El miedo, potente arma en el arsenal de Trump

Donald Trump volvió a la presidencia de Estados Unidos hace dos meses con una agenda hiperagresiva, una interpretación expansiva de la autoridad del ejecutivo y promesas de venganza. En sus ocho primeras semanas en el poder, con una sofisticación y unas circunstancias de dominio absoluto sobre los republicanos que no tenía en su primer mandato, han llegado a ritmo vertiginoso una avalancha de acciones ejecutivas. Buena parte, como los drásticos recortes bajo la batuta de Elon Musk o la operación de deportaciones de inmigrantes sin respeto a los procesos legales, ha topado de momento con la barrera de los tribunales, donde hay en marcha más de 150 demandas y se cocina un choque que lleva al límite el orden constitucional. Pero mientras la justicia avanza a su lento ritmo, Trump maneja otra arma potente y efectiva en su arsenal: el miedo.
Hay un componente ejemplarizante en numerosas de las acciones que ha tomado el republicano, ya sea en las deportaciones, en arrestos sin cargos para la expulsión de manifestantes a favor de Palestina, en la cruzada contra los programas DEI (Diversidad, Igualdad e Inclusión) o asfixiando a bufetes de abogados que ha señalado como enemigos o contra rivales políticos, Casos concretos e individuales sirven a modo de advertencia para otros. Y la estrategia está teniendo efecto y extiende temores, cambios de actitud o de acciones a modo preventivo y, también, la autocensura.
Universidades y estudiantes
Basta mirar a lo que está pasando con las universidades. A la de Columbia, en Nueva York, Trump la ha amenazado con retirada de 400 millones de dólares en contratos y becas federales por los programas DEI y por, supuestamente, no combatir suficientemente el antisemitismo en el campus. Para la de Pensilvania, su alma mater, ha dejado en suspenso 175 millones por sus políticas sobre atletas transgénero. El gobierno ha anunciado un grupo de trabajo centrado en el supuesto antisemitismo en 10 campus, ha enviado una carta a 60 avisándoles de que están bajo investigación y ha puesto sobre aviso a varios estados de que su financiación para educación también peligra.
La constitucionalidad de esos pasos es cuestionada y las acciones de Trump podrían acabar anuladas por los tribunales pero, de momento, ya ha logrado que avancen sus objetivos. Según adelantaba este viernes ‘The Wall Street Journal’, Columbia ha capitulado a las 13 exigencias que le había hecho el republicano, que incluyen prohibir máscaras en el campus y poner un supervisor a cargo del Departamento de estudios de Oriente Medio, Sur de Asia y África y el Centro de Estudios Palestinos. Y según los datos recopilados por ‘The Chronicle of Higher Education’, 41 centros de educación superior ya han desmantelado sus programas DEI.
Aunque algunos líderes como Michael Roth, presidente de Wesleyan, han criticado a Trump y a otros responsables universitarios, a los que acusó en ’Politico’ de “estar enamorados de la neutralidad institucional” que transforma “la cobardía en una política”, domina el silencio (más en las direcciones que entre el profesorado). Y Veena Dubal, profesora de Derecho y principal abogada de la Asociación Americana de Profesores Universitarios, le decía recientemente a ‘The Guardian’ que “hay un miedo extraordinario en los más altos estamentos de campus de todo el país. Los administradores están aterrados de perder millones y millones de dólares en financiación y hay mucha autocensura conforme investigadores médicos y otros que antes consideraban su trabajo apolítico ahora se replantean esa idea”.
En Columbia se produjo también el arresto de Mahmud Khalil, un graduado y residente legal en EEUU que fue líder en las protestas pro Palestina en el campus ante la guerra de Israel en Gaza, al que el gobierno tiene detenido sin cargos y quiere deportar. Lo mismo ha pasado con Badar Khan Suri, estudiante de postdoctorado en Georgetown, con visado y casado con la hija de un antiguo asesor de Hamás, que está como Khalil en un centro de detención de ICE en Luisiana. Y aunque sus dos deportaciones han sido frenadas de momento por jueces, sus casos propagan el miedo.
Varias universidades, incluyendo Yale y Brown, han recomendado a sus estudiantes internacionales que no viajen fuera del país, por temor a que no se les permita después la entrada. Muchos están borrando el contenido de sus redes sociales, han dejado de ir a protestas y callan conforme ven intensificarse el asalto a la libertad de expresión y al disenso, dudosos de qué puede incluir el gobierno en su amplio y ambiguo concepto de “antiamericano”.
Abogados
Escalofriante y de efecto inmediato ha sido también el acoso de Trump a fiscales y abogados que trabajaron en las investigaciones y casos que ha enfrentado personalmente o de bufetes que solían representar a demócratas. Con tres órdenes ejecutivas puso a otros tantos grandes despachos de abogados en la diana, incluyendo Perkins Coie, que con un veto para interactuar con el gobierno está condenada a perder clientes y a no poder hacer su trabajo. El reportero de ‘The New York Times’ que ha explicado su caso (en liza en los tribunales) ha contado como entre las grandes firmas de abogados “en privado todos dicen lo horrible que piensan que es esto, pero en público dicen muy poco”. Y en MSNBC Andrew Weissman, antiguo fiscal federal, constataba: “No hay duda de que hay miedo”.
No es solo cuestión de quedarse callado. Esta misma semana Paul, Weiss, Rifkind, Wharton & Garrison, otros de los bufetes señalados por Trump, ha capitulado y ha llegado a un acuerdo con el presidente por el que este retira la orden ejecutiva en su contra a cambio de varias concesiones, incluyendo que la firma prestará servicios legales por valor de 40 millones de dólares a causas que defiende Trump y se asegurará de no emplear programas DEI.
Sector privado y política
El miedo se palpa también en otros ámbitos del sector privado. Múltiples empresas y grandes corporaciones han eliminado sus programas DEI. Los grandes medios estadounidenses tienen problemas para conseguir que algún directivo cuestione decisiones de Trump en público, aunque en privado se muestra temor por el impacto de políticas como los aranceles. “Me sorprende el miedo que tiene la gente y lo poco dispuestos que están a hablar en público, esto no era así en el pasado”, le decía a ‘The Wall Street Journal’ Bill George, un exconsejero delegado que sigue en contacto con directivos de varios sectores. “No quieren ponerse en el lado equivocado del presidente o sus votantes. Lo que escuchas en público no es lo que oyes en privado”.
La política no queda exenta de este momento de miedo extendido. Ralph Nader recientemente denunciaba en un artículo el “silencio cómplice” ante las acciones y políticas problemáticas de Trump de George W. Bush, Bill Clinton, Barack Obama y Kamala Harris. Y cuesta encontrar a republicanos en activo que cuestionen al líder de su partido.
Tom Tillis, un senador que tuvo dudas sobre la polémica nominación de Pete Hegseth como secretario de Defensa, acabó votando para confirmar al expresentador de Fox tras haber sido amenazado con un reto en primarias (una táctica que está alimentando Musk con promesas de financiación de nuevos candidatos). Roger Wicker, otro senador republicano, se reunió en el último viaje de Volodímir Zelenski a Washington con el presidente ucraniano para mostrarle que seguía teniendo apoyo y colgó una foto del encuentro en redes sociales. Horas después se produjo la explosiva bronca en el Despacho Oval y Wicker borró su post. Y cuando ‘The New York Times’ contactó a media docena de ‘halcones’, ninguno quiso hacer comentarios. Incluso un prominente crítico de Trump durante su primer mandato pidió al diario que no pusiera siquiera su nombre en un artículo sobre el creciente silencio, apuntando a que cada vez que aparece mencionado se incrementan las amenazas de la extrema derecha.
“Cuando ves a importantes actores sociales como presidentes de universidad, medios, consejeros delegados, alcaldes o gobernadores cambiar su comportamiento para evitar la ira del gobierno es señal de que hemos entrado en alguna forma de autoritarismo”, reflexionaba en ‘The New York Times’ Steven Levitsky, profesor en Harvard y uno de los autores del influyente libro de 2018 ‘Cómo mueren las democracias’.
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