Cómo la ‘guerra cultural’ se infiltró en la gran empresa
En los Estados Unidos, la gran compañía ya no se limita a producir bienes o maximizar los beneficios. Ahora también se pronuncia sobre el cambio climático, la discriminación racial, el aborto, los derechos de voto o la identidad de género. No siempre lo hace por convicción, … Ni siquiera debido a la presión directa de sus empleados o clientes. Lo hace, cada vez más, porque sus accionistas, o, más precisamente, los administradores de fondos que los controlan, esperan que lo haga. Y eso es cambiar el papel público de las grandes empresas. Un estudio publicado por Harvard Business School, Firmado por William Cassidy y Elisabeth Kempf, ha medido sistemáticamente la apariencia del discurso partidista en las redes sociales corporativas de las empresas del S&P 500. El resultado es revelador: entre 2012 y 2022, los mensajes con carga ideológica fueron multiplicados por más de diez, y esa transformación ha tenido un claro bias. Desde 2019, el lenguaje alineado con el Partido Demócrata ha crecido exponencialmente, mientras que el discurso republicano se ha mantenido casi igual.
El giro ocurre en todos los sectores (industrial y consumo, en todas las geografías y bajo ejecutivos de cada signo ideológico. Empresas con sede en Texas o dirigidas por CEO registrados registrados como republicanos adoptan con términos típicos de frecuencia de congresistas demócratas. Lo hacen para hablar sobre diversidad, inclusión, sostenibilidad, justicia social o conmemoraciones de identidad, como Mes de orgullo o el mes de la historia negra. El estudio muestra que estas no son declaraciones anecdóticas o impulsivas: son patrones sistemáticos, replicados a gran escala y cada vez más frecuentes.
Cassidy y Kempf han utilizado técnicas avanzadas de procesamiento del lenguaje natural para comparar el lenguaje de los políticos con el de las empresas. Han analizado más de cuatro millones de tweets corporativos y ocho millones de mensajes de los congresistas. Por lo tanto, han creado un índice de ‘discurso partidista corporativo’ que permite clasificar si un mensaje suena más a los demócratas o republicanos, sin la necesidad de que un partido mencione a un candidato específico.
Las empresas hablan mientras piensan que quieren escucharlos que les proporcionan capitales
Lo más inquietante es que esta politización no es inofensiva. El estudio revela que, en promedio, los tweets con lenguaje partidista son seguidos por caídas en el precio de la compañía. El efecto es más agudo cuando el mensaje sorprende con su sesgo (con respecto a la historia de la empresa) o cuando conflicto con las creencias políticas de los inversores. Esto sugiere que el activismo corporativo genera un costo reputacional, económico y financiero, que tanto la Compañía como sus accionistas pagan.
Entonces, ¿por qué lo hacen? La respuesta tradicional apuntaría al ego o las convicciones del CEO, o la presión de los empleados y los consumidores. Pero el estudio desmantela esas hipótesis. El fenómeno ocurre incluso en las industrias poco expuestas al público en general y en las empresas donde la fuerza laboral está compuesta principalmente por empleados republicanos. No es aún más frecuente en los estados ‘azules’ (demócratas). Por el contrario, el patrón más claro ocurre entre las empresas con la mayor presencia de inversores institucionales (fondos) comprometidos con los criterios de ESG (ambiental, social y de gobierno). En este contexto, se destaca un nombre: Blackrock. El gerente de activos más grande del mundo, que administra más de 10 mil millones de dólares, ha sido uno de los grandes impulsores de este activismo corporativo. En su carta anual de 2019, Larry Fink, su presidente, pidió a los gerentes que participaran en los grandes debates sociales y políticos, incluso cuando eran polarizadores. «El mundo necesita tu liderazgo», escribió. A partir de ese momento, según el estudio, las compañías participadas por BlackRock emitieron más mensajes de tono democrático que sus compañeros. El cambio fue inmediato y significativo.
Este hallazgo apunta a una conclusión inquietante: el surgimiento del discurso corporativo partidista no es solo una expresión cultural o reputacional, sino una estrategia para atraer capital. Las empresas hablan mientras sus inversores quieren escucharlos, y cada vez más inversores institucionales esperan que hablen así. El financiamiento de la política está filtrando el núcleo de las decisiones comerciales. Esto plantea un profundo dilema. Las empresas tienen todo el derecho de pronunciar sobre asuntos que afectan sus negocios, sus empleados o su entorno. Pero cuando lo hacen en términos ideológicos, cuando adoptan un lenguaje que suena como el de un partido político, dejan de hablar en nombre de todos y comienzan a representar solo una parte.
Hay algo paradójico en todo esto. Históricamente, las empresas han sido agentes de integración, instituciones capaces de crear valor y ofrecer oportunidades fuera de las identidades políticas, religiosas o culturales. Su fuerza estaba en esa neutralidad, en su capacidad para operar en diversos contextos sin imponer una visión ideológica. Al ingresar a la guerra cultural, corren el riesgo de perder ese activo. La conclusión del estudio es clara: cuando las empresas adoptan discursos partidistas, sus acciones caen. Los mercados no necesariamente recompensan el compromiso ideológico, especialmente cuando entra en conflicto con las expectativas de una parte relevante de los inversores. Quizás la mejor manera de ser una empresa responsable es no alinearse con un lado, sino preservar un espacio donde todos los que piensan.
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