el nieto de minero que organiza la «hora feliz» de la sidra en Buenos Aires
Todas las noches, a las diez, en el “Paxapoga” se escancia sidra gratis. En el corazón de Palermo, el barrio más poblado de Buenos Aires, a esa “hora feliz” se hace una ronda por las mesas repartiendo vasos y explicando los porqués de la bebida tradicional asturiana y de su forma peculiar de consumo. Muy a menudo tienen que aclarar a una clientela sorprendida que “no lo hacemos por circo, que todo tiene un sentido y la sidra hay que servirla así”, cuenta Gustavo Vilar, el nieto argentino de un cangués de Riotorno y de una degañesa de Cerredo que regenta desde hace diez años el restaurante del Centro Cangas del Narcea de Buenos Aires. El establecimiento y el centro son su anclaje invisible con las raíces, su homenaje y su forma de no perder el contacto con la memoria de Antonio Riesco Ardura, el minero que en los años cuarenta dejó Asturias junto a su mujer, Florentina Menéndez Álvarez, huyendo de las miserias de la durísima posguerra española.
[–>[–>[–>En Argentina volvió a empezar como lavaplatos, acabó como empresario de hostelería y fue uno de los grandes impulsores de este club que fundaron sus paisanos y en el que ahora sus nietos, para no olvidar, tienen una carta en la que los platos argentinos comparten espacio con el cachopo, la fabada o el arroz con leche: había tantos emigrantes de Cangas que fundaron su propia colectividad al margen del gran Centro Asturiano de Buenos Aires. Este año “el Cangas” ha cumplido cien y unos cuatrocientos socios que mantienen encendida la llama…
[–> [–>[–>Uno de ellos es Gustavo Vilar, cuarenta años, uno de tantos representantes de la nueva asturianía de los nietos de la emigración, uno de esos argentinos nativos que se ha empeñado en no romper el vínculo con la tierra de los abuelos. Estudió para “contador público”, el equivalente español a la Administración y Dirección de Empresas, pero la pasión por la gastronomía le hizo heredero del negocio de hostelería que el abuelo materno abrió en 1978 en Pinamar, una localidad turística de la costa atlántica argentina, que ahora se ha multiplicado por tres y que Gustavo gestiona con la ayuda de sus hermanos Diego, arquitecto, y Alejandro, ingeniero de sistemas.
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Al local original le sucedió otro en Cariló, muy cerca de Pinamar, y hace diez años que abrazaron sin dudar la oportunidad que les abrió la jubilación del antiguo gerente del restaurante del “Cangas”, el Centro Asturiano al que les llevaba el abuelo y del que quizá se habían apartado un poco después de su fallecimiento.
[–>[–>[–>Todos sus restaurantes se llaman “Paxapoga”, como el original de Pinamar en el que los tres hermanos pasaron su infancia. El nombre lo tomaron los abuelos de una famosa sala de fiestas que había en Madrid, “Pasapoga”. En realidad era un acróstico hecho con las iniciales de los nombres de los fundadores, pero les gustó y lo adoptaron, cambiando la S por la X, “quizá por el ‘puxa’ asturiano y la X característica del bable’”, conjetura Gustavo, el encargado de traer el nombre, el negocio y el legado familiar hasta el presente.
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En el suroccidente asturiano de la posguerra, Antonio Riesco y Florentina Menéndez se habían conocido cuando él iba a comer a la casa donde “Tina” ayudaba a su madre a cocinar para los mineros de Cerredo. Los quince días de viaje en Barco hasta Buenos Aires, desde donde los había reclamado un familiar, cambiaron sus vidas para siempre. Él empezó de lavaplatos, ella en una portería y el tiempo y el esfuerzo les dieron la oportunidad de hacer real el sueño de fundar su propio negocio.
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[–>Cerca de cuarenta años después del inicio de aquella aventura, a los hermanos “nos gustó mucho la idea” de reiniciar el camino en el Centro Asturiano en el que el abuelo llegó a ser capitán del equipo de bolos. Vieron la oportunidad de hacer un “homenaje a nuestros abuelos” y de “asturianizar nuestro menú”, porque en Pinamar el abuelo ofrecía tortilla y paella, pero no platos asturianos… Dicho y hecho, ahora dan comidas y cuentan historias, cocinan fabada con el chorizo y la morcilla que hacen en Argentina unos descendientes de asturianos y traen la sidra de la bodega que tienen otros en la Patagonia.
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A las diez la regalan para enganchar al público argentino, que no la conoce y necesita pedagogía. “El argentino está acostumbrado a la sidra champanizada, más dulce y con más gas. La mejor forma que encontramos es regalarla y escanciar para todos…” Y explicar de dónde viene y por qué se sirve así, y contar en Halloween la tradición del Samaín celta, “y ahora con Papá Noel la del Anguleru…”
[–>[–>[–>La reconquista de las terceras generaciones
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Gustavo Vilar es un argentino hijo de argentina y un nieto de asturianos y gallegos que ha visto a mucha gente, “pero muchísima”, llorando al comer en su restaurante una empanada o una fabada que le devuelven a su tierra, pero también ha comprobado que con el correr de las generaciones esa conexión tan estrecha se puede desenchufar. “En Buenos Aires hay muchos centros españoles que han ido quedando sin actividad porque faltó el traspaso de la generación de mis abuelos y mis padres a la mía”, confirma.
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“Lo veo en muchos hijos de los que iban al centro, que se criaron allí dentro y ya casi no van…” Su receta para la reconquista vendría de “actualizar la lista de actividades que ofrecen los centros para atraer a jóvenes” y allí, en concreto, quizás el fútbol. “El argentino es muy básico. Dale fútbol, dale una pelota y lo tenés”, afirma con su acento porteño. “Aquí hubo una época en la que la gente ya no venía tanto hasta que se organizó un torneo de fútbol de clubes españoles. El problema es que sólo duró un año…”
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A los dieciocho años, a él también le ayudó un viaje a Asturias, “el primero que hice solo”. “Nada más lindo que estar en Riotorno y escuchar sobre el terreno las historias que contaba mi abuelo. Es muy bonito poder poner lugar y paisaje a todo lo que te habían contado”, pero si pedir viajes es demasiado él apostaría por la cultura. “Cuando hay un escritor asturiano anda presentando un libro, estaría bien que los centros por hicieran alguna difusión, que colaboren. Cualquier cosa relacionada con la cultura sería bien recibida”. Habla de cultura en sentido amplio, recordando un ejemplo gastronómico –la iniciativa “Tapeando”, que promueve la embajada española y lleva el tapeo a los restaurantes de Buenos Aires– y otro musical: “Hace poco estuvo aquí Melendi, que yo sé que es otro nivel de artista, pero su visita se podría haber usado desde los centros asturianos de alguna manera para promover un poquito la cultura…”
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