Camboya y Tailandia descartan un alto el fuego inmediato a pesar de los más de 20 muertos y el medio millón de desplazados
Camboya y Tailandia suman este jueves su cuarto día intercambiando artillería y acusaciones de violar la ley internacional. Sus gobiernos han descartado el alto el fuego inmediato y esperan la llamada de Donald Trump en su enésimo esfuerzo por asegurarse el Nobel de la Paz. «Creo que puedo conseguir que dejen de pelear. ¿Quién más puede hacerlo?», inquiría la víspera a la prensa. No le será fácil acallar una disputa que suma esta semana una veintena de muertos, más de un centenar de heridos y medio millón de desplazados.
[–>[–>[–>Los disparos se han escuchado en diferentes puntos a lo largo de los 817 kilómetros de frontera. Hasta cinco provincias sufren las hostilidades, según fuentes oficiales. Ya es costumbre que Phnom Penh y Bangkok ofrezcan versiones opuestas. El Ministerio de Defensa camboyano ha revelado esta mañana que cazas tailandeses han bombardeado viviendas, colegios, carreteras, pagodas y templos budistas. Algunas zonas, ha aclarado, están 30 kilómetros más allá de la frontera. Ha calificado los actos de «brutales e indiscriminadas agresiones contra civiles» y exigido el final inmediato.
[–> [–>[–>Tailandia ha defendido que Camboya utiliza «intencionadamente» los centros de culto como base de operaciones militares, en flagrante violación de las leyes internacionales, y que no le ha quedado más remedio que destruirlos. Su Ejército, ha asegurado, respondió este miércoles a un ataque camboyano con mortero y causó daños significativos como «la destrucción de camiones enemigos».
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Las cifras oficiales camboyanas hablan de 11 civiles muertos, un niño entre ellos, y de 74 heridos. En el bando contrario hay 9 soldados muertos y 120 heridos, además de cuatro civiles fallecidos. Es previsible que los números suban con la creciente intensidad de los combates iniciados el lunes.
[–>[–>[–>Raíces en la época colonial
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El conflicto nace, como otros en el sudeste asiático, en la época colonial. Francia delimitó la frontera en 1907 entre Camboya, que entonces ocupaba, y el Reino de Siam, como se llamó Tailandia hasta 1937, siguiendo el curso de una cuenca natural. Phnom Penh sigue aferrada a ese mapa mientras Bangkok discute su exactitud. Los pleitos han llegado hasta hoy por más que acordaran una junta mixta para solventarlos pacíficamente. Dos factores complican su resolución. El primero son los inflamados nacionalismos; el segundo, las bombas diseminadas a lo largo de la frontera. Son el legado de tres décadas de guerras civiles propias y de choques con el vecino, la mayoría de los tiempos de los jemeres rojos de Pol Pot. Cada vez que un soldado tailandés muere o pierde una pierna se origina el mismo diálogo: Bangkok acusa a Phnom Penh de haberlas plantado recientemente y esta sostiene que ya estaban ahí.
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Los enfrentamientos de verano, los más fragorosos en décadas, nacieron así. Hubo 30 muertos, civiles en su mayoría, en cinco días. Trump amenazó a ambos con detener las negociaciones con las que ambos buscaban una rebaja sustancial de los aranceles y reivindicó el mérito del alto el fuego. El mes pasado, durante la cumbre en Kuala Lumpur de la ASEAN (los países del sudeste asiático), firmó junto a ambos líderes algo parecido a un acuerdo de paz que, según sus palabras, finiquitaba décadas de conflicto.
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[–>Llamada de Trump
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El estallido actual confirma los pesimistas pronósticos de los expertos. Trump avanzó este miércoles que hoy llamaría a los líderes para devolverles a la senda de la paz tras alardear de las ocho guerras ya finiquitadas. «De vez en cuando, surge un incendio y tengo que apagarlo», afirmó. El contexto no le ayuda. Tailandia firmó con Estados Unidos un acuerdo que mantiene unos aranceles del 19% y pretende rebajarlos pero ya ha advertido de que no mezclará conflictos fronterizos y comercio. Su primer ministro, Anutin Charnvirakul, tomó posesión en septiembre y su popularidad ya se tambalea por su mejorable gestión de las recientes inundaciones. Planea disolver el Parlamento en breve y convocar elecciones, así que le convienen generosas raciones de nacionalismo. Su predecesora, Paetongtarn Shinawatra, ya fue descabalgada por su tibieza con Camboya.
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