Armenia y Azerbaiyán firmarán la paz el viernes en Washington: 5 claves de un conflicto de más de 3 décadas
Tras más de tres décadas de conflicto —la mayor parte del tiempo congelado en las montañas del Cáucaso sur del Alto Karabaj— Armenia y Azerbaiyán se disponen, este viernes, a firmar su acuerdo de paz, auspiciado en una reunión que tendrá lugar en la Casa Blanca, bajo la batuta del presidente de EEUU, Donald Trump.
Los dos países caucásicos, en marzo, ya pactaron el acuerdo que supuestamente se firmará el viernes, pero el presidente azerí, Ilham Aliyev, pospuso la firma alegando nuevas demandas, sobre todo centradas en el corredor de Zengezur, un futuro paso terrestre que debe conectar Azerbaiyán, a través de territorio armenio, con el enclave de Najicheván, en la frontera con Turquía. A continuación desgranamos el largo conflicto entre Bakú y Ereván, en cinco claves:
Durante la revolución de octubre de 1917, el imperio ruso se desmembró. Muchos de los territorios pertenecientes a la familia de los Romanov se independizaron, y en el Cáucaso, una región montañosa llena de valles, montañas y pequeñas naciones, nacieron tres estados independientes. Georgia, Armenia y Azerbaiyán.
Las fronteras eran algo nuevo: las ciudades tenían población mixta y era común que un pueblo fuese de mayoría armenia, el del lado, azerí y el siguiente, otra vez armenia. Pero los nuevos estados independientes quisieron delimitarse, imponer sus líneas a los demás. Ahí surgieron los primeros combates por el Alto Karabaj, una región de bosques y montañas en la frontera entre Armenia y Azerbaiyán. En lo alto de las montañas, la mayor parte de la población era armenia.
En los valles, azerí. Esa pequeña guerra duró un año, hasta que llegaron las tropas del Ejército Rojo y conquistaron toda la región. El Karabaj se quedó dentro de territorio de la República Socialista Soviética de Azerbaiyán. Armenia también formó parte de la Unión Soviética, así que la frontera desapareció.
Pero con la caída de ese imperio, en 1991, armenios del Karabaj se levantaron: querían formar parte de la nueva República de Armenia, no de la República de Azerbaiyán. Los dos países nacientes, pogromos y éxodos mediante, empezaron un conflicto que duraría hasta 1994: Armenia ganó esa guerra, instauró una nueva república de facto en el Karabaj, y vació por completo todos los pueblos habitados por azerbaiyanos en la región. Esa guerra pasaría, entonces, al congelador de la historia.
Todo quedó igual, parado, hasta 2020, cuando Azerbaiyán, ayudada por su gran aliado, Turquía, y sus reservas de gas y petróleo lanzó la segunda guerra del Karabaj, y conquistó la gran mayoría del territorio de la región exceptuando la capital, Stepanakert, y varios pueblos cercanos.
Pero la suerte estaba echada, y la superioridad militar azerbaiyana en el terreno era insuperable: en otoño de 2023, tras otra ofensiva, Bakú conquistó toda la región ante un Ejército armenio deshecho y en retirada. 100.000 armenios del Karabaj fueron obligados —bajo la invitación de quedarse en un país, Azerbaiyán, contra el que se está en guerra— a marcharse.
Stepanakert ya no existe, y su nombre es ahora en azerí, Khankendi. Azerbaiyán ganó la guerra; Armenia la perdió.
Desde entonces, el Gobierno del primer ministro armenio, Nikol Pashinyán, ha estado presionando para llegar a un acuerdo de paz definitivo con su rival y evitar que se cumplan las amenazas constantes de Aliyev, que tras su victoria militar en el Karabaj llegó a asegurar que el siguiente objetivo era Ereván, la capital armenia.
En marzo de este año, tras un año y medio de idas, venidas, declaraciones optimistas, puestas a punto y pasos en falso, ambos países aseguraron a la prensa que habían llegado a un texto de acuerdo de paz, que no ha sido publicado. Ni firmado: desde entonces, Azerbaiyán ha buscado imponer otras condiciones, como la petición de que Armenia cambie su Constitución —que hace referencia al Karabaj— o que Ereván se comprometa a cederle el control a Bakú del corredor de Zengezur. Todo ha estado parado hasta esta semana.
Así, por sorpresa, el presidente estadounidense, Donald Trump, cuya Administración no ha tenido un papel protagonista en las negociaciones entre Armenia y Azerbaiyán, ejercerá este viernes de maestro de ceremonias de lo que se espera sea la firma definitiva de la paz entre los dos países.
La silla vacía en la habitación es clara: Moscú, antiguo imperio colonial del Cáucaso, antes aliado principal de Armenia y socio de Azerbaiyán, ha quedado completamente apartado del proceso. Rusia, con su invasión y costosa guerra en Ucrania, ha perdido su enorme poder de influencia con los países que conforman el espacio exsoviético.
La siguiente en la lista, ahora, deberá ser la Turquía de Recep Tayyip Erdogan, quien, según los expertos, ha empujado a Aliyev a aceptar el acuerdo con Armenia. Desde 1991, Turquía y Armenia no tienen relaciones diplomáticas, y su frontera compartida ha sido cerrada a cal y canto hasta tal punto que, en ambos lados, pastores y lugareños que la han cruzado por error en el pasado han sido encarcelados unos meses en el país vecino, acusados de espionaje.
Erdogan y Pashinyán —quien en junio protagonizó la primera visita oficial de un primer ministro armenio en décadas— buscan no obstante reabrir esa frontera, y restablecer unas relaciones históricamente rotas por el genocidio armenio de 1917, que Turquía niega.
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