascurrido tres minutos de juego.
El golazo de Rodryo nada más arrancar el encuentro puso al Atlético contra la pared de sus peores pesadillas. Champions, un Real Madrid crecido y dudas. Era entonces el momento de resistir, pasar el chaparrón y templar ánimos. Y a partir de ahí, cambio de traje. De resistir a proponer. A mandar en el Bernabéu, cosa de equipo hecho y maduro. Algo que es mucho más fácil cuando en tus filas cuentas con una estrella mundial como Julián.
Despertaron los rojiblancos, que poco a poco fueron asumiendo el mando. Y encontraron premio con el delantero argentino, que no conoce de los traumas del pasado en lo que a derbis europeos se refiere. Él era demasiado pequeño para eso, y ahora es demasiado talentoso como para dejar caer a su equipo. De la nada, se sacó un latigazo a la escuadra del grandullón Courtois a la media hora de juego.
El tanto dio validez al plan de Simeone, cuyo equipo empezó a crecerse y a sentirse amo y señor del juego. Así acabó la primera parte y se inició la segunda, hasta que Brahim, cuando peor estaba el Madrid, frotó la lámpara y encontró un recoveco al lado del palo de Oblak para volver a poner por delante al Madrid. Ahí Simeone dijo basta, y ya se jugó entre poco y nada. Salió Le Normand, tres centrales y a llegar a la semana que viene vivos.
«Ellos hicieron los goles en los momentos justos, encajamos muy rápido, luego llegó el empate, tuvimos el control del partido y el juego, pero ellos están en su cancha y tienen grandes jugadores, pero sabemos que quedan 90 minutos. Fue bonito el gol, fue bueno para empatar el partido y tuvimos ocasiones para convertir, ahora tenemos partido el fin de semana y a pensar en eso. Quedan luego 90 minutos en casa con nuestra gente», reconoció Julián, sabedor de que habían salido vivos del Bernabéu, y con eso valía.
Así planteó la eliminatoria un Simeone que no se esconde ya para nada y grita a los cuatro viente eso de que «necesitamos y queremos estar en la final» de Múnich. Y al que las formas para lograrlo le importan entre poco y nada. Será, si tiene que ser, a su manera. El fin justifica los medios, y esta vez tocó resistir, nadar y guardar la ropa con la vista puesta en dentro de ocho días. Ahí necesitará algo más, y para ello contará con Julián y su gente.
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