BIOGRAFÍA JULIO IGLESIAS | Ignacio Peyró: «A partir del 85 Julio Iglesias lo volvió a intentar, pero se dio cuenta de que nunca volvería a ser tan grande»

Cuando los historiadores del futuro quieran conocer la historia de España de las últimas décadas, podrán hacerlo leyendo exhaustivas monografías y sesudos ensayos o repasando, sencillamente, aquellos ejemplares de ¡Hola! en los que aparece Julio Iglesias. Como si se tratase de una suerte de Forrest Gump cañí, el cantante madrileño ha estado presente en todos y cada uno de los eventos trascendentes del país. Un hecho que queda patente tras la lectura de ‘El español que enamoró al mundo’, biografía del artista escrita por Ignacio Peyró con tanto rigor histórico como sentido del humor, y que acaba de llegar a las librerías de la mano de Libros del Asteroide.
«Cuando comencé a escribir el libro yo no era consciente de todo esto —explica Peyró, que desgrana las pruebas que apoyan su teoría—. Julio Iglesias nace en los años del hambre, en el 43, 44, que son años muy duros de la posguerra. La familia coge luego vuelo con el desarrollismo, con el 600, con Benidorm y el padre, que había sido camisa vieja de Falange, que había incluso visto el gran discurso de Primo de Rivera en el Teatro de la Comedia del año 35, va arrumbando en el armario la camisa azul Mahón, se la cambia por el polo Lacoste y quita las botellas de Fundador para poner las de JB. Cuando llega la democracia, ¿qué ocurre en la primera noche en la que se vota? Pues que está Julio Iglesias con unas gafas inverosímiles, leyendo una especie de manifiesto por la concordia y cantando por primera vez ‘Soy un Truhán, soy un señor’. Su matrimonio con Isabel Preysler fue el impulsor de la prensa rosa tal y como la conocemos actualmente en España. De hecho, cuando se anuncia la primera separación de una pareja en España lo hacen ellos y, si no anunciaron el divorcio, fue únicamente porque no estaba aún legalizado. Luego, ese gran drama de la democracia que es ETA, también tocó a su familia directísimamente con el secuestro de su padre. Después de eso, Julio fue pionero en ir a la América española antes de que llegasen allí las empresas españolas, en los 2000, participa de esa borrachera de prosperidad de la época y, cuando todos estaban cegados, supo salirse antes de que la euforia se acabase para no sufrir las consecuencias».
Si antes de escribir ‘El español que enamoró al mundo’ no conocía todas estas curiosidades, ¿cuál fue entonces la razón por la que decidió hacer una biografía sobre Julio Iglesias?
Creo que lo llamativo es por qué el personaje no había llamado antes la atención de otros autores. Es cierto que ha habido biografías sobre él, pero pertenecían al ámbito de los fans. Hasta ahora, nadie nos había contado esta vida novelesca, tan entretenida y que dice tanto de nosotros. Estamos hablando de un hombre que partía en unas condiciones, digamos, muy en desventaja con respecto a otros artistas de su época, que se dispone a seducir al mundo siendo un hispano y que vende cientos de millones de discos cuando había que ir a comprarlos, lo que exigía un esfuerzo de voluntad que hoy no se exige. Además, tal vez en el año 91 este libro hubiera sido prematuro, pero hoy, cuando Julio Iglesias tiene más de 80 años y lleva más de medio siglo como intérprete, ya se puede echar la vista atrás y hacer ese balance.
Afirma que la historia de Julio Iglesias dice mucho de los españoles, pero ¿no es más revelador el hecho de no haber valorado suficientemente su dimensión como artista y como fenómeno?
Creo que, en general, los españoles sí sienten afecto hacia él. No habría memes de Julio si no hubiese afecto hacia Julio. Si tú mandas a Julio para hacer reír, eso es una muestra de afecto, porque tú no compartes un meme de alguien que no sea agradable. A eso se suma que, en el año 1983 o 1984, cuando regresó después de su triunfo en América, España se volcó con él casi con un fervor culpable. Fue una forma de desagravio nacional. Ahí, hasta la prensa progresista puso a sus mejores firmas, como Luis Antonio de Villena o Juan Cueto, a escribir sobre él. A veces a favor, otras como fenómeno a estudiar y, por supuesto, algunas veces en contra. Cabrera Infante, un Premio Cervantes, decía de él que era el García Márquez del bolero; Francisco Umbral y Carmen Martín Gaite escribieron en contra pero, de alguna manera, él estaba ahí, en el debate. En ese momento creo que hubo una especie de sentimiento de culpa y también cierto espíritu provinciano de que, como había triunfado fuera, debía de ser la leche.
El escritor Ignacio Peyró, autor de ‘Los españoles que se enamoraron del mundo’. / Daniel Ibáñez
¿Hasta qué punto el éxito de Julio Iglesias en Estados Unidos dependió de gestionar su carrera con espíritu empresarial, invirtiendo dinero no solo en el aspecto musical sino también en el de la comunicación?
Aunque ha ganado mucho dinero, lo que se gastó para conseguir triunfar en Estados Unidos es realmente una barbaridad. Eso fue una apuesta que salió bien, pero que podría haber salido muy mal. Roberto Carlos o Aznavour, por ejemplo, fueron a Estados Unidos y, como llegaron, se volvieron. Con Julio no fue así. En su caso, resultó muy importante Miami, porque fue allí donde encontró la estética que le ha definido. Fue él quien puso de moda Indian Creek y ese estilo de vida en guayabera, pantalones de lino, ese mirar al infinito con los pies descalzos en la orilla del mar, una palmera desmayándose al fondo, una casa con embarcadero… Eso le va a situar en una coordenada estética muy poderosa porque, seamos sinceros, nadie imagina el paraíso como un bosque en Canadá. Puede ser precioso, pero el paraíso es una playa con cocoteros y alguien que corre a darte un daiquiri. Eso es lo que Julio encarnó a ojos de todo el mundo, en una época en la que no había Instagram ni gente que hiciera eso las 24 horas al día.
Julio Iglesias, en su paraíso. / Archivo
Ahora que menciona algo tan actual como Instagram, usted afirma en el libro que Julio Iglesias nunca ha sido moderno, ni siquiera en su juventud, que era la época en la que debería haberlo sido.
Julio nunca ha dejado de ser un crooner, un cantante melódico, ligero, romántico… Se ha movido siempre ahí, nunca ha querido hacer ninguna otra cosa y eso también le ha evitado muchos tropezones.
Pero también ha hecho que su decadencia sea más pronunciada. De ser patrocinado por Coca-Cola, pasó a serlo por La Casera y, recientemente, los conciertos, además de escasear, se celebraban en recintos cada vez más pequeños.
Su historia es muy curiosa. Ha tenido una carrera brutal, con un esprint hacia la cima, una cronoescalada hasta tocar techo en el 85 y, luego, ha sido como un pájaro al que sueltas en una habitación, se da dos o tres cabezazos contra el techo y se posa. Aunque a partir del 85 lo volvió a intentar, ya no le salió. Se dio cuenta de que nunca volvería a ser tan grande como antes, pero lo que le queda, lo gestiona con enorme esplendidez.
Sin embargo, es llamativo que mientras Raphael ha actualizado su imagen o ha cambiado el repertorio incorporando canciones de artistas jóvenes, Julio Iglesias nunca ha intentado revitalizar su carrera de esa forma. Ni siquiera ha grabado, como hizo Sinatra con él, discos de duetos con artistas actuales.
Julio no es una persona que piense “como tengo ya el éxito asegurado voy a emprender un camino estético”, tampoco es un Paul Simon que diga “voy a investigar los ritmos de África a ver qué sale” y saca un disco. No. Él no hace esas cosas. Por otra parte, aunque ha grabado muchos duetos, los ha hecho cuando a él le convenía, cuando era él quien más tenía que ganar con esa colaboración. Cuando no ha sido así, no ha participado. De hecho, ha evitado enemistades y polarizaciones porque, directamente, no se considera en la misma escala que otros artistas como, por ejemplo, Raphael.
Julio Iglesias, durante un concierto en Estambul en 2015. / EFE
Otra de las particularidades de Julio Iglesias, además de la de no ser moderno, es la de, siendo conservador, no haberle dado a la política la trascendencia que tiene, lo que explicaría su participación en el Festival de Viña del Mar durante el gobierno de Pinochet o sus recitales en la Argentina de Videla después del golpe de 1976.
Ha sido un tipo capaz de hablar siempre bien de Felipe González y, al mismo tiempo, de apoyar a Aznar. Como artista, siempre ha dejado claro que él no cantaba para los presidentes de los países, que a él no le importaba que fueran corruptos porque él cantaba para la gente y, bueno, puede tener un punto de razón, pero no siempre. Cuando te contrata directamente Obiang para actuar para él, como ha sucedido, una cosa ejemplar no es.
Esa tibieza con unos cuantos dictadores contrasta, sin embargo, con su oposición hacia el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, con el que ha sido especialmente crítico.
A Julio, Trump le ha tocado el orgullo. Para él, su tema más trascendente era apoyar lo latino y, cuando se dio cuenta de que Trump es un hispanófobo, ha reaccionado. Aunque se conocían desde hacía años, a Trump le quedaba mucho tiempo hasta llegar a convertirse en presidente de Estados Unidos, pero cuando eso sucedió, Julio reaccionó con mucha virulencia y dijo que nunca más actuaría en los casinos de Trump.
Cuenta en el libro que, si bien intentó contactar con Julio Iglesias, el cantante no le devolvió la llamada, algo que, en última instancia, ha resultado beneficioso para el resultado final. ¿Por qué?
No quería tener que escribir al dictado o que alguien me dijera que tenía que quitar tal adjetivo o hacer que una determinada persona no apareciera tanto. Entiendo que ese será un trabajo que alguien tendrá que hacer algún día, aunque sé que ya han quemado a varios escritores en el intento, pero que a mí no me interesa. Yo soy escritor, quería contar una historia bonita y hacerlo como lo hago siempre, con ligereza.
A pesar de todo, parece como si la mano de Julio Iglesias hubiera estado retocando ciertos pasajes para ocultar determinados detalles y destacar otros. Por ejemplo, esa cita de Alfredo Fraile en la que afirma que, en el Miami de los 80, cuando hasta los bancos tenían problemas para contar el dinero que generaba el negocio de la cocaína, ni Julio ni su entorno sabían qué era esa droga.
Julio ha querido guionizar su vida desde el minuto uno. Empezó con que iba a ser la la estrella más grande nunca vista en el fútbol, que un trágico accidente se llevó esa carrera por delante y que la providencia le ayudó porque, entre ser un gran futbolista y ser un gran cantante, al final fue un gran cantante. Eso no es exactamente así, pero bueno. En cuanto a lo de las drogas, puede ser cierto. De hecho, mi teoría es que fue el vino el que le libró de ellas. Si estás abriendo botellas de Château Lafite del 70 cada noche, ¿que te va a aportar la cocaína? Nada.
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