Ebenezer Scrooge continúa entre nosotros
Desde hace ya varios años, mi ánimo disfruta por estas fechas navideñas con la relectura del libro de Charles Dickens «Canción de Navidad», que, dicho sea de paso lo escribió en tan sólo seis semanas en el año 1843. Para mí, se ha convertido en un entrañable ritual. Así, año tras año, apercibo que la figura de Ebenezer Scrooge continúa deambulando entre nosotros. Sólo hace falta ver las acciones abominables de un buen número de nuestros políticos. Personajes éstos, avariciosos, mentirosos, corruptos, acosadores de mujeres… Comportamientos absolutamente despreciables todos ellos, pero que, en un representante político se incrementa su gravedad, por cuestionar la talla ética y moral de un representante público. Sin embargo, con este currículo a la espalda, algunos de ellos se atreven a presentarse a las siguientes elecciones y dar mítines, cuando debieran, cuando menos, meter la cabeza debajo de la tierra para que nadie los reconozca.
[–>[–>[–>Y con esta catadura moral, ya no me sorprende tanto que estén empecinados en retirar la tradición de la Navidad, por muy incrédulos que sean. ¿Acaso no han tenido infancia? ¿En qué familia no se ha colocado con esmero un belén, sobre todo cuando rondan los niños a su alrededor? Con qué ilusión se sacaban todos los años las figuras para situarlas en los lugares elegidos. Y, ¡ay, si alguna se rompía! El drama estaba servido…
[–> [–>[–>Pues bien, parece ser que esta tradición inocente donde las haya molesta a «mucha gente». Así que nos obligan a importar y adoptar otras tradiciones lejanas de las que sólo conocíamos por algunas películas. Los Portales de Belén están denostados. Es más: sobra la Navidad. Ahora sólo queremos fiestas de invierno; porque eso sí, la fiesta no deseamos perderla. Y, así, nuestras tradiciones (las de todos nuestros ancestros) van desapareciendo una tras otra; nos las van usurpando, mientras miramos para otro lado. ¡Pararruchas!, que diría Scrooge.
[–>[–>[–>
Da la sensación de que estas vivencias tan tradicionales chocan con una sensibilidad posmoderna, secular, consumista y relativista que las rechaza por completo. Lo que sí se les da muy bien a los Scrooge de nuestro tiempo es fracturar la sociedad y fomentar la desconfianza y el desaliento. Están recortando el espacio de libertad individual y la capacidad de cada uno para decidir por su cuenta. Es decir, pensar y razonar. O, dicho de otra manera, ser autocríticos.
[–>[–>[–>Es por todo ello por lo que anhelo que reine la paz y la concordia si queremos un mundo mejor; un mundo en el que nuestros descendientes vivan sin sobresaltos. Yo, al menos, no deseo que se reabran las heridas del pasado y se siembre cizaña y odio por doquier. Quiero que se restañen las heridas; que vivamos en un mundo de concordia –con los corazones unidos–. Le recuerdo, querido lector, que Concordia era la diosa del entendimiento y la armonía, conceptos de los que cada vez carecemos más.
[–>[–>[–>
Expresar afecto, saber escuchar, hacerse cargo de los problemas del otro –empatía–, cultivar el detalle, acariciar, abrazar…, son actos cargados de un de un gran y profundo significado. Mucha gente le tiene miedo a la ternura y/o la desprecian porque piensan que es de personas débiles. Pero, paradójicamente, la ternura no es blanda, sino fuerte. Solamente las personas que tienen confianza y seguridad en sí mismas son capaces de ser tiernas. Pero no debiéramos tener que esperar las grandes ocasiones para expresar ternura, sino que tendría que estar presente en la vida diaria, para hacer saber a las personas que queremos lo importante que es para nosotros su existencia. Por cierto, el huraño y avaro Ebenezer Scrooge, al final de la narración se convierte en una persona bondadosa dispuesta a vivir y celebrar la Navidad. Merece la pena leer el libro de Charles Dickens y meditar sobre su mensaje. ¡Feliz Navidad!, querido lector, para usted y sus allegados.
[–>[–>[–>
Suscríbete para seguir leyendo
Puedes consultar la fuente de este artículo aquí