El atentado de Nueva Orleans aviva el temor a la influencia del Estado Islámico en EEUU
Incluso con muchos interrogantes aún por contestar, el atentado terrorista de Año Nuevo en Nueva Orleans (Estados Unidos) cometido por Shamsud-Din Jabbar, un nativo de Texas y veterano del Ejército, ha servido para subrayar la amenaza mutante y persistente que el Estado Islámico (EI) sigue representando para el país, años después de que en 2019 Washington y sus aliados acabaran con el califato territorial que la organización terrorista había creado en Siria e Irak.
Se trata de peligros de los que llevan tiempo alertando las comunidades antiterroristas y de inteligencia, que temían tanto la posibilidad de un ataque organizado como el riesgo de lobos solitarios inspirados por el grupo terrorista. Este último parece ser el caso de Jabbar, que en este momento de la investigación el FBI cree que actuó en solitario y “100% inspirado por el EI”, según ha dicho en rueda de prensa el jueves Christopher Raia, subdirector asistente de la división antiterrorista de la agencia policial federal.
El impacto de la guerra en Gaza y Líbano
Esa “inspiración” es una de las amenazas no solo persistentes sino crecientes a las que habían apuntado las autoridades de EEUU, que estaban especialmente en alerta después de que Israel abriera la guerra en Gaza y el Líbano tras los ataques de Hamás el 7 de octubre de 2023, un conflicto que se teme que alimentará una ola de radicalización y movilización durante años.
El pasado mes de abril, en una comparecencia ante el Congreso, el director del FBI, Christopher Wray, alertó que “ya había un riesgo elevado de violencia en EEUU antes del 7 de octubre” pero añadió que desde entonces habían visto a “varias organizaciones terroristas extranjeras llamando a atacar a EEUU” y sus aliados. “Dadas esas llamadas, nuestra preocupación más inmediata ha sido que individuos o pequeños grupos saquen una inspiración enrevesada de los acontecimientos en Oriente Medio para cometer ataques aquí”, dijo entonces Wray.
“En un momento en que la amenaza terrorista ya era elevada, la guerra en Oriente Próximo ha elevado la amenaza de un ataque contra estadounidenses en suelo de EEUU a un nivel completamente nuevo”, dijo también en otro discurso en primavera.
La destrucción del califato del EI y el auge del EI-J
No ha sido solo la guerra en Gaza y Líbano la que ha aumentado la preocupación. Las autoridades de EEUU llevaban tiempo prestando atención a la evolución del EI, especialmente desde que en 2019 la organización terrorista vio desmantelado territorialmente el Califato que había establecido en Siria e Irak y desde que los talibanes volvieron al poder en Afganistán en 2021.
El EI ha estado ganando presencia y fuerza en el África subsahariana y con el retorno a Kabul de los talibanes muchos líderes del Estado Islámico del Gran Jorasán (EI-J) se vieron forzados a salir de Afganistán y acabaron en estados de Asia Central como Tayikistán y Uzbekistán. Allí, según declaraban hace meses desde el anonimato fuentes gubernamentales a ABC News, “cambiaron las dinámicas de cómo operan”. Sus líderes empezaron a jugar “a la estrategia de largo plazo, y con bastante éxito” y a “reformar su propaganda para alcanzar sus objetivos”.
Empezaron, por ejemplo, a reclutar a migrantes de esas naciones de Asia Central que trabajaban en Rusia e Irán para cometer atentados en los dos países, como uno en enero pasado en Irán que dejó 95 muertos y el del Crocus City Hall de Moscú, donde hubo más de 140 víctimas mortales. En uno de sus discursos en primavera Wray, el director del FBI, explicó que la “preocupación creciente” en la comunidad de inteligencia de EEUU era el potencial de un ataque coordinado del EI-J en suelo estadounidense similar al de Moscú. Y las alarmas saltaron en EEUU cuando ocho ciudadanos de Tayikistán fueron detenidos tras cruzar la frontera de México al saberse que tenían lazos con el EI.
También en una comparecencia en marzo ante el Congreso el general Michael Erik Kurilla, al frente del Mando Central de operaciones militares de EEUU, advirtió de que “la falta de presión sostenida ha permitido al EI-J regenerarse y reforzar sus redes, creando muchos nódulos redundantes que dirigen, permiten e inspiran ataques”.
Al complejo mapa de amenazas, además, se le han sumado los últimos acontecimientos en Siria, donde la caída del régimen de Bashar al Asad y la salida de Rusia ha abierto al EI la posibilidad de ganar terreno. “Hay alta posibilidad de que el EI suba su propaganda en un intento de inspirar a seguidores, fans y extremistas en todo el mundo”, le ha dicho a varios medios estadounidenses Colin Clarke, un analista de la empresa de asesoría de seguridad global Soufan Group. “Están buscando hacerse con el momento en 2025 y probablemente subirán sus ritmos de operaciones, incluyendo un foco en ataques en occidente”.
La radicalización en EEUU y de los militares
Esa capacidad del EI de generar propaganda y facilitar en todo el mundo la radicalización de ciudadanos es otra gran preocupación en EEUU. Hace ya dos años, en un discurso en el Washington Institute, la directora del Centro Nacional Antiterrorista, Christine Abizaid, advertía de que era “más probable que los estadounidenses sufran un ataque terrorista de un atacante individual que de una organización terrorista muy estructurada” y otros expertos y estudiosos del EI han avisado de que la amenaza más probable en EEUU proviene de actores solitarios, incluyendo los que se inspiran en organizaciones terroristas extranjeras.
Según datos del Centro Nacional de Educación, Tecnología e Innovación Antiterrorista de la Universidad de Nebraska en Omaha, desde 2014 más de 250 individuos han sido imputados en EEUU por actividades relacionadas con el EI, en su mayoría ciudadanos estadounidenses o residentes permanentes legales. Desde los atentados del 11-S en 2001, Al Qaeda o el EI han inspirado 37 ataques en EEUU, frente a los ocho cometidos con conexiones directas a esos grupos terroristas.
El hecho de que Jabbar fuera un veterano y de que Matthew Livelsberger, el identificado en la explosión de un Cybertruck de Elon Musk ante un hotel Trump en Las Vegas, fuera un militar en activo (un sargento de operaciones especiales que se encontraba actualmente de baja de su servicio en Alemania) ha vuelto el foco además a la radicalización de militares, en activo o retirados, en EEUU.
Aunque según datos de la Universidad de Maryland la gente con formación militar rara vez adopta ideologías extremistas, sí es una ocurrencia persistente. Según un análisis que publicó en octubre la agencia Associated Press, es un problema más grave entre veteranos que entre miembros en activo de las fuerzas armadas. Y aunque sigue siendo un porcentaje bajo, la radicalización está aumentando a mayor ritmo que entre la población civil general.
El 80% de los casos de militares en activo o veteranos que cometen crímenes extremistas estaban afiliados a ideologías de extrema derecha, supremacía blanca o antigubernamental según el análisis de AP, mientras que el 20% restante de los casos se alineaban con yihadistas, extrema izquierda u otras ideologías.
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Se trata de un problema que intentó abordar el actual secretario de Defensa, Lloyd Austin, al principio del gobierno de Joe Biden, pero el grupo de trabajo que estableció en el Pentágono abandonó su actividad en 2021 por la oposición al programa de legisladores republicanos, que englobaron la iniciativa en lo que denunciaban como esfuerzos “woke” del gobierno de Biden.
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