El coche del futuro no puede dejar a nadie atrás
Europa también rectifica. Y cuando lo hace, conviene explicarlo bien, sin tecnicismos y con los pies en la tierra. Porque esta semana la Unión Europea ha presentado un nuevo paquete sobre automoción que, más allá de titulares, tiene una idea muy clara: avanzar hacia una movilidad más limpia sin dar la espalda a la gente ni a la industria.
[–>[–>[–>Durante años, el debate sobre el coche se planteó casi como una batalla ideológica. Eléctrico sí o no. Todo o nada. Blanco o negro. Y la realidad, como casi siempre, es bastante más compleja. En Asturias lo sabemos bien: aquí el coche no es un capricho, es una necesidad. Para ir a trabajar, para sacar adelante un negocio, para moverse en zonas donde el transporte público no llega o no es una alternativa real.
[–> [–>[–>El nuevo enfoque europeo no renuncia a los objetivos climáticos. Europa sigue comprometida con reducir drásticamente las emisiones y con llegar a la neutralidad climática en 2050. Pero cambia algo importante: el cómo. Se deja atrás la rigidez y se introduce más sentido común. A partir de 2035 no se exigirá un «cero absoluto» imposible, sino una reducción muy ambiciosa de las emisiones, dando margen a distintas soluciones tecnológicas en lugar de imponer una sola –la electrificación–.
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Eso significa algo muy concreto para la gente: podrán seguir existiendo coches híbridos, motores de combustión cada vez más limpios y alternativas como los combustibles renovables. No se trata de frenar el cambio, sino de hacerlo viable, justo y compatible con la realidad social y económica.
[–>[–>[–>Porque hablar de automoción es hablar de empleo. En Europa, el sector da trabajo directo o indirecto a unos 14 millones de personas. En España, a cerca de dos millones. Y detrás de esas cifras hay fábricas, talleres, transportistas, ingenieros, pymes y autónomos. También hay acero, energía, logística y conocimiento industrial. En Asturias, todo eso forma parte de nuestra identidad.
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El nuevo paquete europeo apuesta por algo clave: que el coche eléctrico deje de ser un lujo. Durante años han desaparecido del mercado los vehículos pequeños y asequibles, los que compraba la clase media. Hoy, la Comisión quiere que vuelvan, y que se fabriquen en Europa. Eso es bueno para el bolsillo de las familias, pero también para nuestras plantas industriales y para el empleo.
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[–>Además, se impulsa la renovación de las flotas de empresa, que representan una gran parte de los coches que se venden en España, hacia unas descarbonizadas. ¿Por qué es importante esto? Porque acelera la llegada del coche eléctrico sin cargar todo el esfuerzo sobre el ciudadano y porque crea, en poco tiempo, un mercado de segunda mano accesible para muchas familias.
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Todo ello acompañado de algo que los ciudadanos agradecen aunque no siempre se note: menos burocracia. Menos papeleo, reglas más claras y más previsibilidad para las empresas. En un momento de competencia feroz con Estados Unidos y China, Europa no puede permitirse ponerle piedras en la mochila a su propia industria.
[–>[–>[–>Encerrado en la torre de marfil de la Moncloa y cercado por casos de corrupción y escándalos de todo tipo, el presidente del Gobierno no se entera de nada de esto. Una buena prueba de ello es la carta que escribió la semana pasada a la presidenta de la Comisión en la que se manifestaba en contra del Paquete de Automoción. Justo el camino contrario al de países como Alemania e Italia.
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Ni Sánchez ni la comisaria Teresa Ribera –que no estuvo en la presentación del paquete, algo insólito y explícito al mismo tiempo– están en lo que hay que estar: avanzar hacia la movilidad limpia sin castigar a la industria y al ciudadano.
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Este paquete va justo en esa dirección: proteger el empleo, mantener la ambición climática y hacer que la transición funcione para la mayoría. No contra nadie, sino a favor de la gente común, de la industria europea y de regiones como Asturias, que saben lo que significa producir, competir y adaptarse sin renunciar a su futuro.
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La movilidad del mañana tiene que ser más limpia, sí. Pero también más justa, más accesible y más realista. Y esta vez, Europa ha empezado a entenderlo.
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