celebración de la vida por la conciencia de la muerte
Como es sabido, el tópico del carpe diem tuvo un amplio desarrollo entre los poetas latinos y, a partir del Renacimiento, una gran repercusión en la literatura occidental. La expresión que le da nombre procede de Horacio. En el último verso de la oda I, 11, hace una exhortación, con el imperativo carpe, a disfrutar del presente ante las incertidumbres que plantea el porvenir. Horacio crea una brillante metáfora, «cosecha el día» (carpe diem), al combinar en su forma imperativa un verbo, carpo, que tiene un valor léxico de naturaleza concreta, «cosechar» (propiamente «arrancar», «recoger cortando»), con un complemento de valor temporal, diem. Entendemos el término diem no en su sentido literal, un plazo de veinticuatro horas, sino figurado, un breve periodo de tiempo. Por eso, la fórmula carpe diem se traduce como «aprovecha el instante», es decir, el momento presente, en contraposición a un mañana, que en Horacio proyecta una sombra de muerte.
[–>[–>[–>En la poesía española, el modelo del tópico es el célebre soneto XXIII de Garcilaso, un ejemplo señero de la poética clasicista propia de sus últimos años, los del periodo napolitano. «En tanto que de rosa y de azucena / se muestra la color en vuestro gesto, / y que vuestro mirar, ardiente, honesto, / con clara luz la tempestad serena; // y en tanto que el cabello, que en la vena / del oro se escogió, con vuelo presto / por el hermoso cuello blanco, enhiesto, / el viento mueve, esparce y desordena; // coged de vuestra alegre primavera / el dulce fruto, antes que el tiempo airado / cubra de nieve la hermosa cumbre. // Marchitará la rosa el viento helado, / todo lo mudará la edad ligera / por no hacer mudanza en su costumbre».
[–> [–>[–>Garcilaso sigue el esquema de los modelos latinos, proporcionándole un desarrollo original, a la vez que una estructura equilibrada: la belleza juvenil, sometida a la amenaza temporal, ocupa los dos cuartetos, la exhortación del carpe diem («coged […] / el dulce fruto») aparece en el primer terceto, asociado a la amenaza del invierno, y a la reflexión sentenciosa sobre los efectos del paso del tiempo en el segundo terceto.
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Esa macroestructura tripartita (belleza, exhortación, reflexión sentenciosa) se combina en Garcilaso con una microestructura bimembre bien marcada: cuatro elementos de la belleza juvenil distribuidos de dos en dos (el color del rostro y la mirada en el primer cuarteto, el cabello y el cuello en el segundo), además de la oposición simbólica presente en cada cuarteto y la alegórica del primer terceto: primavera-juventud / invierno-vejez.
[–>[–>[–>Garcilaso no utiliza los motivos de la belleza femenina para describir la de una mujer concreta, sino en cuanto que representan la belleza de la juventud, de la vida humana. En el primer verso, el hipérbaton («de rosa y d’azucena / se muestra la color en vuestro gesto [rostro]») tiene como resultado que el soneto comienza con ese intenso contraste cromático, además de la referencia a las flores, que, desde la Antigüedad clásica, se asociaban, en su efímera belleza, a la fragilidad de la vida humana. De modo que en el rostro de la mujer a quien se dirige figurativamente la voz poética, se percibiría el intenso contraste cromático entre el rojo de la rosa y el blanco del lirio (en referencia al color rojizo de los capilares de las mejillas frente a la blancura) del resto de la piel).
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Además, esas dos flores tienen asociado un contenido simbólico también en abierto contraste: la rosa el amor y la azucena la honestidad o castidad. Ese mismo contenido simbólico implícito en la rosa y la azucena lo encontramos en la mirada caracterizada por dos cualidades opuestas: «ardiente» y «honesto». Y esas dos cualidades tienen su correspondencia en el contenido del verso siguiente: la mirada refrena con clara luz la tempestad amorosa que ella misma ha desatado.
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[–>En el segundo cuarteto, los otros dos elementos de la belleza juvenil, el cabello y el cuello, ocupan ahora un número desigual de versos: el cuello está presente en un solo verso, que queda entrelazado entre los otros tres dedicados al cabello, en perfecta correspondencia con el contenido de esos versos: en su movimiento, el cabello envuelve al cuello, como los versos dedicados al cabello rodean al del cuello.
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El color rubio del cabello, el color del oro, formaba parte del canon de belleza femenina desde la Antigüedad, reiterado hasta la saciedad en el Renacimiento. En cuanto al otro rasgo, el movimiento que le imprime el viento, el cabello suelto suponía una imagen de sensualidad. Pero ese viento no solo crea una ilusión de vida con una imagen que tiene carácter sensual, sino que también hace presente la naturaleza efímera de esa vida, abocada a un final. El viento que mueve grácilmente el cabello en el segundo cuarteto es también el que va a marchitar la rosa en el segundo terceto y el que transforma el cabello de oro en nieve.
[–>[–>[–>Es original de Garcilaso someter esa bella imagen a un sistema de tensiones al contraponer el movimiento del cabello con el estatismo y verticalidad del cuello. Si en el primer cuarteto había una contraposición alegórica que iba más allá de la mera descripción de los elementos de la belleza, la de pasión amorosa / contención, ahora la antítesis se establece entre estatismo y movimiento. Frente al estatismo de la descripción, como si esa belleza pudiera tener la permanencia del oro, nos encontramos con el dinamismo de tres acciones en leve progresión con que acaba el cuarteto, «el viento mueve, esparce y desordena».
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Con esa tensión entre estatismo y dinamismo, entre permanencia y cambio, la parte descriptiva del soneto, la de los cuartetos, participa ya de la reflexión sobre la fragilidad de la vida, la amenaza de la muerte, en definitiva, que se manifiesta en los tercetos.
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Para la exhortación, Garcilaso utiliza una imagen vegetal presente ya en Ovidio: «coged (…) el dulce fruto». El hipérbaton («coged de vuestra alegre primavera / el dulce fruto») pone en primer plano la belleza juvenil, además de que la adjetivación —»alegre», «dulce»— realza esa belleza y suaviza el apremio inherente al mandato. Pero el carpe diem incluye también la amenaza temporal: disfruta el momento porque es efímero. En Garcilaso, esa amenaza se expresa con la llegada del invierno, asociada en la alegoría climático-estacional a la vejez. Además, la propia alegoría primavera / invierno está contraponiendo el ciclo incesante de la naturaleza, que siempre se renueva, con la caducidad de la vida humana, sujeta a un único ciclo: juventud-primavera / vejez-invierno.
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En el segundo terceto, Garcilaso introduce un cambio de perspectiva: la voz poética ya no se dirige a una supuesta destinataria de la exhortación, sino que hace afirmaciones generales en tiempo futuro que adquieren un carácter sentencioso («marchitará», «todo lo mudará»).
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Además, puede observarse un cambio estilístico notable por el uso de un tono sentencioso y tres figuras en fuerte contraste con el tono clasicista del resto del soneto: un quiasmo, una derivación («mudará […] «en movimiento») y una paradoja. Se trata de figuras raras en Garcilaso, las dos últimas propias de la poesía cantada y alejadas de la estética clasicista de la época napolitana. El quiasmo ocurre en los dos primeros versos del terceto: verbo en futuro (“marchitarse”) + implementar (“la rosa”) / implementar (“todo”) + verbo en futuro (“mudará”). Y la paradoja se expresa en los dos últimos versos: “la “edad de la luz”, el tiempo apresurado, lo cambia todo precisamente al no cambiar su manera de actuar.
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El último terceto, en su contraste estilístico con el resto del poema, como un final que agita la serena belleza descrita anteriormente, está condensando el contenido del poema: la conciencia de que el paso del tiempo, con su efecto destructor, acabará con aquello que apreciamos de la vida a pesar de nuestro anhelo de permanencia.
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Con el cambio estilístico del último terceto, probablemente un recuerdo del final ingenioso de los epigramas, Garcilaso destaca el salto de lo particular a lo general, poniendo de relieve la dimensión universal del conflicto sugerido ya en el segundo cuarteto, la tensión entre permanencia y cambio: la permanencia deseada para la belleza de la vida y el cambio inevitable, el implícito en el «viento» (v. 8), el «tiempo airado» (v. 10) y el «viento helado» (v. 12).
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Lo original de Garcilaso es la forma en la que muestra cómo ese orden se encuentra amenazado, a la vez que expresado por la tensión entre movimiento y estatismo, entre el movimiento inevitable, los cambios ineludibles que produce el paso del tiempo, y el estatismo que deseamos para esa belleza. En Bernardo Tasso el paso del tiempo nos arrastra velozmente hacia el final; en Garcilaso somos conscientes de ese final, pero la belleza de la vida está en pugna, se diría que como anhelo al menos, por la supervivencia, como la contraposición entre el estatismo del cuello y el movimiento del cabello. Si con el carpe diem Horacio muestra una contraposición entre presente y futuro, sobre el que planea la sombra de la muerte, Garcilaso proyecta una tensión entre permanencia y cambio, entre la belleza de la vida, que se desearía para siempre, y la degradación inevitable que produce el tiempo. El soneto de Garcilaso no tiene vinculación con la poesía amorosa, sino con la que se plantea el sentido de la vida.
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