el feminismo matizado (o inexistente) de la primera ministra de Japón
Los titulares globales anunciaban un tsunami que arrasaría el mohoso sistema patriarcal: Japón contaba al fin con una primera ministra. A Sanae Takaichi le bastaron unos días para desmentirlos. Eligió a dos mujeres para los 19 puestos de su Gabinete a pesar de haber anunciado durante las primarias una proporción «nórdica». Ya había alertado el feminismo de que Takaichi ha roto el techo de cristal pero no es necesariamente una buena noticia para las japonesas. Si la eligieron sus colegas del Partido Liberal Democrático (PLD), la formación hegemónica casi sin pausa desde la Segunda Guerra Mundial, no fue para dinamitar las estructuras, sino para apuntalarlas en medio de la tormenta económica y geopolítica.
[–>[–>[–>Un vistazo a las filas de su partido la aligera de culpa: tampoco había mucho donde elegir. Sólo el 16% de los componentes de la Cámara Baja son mujeres. También su predecesor, Shigeru Ishiba, nombró a dos. Pero el previo, Fumio Kishida, lidiando con la misma escasez se las apañó para hacerle un hueco a cinco. Cuando se le preguntó a Takaichi por su promesa rota, alegó que había priorizado «las oportunidades igualitarias» y «asignado la gente correcta para los puestos correctos».
[–> [–>[–>Ni Giorgia Meloni, la primera ministra italiana, ni Margaret Thatcher, el icono conservador que idolatra Takaichi, serán recordadas por sus contribuciones feministas. La primera ministra japonesa sigue esa senda y es revelador que reciba más apoyo en las encuestas de los hombres que de las mujeres. Su biografía sugiere cierta rebeldía. De joven recorrió el país con una moto de gran cilindrada, tocó la batería en un grupo heavy y aún hoy, a sus 64 años, castiga los platos para rebajar la tensión. En su vida pública, en cambio, no ha salido de los raíles conservadores de su partido. Se opone al matrimonio gay y defiende la ley sálica a pesar de la inquietante escasez de varones en la familia imperial. Tampoco apoyó la reforma de una ley del siglo XIX que obliga a los matrimonios a compartir el apellido y que, en la práctica, supone que el 90% de las esposas renuncien al suyo. En las elecciones, quizá para aguar las críticas, propuso incentivos fiscales a las compañías con instalaciones para el cuidado de niños y habló de exenciones a las familias que gastan en él para favorecer a las mujeres trabajadoras. Apenas incidió en ellas en un programa dominado por la economía y la seguridad nacional.
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Alineamiento con los intereses conservadores
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El contexto político confabula contra los planes de Takaichi. Su militarismo, relativismo histórico sobre las atrocidades del imperialismo japonés y hostilidad a los inmigrantes se le hicieron indigeribles al partido Komeito, su tradicional socio de coalición, centrista y budista. Necesitada de votos para la investidura, Takaichi los encontró en Ishin, una formación conservadora de Osaka, que no tiene las ayudas sociales ni la igualdad de géneros entre sus prioridades.
[–>[–>[–>«No soy optimista sobre el impacto de sus políticas en el avance de la igualdad de la mujer a pesar del impresionante logro de escalar en la escala jerárquica del PLD siendo mujer. Lo consiguió alineándose con los intereses más conservadores del partido, que no son socialmente progresistas con las mujeres ni con las minorías en Japón», señala Linda Hasunuma, socióloga de Temple University (Estados Unidos). La feminista de cabecera en Japón, Chizuko Ueno, ya había aclarado en sus redes sociales que la elección de Takaichi no la «alegraba» y que no esperaba que el ecosistema político japonés sea «más amable» en el futuro para las mujeres. Las británicas, recordó, tampoco mejoraron su presencia en puestos de liderazgo tras Thatcher.
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Takaichi es la ahijada política de Shinzo Abe, el primer ministro asesinado y aún hoy brújula ideológica del PLD. En las primarias recibió el espaldarazo de Taro Aso, un dinosaurio que ha hecho y deshecho en la formación conservadora durante décadas. No son indicios que apuntan a una revolución. Las mujeres ganan el 70% del salario de los hombres por el mismo trabajo y un 60% lo abandona tras dar a luz. No funcionaron las campañas de Abe para empujarlas al mercado laboral, motivadas menos por convicciones igualitarias que por las urgencias productivas de una economía gripada y con menguante mano de obra por el veloz envejecimiento. Están las mujeres japonesas entre las mejores educadas y más cualificadas del mundo pero las pulsiones tradicionalistas las empujan hacia roles familiares.
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[–>Políticas de conciliación
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Occidente y la lógica sugieren que el desarrollo económico y la igualdad de géneros caminan juntos. Japón, y también Corea del Sur, lo desmienten en Asia. La cuarta economía mundial ocupa el puesto 118 de 148 en la clasificación de igualdad de sexos del Foro Económico Mundial y su presencia en política es la más baja entre los países del G7. Tampoco sus derechos reproductivos son admirables. Solo el mes pasado aprobó Japón la venta en farmacias de la píldora anticonceptiva del día después, una fórmula de emergencia vigente ya en casi un centenar de países.
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«Espero que su propio camino hacia el poder y sus preocupaciones por la carencia de mano de obra y la baja natalidad la empujen a intentar aprobar legislaciones que ayuden a las mujeres al cuidado de sus hijos. Mis esperanzas en los progresos están matizados por su línea dura. No ha sido una política que haya defendido a las mujeres», añade Hasunuma. Takaichi ya anunció que, por lo que a ella respecta, desatenderá como primera ministra cualquier conciliación entre familia y trabajo. «Trabajaré, trabajaré, trabajaré, trabajaré y trabajaré».
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