Date permiso para bailar, aunque lo hagas mal, porque cuando dejes de preocuparte de bailar mal, bailarás más, y tarde o temprano, bailarás mejor


Se nos ocurren algunas ideas para darnos un atisbo de lucidez. ¿Y si la felicidad no fuera un lugar al que llegar, sino una forma de avanzar en la vida? Ésta es la conclusión a la que llegué después de hablar. con Eduardo Jáuregui, psicólogo, investigador del humor y experto en consciencia. Nos reunimos para hablar de su nuevo libro, Alegríaen el que hace una apuesta arriesgada: lo que nuestra sociedad sobreestimulada necesita es Preocúpate menos y juega más.
¿Cuándo fue la última vez que jugaste, hiciste algo por el simple hecho de hacerlo? Si no puedes fijar una fecha o ha pasado demasiado tiempo desde la última vez, esta entrevista es para ti. Porque vivimos en una época en la que sobrevivir y vivir están confundidosen el que lo importante es alcanzar los objetivos, y en el que Olvidamos lo divertido que es jugar. canta, baila o simplemente recuéstate en el pasto para ver pasar las nubes.
-¿Nos estamos tomando la vida demasiado en serio?
En general sí, vivimos la vida con mucho dramatismo. En este apocalipsis zombie que vivimos, ya no vivimos, sobrevivimos. Porque estamos constantemente en un estado de lucha o huida. Es decir, un estado en el que sientes que estás ante una amenaza y tu cuerpo interpreta que debes defenderte de una forma u otra: o huyes o luchas.
Sucedió justo en el tren que acabo de bajar. Una señora se sintió amenazada por un perro muy tranquilo, y acabó discutiendo con su dueño. Los dos hombres se insultaron, se golpearon, gritaron. Drama exagerado para algo que podría haberse resuelto civilmente.
-Parece una locura, pero nos pasa constantemente en el día a día…
Sí, incluso las personas muy pacíficas pueden acabar así. Y eso se debe a que nuestro sistema económico es un sistema competitivo. Hay ganadores y perdedores. Y de alguna manera, desde que somos muy pequeños, nos enseñan que es la realidad la que nos afecta. Desde el momento en que ingresamos a la escuela, con exámenes, hasta el momento en que competimos por un trabajo, de alguna manera recibimos evaluaciones que nos colocan en este estado de lucha o huida.
Las estadísticas son alarmantes. Casi el 40% de la población, y en algunos países hasta el 70%, afirma experimentar estrés a diario. Hemos normalizado una situación que debería ser excepcional, una situación dramática donde predominan emociones como el miedo y la ira. Entonces sí, definitivamente nos tomamos la vida demasiado en serio, o con excesivo dramatismo. Demasiado drama, demasiada solemnidad, demasiada agresión, demasiado miedo a que las cosas salgan mal.
-Si tenemos mucho drama, ¿lo que nos falta es actuar?
Lo que nos falta es juego. Es poder dedicar al menos parte de nuestro tiempo a cosas que en principio no son ni prácticas ni útiles en el sentido de que no nos permiten ascender en la escala social.
Lo que necesitamos es vivir, no sólo sobrevivir. Nos falta esa plenitud en la que a todos nos gustaría vivir, momentos de plenitud en los que no buscamos obtener nada.
-¿Cómo podemos diferenciar estos momentos?
Un buen ejemplo es el networking y la amistad. Con el networking estás tratando de lograr algo, en la amistad simplemente estás saliendo con una persona sobre la cual no intentas hacer nada.
De la misma manera es agradable dibujar, bailar, cantar, pero sin preocuparte de si pintas bien, cantas bien o bailas bien. Simplemente baila por el placer de bailar, canta por el placer de cantar.
Y sí, obviamente tenemos que pagar las cuentas. Pero el problema es que muchas personas hoy en día están tan acostumbradas a hacer cosas para lograr algo práctico que ya no tienen la opción de hacer algo sólo por diversión. Y cuando lo hacen, acaban sucumbiendo a su propia esclavitud, como los hábitos y adicciones que tenemos, como mirar el móvil en modo zombie.
Lo que realmente nos falta son espacios para poder dedicarnos a lo que realmente nos interesa, a lo que amamos, sin un objetivo práctico.
-¿Esa sería tu definición de juego?
Es muy difícil explicárselo a los adultos, porque jugamos tan poco que el juego parece parecido a lo que hacíamos de niños. Creemos que el juego es el fútbol, pero el fútbol, en nuestra sociedad actual, casi nunca es un juego. Los futbolistas juegan para conseguir resultados, para ganar salarios enormes, para ganar partidos. Y los niños los miran y quieren ser como ellos.
Jugar no es eso. Jugar es cualquier cosa que hagas sin preocuparte. Lo que hacemos por el juego en sí: pintar por el placer de pintar, bailar por el placer de bailar, cantar por el placer de cantar. Esto es lo que se hace sin evaluación, y por eso es tan similar a la atención plena.
-Hablando de fútbol, en tu libro presentas el ejemplo de un tenista que cuanto mejor jugaba al tenis, más lo odiaba. No pude evitar pensar en Confucio y su «elige un trabajo que ames y no trabajarás ni un día». ¿Hay alguna trampa ahí?
Hay una trampa. Hay mucha gente que dice: “Amo lo que hago”, pero terminan convirtiéndose en esclavos de ello. Muchos emprendedores caen en esta situación de trabajar a todas horas, no ver a su familia, no dormir y terminar con problemas de espalda porque dedican todas sus horas a hacer lo que les apasiona.
Y sí, puede que te guste lo que haces, pero luego tienes que venderlo, y ese es el problema. Quieres vivir de ello, entonces le dedicas todas las horas del mundo y caes en la trampa. Porque ya no lo haces porque te apasiona, lo haces para que te aplaudan, para triunfar, para vender.
Tengo hermanos musicales y veo gente muy agotada en la industria. Además, mi hermano busca el juego en otro lugar, en la cocina por ejemplo. También tengo un amigo que es diseñador gráfico y ha trabajado durante muchos años en uno de los periódicos más importantes de España. Tiene un buen salario, tiene su vida en manos. A muchos les gustaría dedicarse, como él, a dibujar caricaturas políticas. Pero a él no le gusta hacer eso, le gusta dibujar animales. Entonces, ¿qué hace? Intenta terminar su dibujo lo más rápido posible para dedicar el resto del día a dibujar animales.
Y ese es el problema. ¿Cómo encontramos estos pequeños espacios para hacer lo que nos apasiona, pero sin buscar otro sentido u otro resultado?
-Parece entonces que la felicidad está precisamente en la ausencia de una meta, en el disfrute.
Sí, es curioso, pero también hay verdad en ello, en la búsqueda de un propósito en la vida. Cuando hablamos de propósito, el propósito verdaderamente te llena, cubre tus verdaderos deseos. Y no tiene nada que ver con conseguir algo práctico. De hecho, muchas veces ocurre todo lo contrario. Es querer que la gente sea feliz, que el mundo sea mejor, que haya más paz. Es un gran deseo, que nos da un propósito. Pero el verdadero objetivo no suele ser algo muy práctico, no se trata de ganar un millón de euros o conseguir un determinado trabajo. Es querer conseguir una meta y engañarte pensando que hasta que no la consigas no serás feliz.
Esto también nos sucede con la atención plena. Hay personas que lo practican no por su propia espiritualidad, sino para sentirse bien, ser más creativos, tener más paz interior. Y todas estas cosas son muy buenas. Pero la cuestión es que, cuando empiezas a hacer esto, si piensas que algún día lo lograrás, en la paz que sentirás cuando logres la meta, entonces ¿cuánta paz puedes sentir ahora?
No, puedes tener esta paz ahora. Pero la paz significa que te olvidas del objetivo. Significa decir: «No necesito ir a ningún otro lugar, estoy aquí, eso es todo».
-Con el consciencia Lo vemos claro, pero incluso las actividades de ocio tienen objetivos. ¿Deberían ser eliminados?
De hecho, el problema es cómo perseguir el objetivo sin preocuparse de si resulta bueno o malo. De hecho, lo que sale mal es lo más divertido. Y para ello podemos recurrir a los niños. Los niños van a los bosques oscuros no porque sean hermosos y seguros, sino porque puede haber monstruos. Saltan en los charcos porque se pueden ensuciar y trepan a los árboles porque se pueden caer.
Y eso es lo que nos cuesta entender a los adultos, esta historia de hacer algo con gran intensidad y con gran interés, incluso si puede salir mal, sin preocuparnos por el resultado. Ese es el truco del juego, el lado divertido. Se trata de darte permiso para bailar, aunque lo hagas mal, para reír y divertirte con tus amigos. Porque la ironía es que cuando dejes de preocuparte por bailar mal, bailarás más, y tarde o temprano bailarás mejor.
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