Contra la parálisis
Un niño adorable de apenas un par de años se acerca por primera vez a sus –también adorables– hermanos gemelos recién nacidos. Con grandes aspavientos, el crío se sorprende de la duplicidad y pide devolver uno de los bebés. El padre se ríe, la madre le acaricia. Una escena tierna y divertida, profundamente humana. Sería también original si, en las redes sociales, ese vídeo no se multiplicara hasta el infinito y el hermano mayor adquiriera diversos rostros o se transformara en una niña, con rizos o sin rizos, rubia o morena. Siempre adorable, eso sí. Por la magia de la IA y del algoritmo, podemos emborracharnos de la misma escena edulcorada tantas veces como queramos. Y, por el volumen de vídeos similares, la acogemos con fervor. Tanto como las escenas de cachorros juguetones. Adorables, por supuesto.
[–>[–>[–>En estos días en los que se exacerba la deshumanización, donde las bravuconadas se imponen a la amabilidad, la crueldad a la compasión y la bondad es motivo de burla, los resortes emocionales permanecen intactos. Las redes nos ofrecen espacios ilimitados de afecto o de rencor. Son unos terrenos tan amplios, tan magnéticos, que incluso podemos llegar a habitarlos. Vivir inmersos en almíbar o chapotear en la ciénaga. Dejarnos acariciar por la afectividad o excitarnos con la maldad. En ambos espacios, la realidad es solo una base para emborronar y deformar. Al fin, un territorio artificial que nos atrapa y ensimisma, y que difícilmente nos lleva a la acción. Burbujas que nos producen felicidad y nos alejan del mundo real. Burbujas que acrecientan nuestro temor y que nos instalan en el rechazo. Burbujas que nos deprimen y que provocan impotencia. Todas, burbujas que acrecientan la parálisis.
[–> [–>[–>En «Ambición moral», el historiador Rutger Bregman anima –especialmente a los jóvenes con talento que aún pueden moldear sus carreras– a abandonar empleos insatisfactorios y dedicar sus energías a proyectos que aporten, que mejoren la sociedad. La era actual es decisiva, afirma, nos enfrentamos a una serie de transformaciones radicales que nos otorgan a cada uno de nosotros «un poder sin precedentes para moldear el futuro». El libro es provocador, estimulante y optimista. En algunos momentos peca de superficialidad, pero está muy lejos de la simplicidad degradante de la ola populista. Una propuesta atraviesa el texto: tratar de reconectar con la sensibilidad, esa que nos revuelve ante la indignidad, la que nos empuja a defender la humanidad y la vida que nos rodea. Reconectar y dejar de ser espectadores. Reconectar y liberarnos del sentimiento de inutilidad y falta de realización.
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El narcisismo, la pasividad y la indolencia ética que provocan las redes sociales forman parte de su modelo de negocio y sirven a una estrategia política que busca la apatía y el conformismo ciudadano, incluso la resignación. Frente a la sensación de que no hay nada que hacer, es un alivio encontrar una dosis de idealismo y recordar que cada una de nuestras acciones, nuestra propia vida, también puede construir un futuro habitable para todos.
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