Economia

El BCE baja tipos, pero el pulso sigue plano

El BCE baja tipos, pero el pulso sigue plano
Avatar
  • Publishedjunio 9, 2025




Larry Summers, ex secretario del Tesoro de los Estados Unidos y para muchos de los economistas más influyentes del último medio siglo, lo advirtió hace una década: Las economías avanzadas podrían caer en una trampa de estancamiento secular.

Hoy Europa parece confirmar el diagnóstico. Y, sin embargo, muchos analistas permanecen atrapados en la narración de la estanflación, como si los síntomas de 2022 aún persistieran.

Lo que domina hoy es otra patología, más silenciosa, menos fotogénica, pero más difícil de tratar.

El jueves pasado, el BCE volvió a reducir las tasas de interés continuando un ciclo que ha sido moderación durante dos años. Pero después de escuchar a Christine Lagarde en una conferencia de prensa, el mensaje no se entiende bien.

Si bien el corte sugiere una actitud complaciente, su tono y sus palabras refuerzan la sensación de que Europa está volviendo a caer en una brecha de producción negativa. Una economía sin pulso, sin estímulo real, en el que Ni siquiera las decisiones de política monetaria parecen tener la intención de mover el ritmo.

Durante décadas, Berlín ha sido el adálido de la ortodoxia fiscal, el guardián del déficit cero, el devoto del Schuldenbbremse. Hasta ahora

En ese paisaje plano, el contraste entre Mario Draghi y Lagarde es revelador. Draghi, que nunca fue un devoto incluso tenerlo en estima, tenía la capacidad de aliviar el dolor con sus discursos.

Y también fue divertido. Sus palabras fueron suficientes para calmar los mercados, dar confianza a los gobiernos e insuflar el estado de ánimo a una economía que, entonces, solicitó más cuenta que acción.

Con él, el BCE habló con la autoridad de aquellos que sabían exactamente lo que no iba a permitir. Lagarde, por otro lado, transmite lo contrario.

Su discurso plano, predecible y anestesiado parece fuera de una máquina de monitoreo cardíaco en reposo. No es un signo de vida política o económica que reactive más que la rutina monetaria.

Es posible que lo que sucede en Alemania tenga que hacer. Durante décadas, Berlín ha sido el adálido de la ortodoxia fiscal, el guardián del déficit cero, el devoto del Schuldenbbremse. Hasta ahora.

Las compañías que invierten lo hacen en el infierno fiscal y regulatorio

La crisis industrial y de identidad ha obligado al gobierno a disparar los gastos y emitir deudas con ritmos impensables. Keynes en Baviera? La paradoja es que nadie parece ser escandalizado.

Quizás porque la narración de la disciplina fiscal ya no mueve a los halcones del Bundesbank. Si incluso Alemania ha renunciado a su dogma, el modelo europeo ha perdido su ancla.

A pesar del estímulo fiscal, el crecimiento no llega. Mirando las cifras de gastos del consumidor, se aprecia ópticamente una expansión, una tendencia de que Contrasta con los niveles de confianza que dicen todo lo contrario.

Además, mientras el gasto privado progresa, también lo hace el público, consolidando la sensación de que el déficit, en lugar de una anomalía, se ha vuelto estructural en la economía europea. Porque lo que falta no es un estímulo, sino una calidad agregada.

La eurozona ha estado atrapada en una escasez estructural de consumo e inversión durante años. Las familias consumen lo mismo, pero pagan más. Las compañías que invierten lo hacen en un infierno fiscal y regulatorio.

Y el sector público se está quedando sin margen porque su papel en este juego es cada vez más evidente. No es una falla cíclica, es una fragilidad sistémica.

Kenneth Rogoff, quien será esta semana en Madrid, me hace elaborar un diagnóstico que contrasta con los veranos. Rogoff no habla de estancamiento secular, sino de un superciclo de deuda: un exceso de endeudamiento público y privado que asfixia el crecimiento hasta que se digiere.

Para él, no es una falta crónica de demanda, sino una economía en exceso que consume lo poco que genera. Rogoff no defiende más gastos, sino una consolidación fiscal gradual y creíble. Lo que le preocupa no es la falta de inversión, sino la falta de disciplina.

Es por eso que he estado confirmando en esta columna que el problema europeo no es técnico, es político. El debate no es si los tipos deberían aumentar o bajar, sino si los bancos centrales pueden ejercer su función sin ser arrastrados por los gobiernos que solicitan más estímulo sin más reformas.

La credibilidad institucional está en juego. No se trata de rescatar el crecimiento, sino de rescatar el sistema.



Puedes consultar la fuente de este artículo aquí

Compartir esta noticia en: