Decenas de miles de personas se despiden de Hasán Nasrala, líder de Hizbulá, en un funeral masivo
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En medio de una marea negra, despunta un amarillo luminoso con destellos de verde. Entre un llanto de decenas de miles de personas, sobresale un clamor de venganza por el padre que les han arrebatado. Este domingo decenas de miles de personas han venido hasta el estadio municipal de Beirut desde todo el mundo para despedirse de Hasán Nasrala. Quién fue el líder de Hizbulá, la milicia y partido político chií libanés, durante los últimos 32 años fue asesinado a finales de septiembre por Israel. Mientras su ataúd era paseado entre la multitud, el Ejército israelí no ha querido perderse la ocasión y ha hecho sobrevolar varios cazas por encima de las masas. “¡Muerte a Israel! ¡Muerte a América!”, han respondido decenas de miles de seguidores con el puño en alto. “¡A sus órdenes, Nasrala!”, han repetido.
“El mundo entero lo ha perdido”, reconoce Mariam Sagheer, de 17 años. “Era tan especial que no podéis imaginaros lo mucho que le queríamos, lo bueno que era…”, explica esta joven originaria del sur del Líbano pero residente de los suburbios sureños de Beirut a EL PERIÓDICO. Le tiembla la mano al hablar de Hasán Nasrala –“hoy es un día muy especial para el Líbano, sobretodo para los musulmanes”, dice–, pero no la voz. Sagheer, desplazada con su familia al norte del país durante la guerra del pasado otoño, recuerda el día que se enteró de la muerte de su líder. “Tuve un ataque de pánico, nunca imaginé estar en una situación así en mi vida, pero ha pasado y ahora tenemos que aceptar la realidad”, añade.
«Murió por la causa palestina»
La pérdida de Nasrala fue una sacudida para sus centenares de miles de seguidores en la comunidad chií del Líbano. Pero fue un duro golpe incluso para sus detractores. Al frente de Hizbulá durante las tres últimas décadas, su rostro agitado durante sus largos discursos era una constante en la sociedad libanesa. Elevado hasta la figura de mito, Nasrala transformó la milicia en prácticamente un paraestado, derrotó en varias ocasiones al todopoderoso Israel y se erigió como figura adorada y temida por muchos dentro y fuera del país. Como líder de la resistencia –así es como se conoce a Hizbulá en el Líbano–, sacrificó a su hijo por la causa, dejó de ver la luz del sol viviendo bajo túneles durante más de tres lustros y finalmente pagó su lucha con su vida.
“Lo que nos enorgullece es que él no murió por dinero, por una silla o una posición, no”, afirma Suzanne Maki, que ha venido desde la diezmada ciudad de Nabatiye, en el interior del sur del Líbano. “Él murió por la mayor batalla de la historia: la batalla de Gaza”, dice a este diario, luchando contra el llanto. Un día después del ataque de Hamás al sur de Israel del 7 de octubre de 2023, Hizbulá empezó a lanzar proyectiles a través de la frontera con Israel como un frente de apoyo en solidaridad con Hamás y el sufrimiento del pueblo gazatí. “Él luchó por los derechos de los más débiles, amaba la causa palestina y murió por ella”, añade esta periodista de sucesos.
No volverá a ser igual
Pocos en Hizbulá se atreven a maldecir aquella decisión tomada hace casi año y medio. Pero la realidad es que el grupo difícilmente se recuperará de todo lo que vino después. Durante los primeros 11 meses, Israel y Hizbulá mantuvieron enfrentamientos transfronterizos de baja intensidad, que se cobraron al menos 600 vidas en el Líbano y menos de un centenar en Israel. Luego, el 17 de septiembre del año pasado, miles de buscapersonas detonaron a la vez. Las explosiones simultáneas sembraron el caos en el Líbano y, sobretodo, en el seno de Hizbulá, alejado de los tradicionales teléfonos móviles por temor a ser rastreados por el “enemigo sionista”. Al día siguiente, explotaron los walkie talkies que sustituyeron a los buscapersonas.
Cinco días después, Israel lanzaba bombardeos masivos en el sur y el este del Líbano, zonas densamente pobladas bajo influencia de Hizbulá. El 23 de septiembre de 2024 se convirtió en el día más letal en 76 años de conflicto entre Israel y Líbano. Más de 500 personas fueron asesinadas aquel día. Tan solo cuatro días más tarde, una muerte sacudió a todo el país para siempre. Hasán Nasrala fue asesinado con más de 80 bombas lanzadas por la fuerza aérea israelí sobre la principal sala de operaciones del grupo militante en los suburbios del sur de la capital libanesa, conocido como Dahiyeh. La situación de seguridad impidió que el líder de Hizbulá fuera enterrado en condiciones, bañado por las masas que le han acompañado toda su vida.
Enterrado junto a su sucesor
Al lado de su ataúd este domingo, ha estado el de su primo y sucesor, Hashem Saifeddine, que murió en un ataque aéreo israelí en Dahiyeh unos días después. Nasrala ya descansa en su tierra en un lugar destacado del sur de Beirut. Safieddine será enterrado en su ciudad natal en el sur del Líbano, Deir Qanun, el lunes. Hasta ahora, ambos habían yacido temporalmente en lugares secretos. “Esta tierra es nuestra tierra”, defiende Suzanne. “Cuando los mártires mueren, plantan su sangre, tenemos raíces en esta tierra”, añade. El funeral de Nasrallah y Saifeddine no sólo ha servido para que los seguidores de Hizbulá lloren a sus mártires.
También el grupo ha querido proyectar su fuerza, pese a todos los golpes recibidos, en un intento de disipar los signos de debilidad. Es evidente que Hizbulá ha sido diezmado militarmente, pero las más de 100.000 personas que han tomado las calles de Beirut este domingo han demostrado que esta es una comunidad que no se puede ignorar. “Matar a todos nuestros líderes y a la gente que lo significaba todo para nosotros no implica que hayamos perdido”, afirma Mariam, en un mensaje para Israel. “Ahora somos mucho más fuertes, tenemos la necesidad de vengarnos, así que no perdimos, vamos a ganar y ganaremos en el futuro”, añade esta adolescente. Nasrala era visto como un padre para muchos en el Líbano. Para los chiíes, una comunidad tradicionalmente marginada antes del ascenso de Hizbulá, Nasrala era su protector.
Durante los dos meses de brutal guerra, al menos 4.000 personas perdieron la vida. Entre ellos, no sólo estaban Nasrala y Seifeddine, sino también toda la cúpula de poder y centenares de milicianos del grupo. Políticamente también ha sido debilitado. Ahora, los nuevos gobernantes del Líbano defienden la necesidad de desarmar a Hizbulá, la única milicia que conservó las armas tras la guerra civil libanesa. El nuevo líder del grupo, Naim Qassem, ha mencionado en un discurso televisado durante el funeral la importancia de otras formas de resistencia. “Esto no es empezar de cero en el mal sentido, es el comienzo de Hizbulá”, concluye Mariam, su mano temblorosa aferrada al retrato de Nasrala.
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