De alquiler
Existe gran consternación por el hecho de que los alquileres de los pisos suben convirtiéndose en prohibitivos para los jóvenes.
Mis escasas luces no me permiten aventurar soluciones a esta situación lastimera, pero sí son suficientes para defender la necesidad de buscarlas. ¿Por qué? Pues porque el alquiler es signo de libertad, de ausencia de arraigo, de vida itinerante, de vuelo de pájaro, de biografía aventurera. En suma, de juventud retozona y peregrina.
Lo contrario, la compra de una vivienda significa echar un ancla en la vida, dejar inmóvil el barco y atarlo a un horizonte. Responde a la actitud propia de quien quiere convertir en eterna su casa, en eternos su discurso, su rezo y su canción. Y sus lágrimas.
Moradas eternas solo deben ser las catedrales y los sepulcros.
Las viviendas de los jóvenes, por el contrario, han de ser breves, caducas porque ya la tierra, en la que acabaremos, será eterna como el imperativo categórico o cualquier otra verdad sacada de un gran mamotreto de la filosofía.
Además, la estabilidad inmobiliaria estaba ligada al matrimonio inmortal celebrado ante el obispo de la diócesis en una ceremonia empapada de latines y de invocaciones sacramentales. Y la presencia de un público pendiente de las cotizaciones bursátiles, complacido en las liturgias del Registro de la Propiedad y en los renglones más perversos de la ley Hipotecaria. Un público, en definitiva, tirando a fósil, aficionado al cercado, a la valla, ajeno a los hechizos de las tentaciones esquivas y sus huidizos terciopelos.
¿Y qué decir de las ideas del gobernante? Son de alquiler: hoy las ocupo, mañana las olvido; hoy son unas, mañana, las contrarias
Quien haya paseado por Viena habrá comprobado las muchas viviendas que ocuparon Mozart y Beethoven, lo que testimonia una imaginación vivaz y el tesoro de una frescura inextinguible.
Sobre un matrimonio, como es el actual, que se celebra ante un concejal del Ayuntamiento, un personaje transitorio y adicional que anda de paso por la política, no se puede construir nada sólido sino, a lo sumo, el equilibrio desequilibrado de un caminante desmemoriado y con el móvil sin batería.
Ocurre lo mismo con los coches. Hoy se estila el renting que es el alquiler de toda la vida, es decir el coche que no se llena de fotos de la parentela y unos tapetes hechos a ganchillo por la abuela, sino a lo sumo de un perrito cabezeante que es, él mismo, el símbolo de la duda, de la falta de fijación, de la ausencia de un compromiso perruno consistente y fiable.
¿Y qué decir de las ideas del gobernante? Son de alquiler: hoy las ocupo, mañana las olvido; hoy son unas, mañana, las contrarias.
Las ideas del gobernante, y entiéndase que estiro el lenguaje de manera benevolente cuando empleo este concepto, son olas pasajeras, un tropel de ausencias e inconsistencias, la nieve de ayer, estrellas fugaces, luces de verbena de barrio, guiños cómplices a los secuaces con vocación de rumiantes.
Si el gobernante, allá en el pináculo de la gloria terrenal, vive del alquiler barato de ocurrencias ¿por qué no han de vivir de alquiler –asequible– los jóvenes españoles?
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