El ‘Schindler norcoreano’ que ha rescatado a 4.000 desertores con ayuda de una red ‘criminal’: «Una vida cuesta 10.000 $»
Como si fueran heridas de metralla, un puñado de marcas oscuras en forma de estrella salpica las piernas de Stephen Kim. «Son mordeduras de sanguijuelas gigantes”, explica, mientras se acomoda la pernera del pantalón. Son las cicatrices visibles que ha acumulado tras más de tres décadas ayudando a desertores norcoreanos a escapar desde China a través del río Mekong, una arteria de 4.350 kilómetros que atraviesa siete países del sudeste de Asia.
Kim alza la vista y sonríe. «Las que no se ven son más profundas”, asegura.
Ataviado con un elegante traje azul y una tablet en la mano, nadie diría que este hombre de gesto juvenil tiene 60 años. Tampoco, que es pastor protestante. En su país, Corea del Sur, le conocen como el Pastor Superman, un apodo que rechaza con cierta timidez. «No me parezco en nada a un superhéroe”, admite.
El mote, sin embargo, es fruto de un juego fonético: en coreano, la expresión «hombre triste» suena muy parecida a «superman”. «Soy una persona triste porque mi trabajo lo es”, aclara. Se refiere a la labor de ayudar a aquellos niños y mujeres que en su huida de Corea del Norte caen en las redes de tráfico humano en China y se convierten en víctimas de esclavitud sexual.
En total, se estima que Kim ha rescatado a más de 4.000 desertores. Más que ninguna otra persona. Y lo ha hecho, además, con el apoyo de una red de colaboradores, cuando menos, inusual, formada por criminales y drogodependientes. Paradójicamente, bajo la ley de algunos países, esta operación de rescate humanitario le convierte en un ‘traficante de personas’, aunque su objetivo no es hacer negocios, sino acompañar a los norcoreanos hacia la libertad.
Un norcoreano vigila la frontera. Imagen de archivo.
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Kim ha sido arrestado hasta en ocho ocasiones. Pasó varios meses en una celda en Tailandia. Fue torturado en una cárcel en China. Sobrevivió a un intento de asesinato. Él y su familia han recibido amenazas de muerte. Encabeza la lista de los más buscados por los servicios de inteligencia de norcoreanos y la policía secreta china. Tiene miedo, confiesa, pero éste se disipa cuando tiene que salvar una vida.
«Está haciendo el mismo trabajo que hizo Oskar Schindler cuando salvó a miles de judíos del Holocausto». Quien habla es E. Jisung, reconocido escritor surcoreano y autor de 10.000 Miles, un libro en el que narra los años que ha acompañado al religioso en sus arriesgadas misiones de rescate. Una obra en la que también documenta los horrores a los que se enfrentan los disidentes.
Sentado junto a quien considera ya su amigo en una cafetería de Madrid, Jisung explica a EL ESPAÑOL que esos 10.000 kilómetros representan la distancia que deben recorrer una persona desde que escapa de su país hasta alcanzar un lugar seguro en libertad. Es decir, cuando llegan a un país en el que pueden solicitar asilo.
10.000 km hacia la libertad
La odisea de los desertores norcoreanos comienza en cuanto salen de su país, en la frontera con China, una extensión de más de 1.400 kilómetros cercada con alambre de púas en varios tramos. Además, desde la llegada de Kim Jong-un al poder en 2011, la represión se ha incrementado considerablemente. Desde la pandemia de la COVID-19, además, la vigilancia se ha incrementado y los guardias fronterizos tienen la orden de disparar a la vista a cualquier persona o animal salvaje que se acerque.
Soldados norcoreanos permanecen en el lado norcoreano, uno de ellos utilizando una cámara, mientras soldados surcoreanos los enfrentan en la frontera de la zona desmilitarizada (DMZ), en Panmunjom.
Reuters
Cruzar al otro lado tampoco garantiza la seguridad. Aunque huyen de la persecución y de condiciones inhumanas, China los considera como migrantes económicos ilegales, por lo que se les niega la protección internacional reservada a los refugiados. Esto los deja en una situación extremadamente vulnerable. Como resultado, la mayoría de los desertores —en su mayoría mujeres, según datos del Ministerio de Unificación surcoreano— se ven obligados a vivir en la clandestinidad, sin documentos ni acceso a servicios básicos. Sin datos oficiales, se estima que hay cerca de 50.000 norcoreanos en territorio chino.
Y es que a pesar de que el derecho internacional consagra el principio de no devolución —que prohíbe retornar a una persona a un país donde pueda enfrentar tortura, tratos inhumanos o persecución—, China sigue repatriando forzosamente a los ciudadanos norcoreanos. Se estima que cerca del 60% acaban cayendo en las manos de las mafias y las redes de trata. Según denuncia un informe de Naciones Unidas, muchas mujeres son vendidas como esclavas sexuales o forzadas a casarse con ciudadanos chinos en las zonas rurales para continuar con la línea familiar.
Se calcula que el 60% de los norcoreanos que llegan a China acaban siendo víctimas de trata
El activista explica que a veces son las propias víctimas las que consiguen ponerse en contacto con su organización (Misión Jericó) a través de aplicaciones de mensajería como WeChat. Otras veces son las familias, ya asentadas en Corea del Sur —donde residen cerca de 35.000 desertores, de acuerdo con las cifras oficiales— o incluso desde el norte, las que piden ayuda.
Es en ese momento cuando se activa un complejo operativo de rescate que dura, en el mejor de los casos, unas 100 horas. Durante todo ese tiempo, el pastor coordina el rescate y envía instrucciones en tiempo real a través de varios teléfonos móviles. «Es para evitar a los hackers norcoreanos”, sostiene.
El propio Kim ha diseñado el camino utilizando las antiguas rutas del tráfico de opio de los siglos XVIII y XIX, que serpentean por China hasta Tailandia. Los desertores, disfrazados como turistas, atraviesan montañas, selvas y pasos fluviales caminando hasta 40 kilómetros seguidos hasta llegar a la linde con Laos o Vietnam. Pero allí tampoco están seguros, ya que en estos países tampoco son reconocidos como refugiados con plenos derechos de asilo y suelen ser deportados a China.
El río Mekong que atraviesa siete países.
La única manera de acercarse a la libertad es cruzando a Tailandia, a donde llegan en bote a través del río Mekong. Es desde allí que los norcoreanos pueden, tras entregarse a las autoridades, finalmente solicitar su traslado a Corea del Sur, donde son automáticamente considerados ciudadanos con todos los derechos y protecciones.
Colaboradores y negociaciones con la mafia
Kim no sólo lleva la batuta de los operativos, sino que participa directamente en ellos. Cuenta con la ayuda de 33 colaboradores, contactos locales a lo largo de la ruta que facilitan el transporte, hacen de guía u ofrecen refugio a los disidentes, que cambian de manos de entre 11 y 13 veces. «Ayudar a un norcoreano se castiga con penas muy severas en China, Laos o Vietnam; por eso las personas que colaboran con nosotros son delincuentes o drogadictos, personas acostumbradas a este tipo de vida», señala.
«Tratar con ellos conlleva algunos riesgos», asegura. Y es que en ocasiones, los intermediarios pueden estar colaborando con las autoridades chinas o laosianas, o ser espías norcoreanos. También hay contrabandistas que intentan aprovecharse y piden mucho más dinero de lo que se necesita para el rescate.
«Ayudar a un norcoreano se castiga con penas muy severas, por eso quienes colaboran con nosotros son delincuentes o drogadictos»
«Rescatar a un disidente es caro», reconoce el pastor, que asegura que él no obtiene ningún beneficio personal. Antes del coronavirus, desgrana, el coste, entre transporte, alojamiento e intermediarios, era de 1.000 dólares por persona. «Ahora supera los 10.000», asegura.
«Nosotros pagamos ese dinero», dice. Los fondos provienen de lo recaudado a través de ONGs, pero también de los donativos que el escritor consigue para la causa mediante sus charlas en YouTube, donde tiene 300.000 seguidores, y en conferencias. El escritor confiesa que al inicio observaba al pastor con desconfianza, preguntándose si aquel hombre que arriesgaba tanto lo hacía realmente por fe o si en el fondo buscaba ganar dinero con las rutas de rescate. Las dudas, sin embargo, se disiparon cuando, tras investigarle, comenzó a ir con él a los rescates. «Vi que era una persona íntegra», sostiene.
A veces, el pastor se ve obligado a negociar con las mafias para comprar y poner a salvo a los desertores. «Un grupo de trata de personas exigió 9,5 millones de wones (aproximadamente unos 7.200 dólares) para liberar a dos mujeres jóvenes, amenazando con venderlas a un burdel si no se realizaba el pago ese mismo día», relata.
A pesar de los esfuerzos, los rescates no siempre terminan bien. «Esta es la travesía más peligrosa del mundo», afirma el pastor Kim. Y añade: «Nunca sabes lo que te espera». Además del clima extremo, los disidentes se enfrentan a peligros naturales como serpientes venenosas, que pueden provocar parálisis o incluso la muerte. Deben atravesar acantilados rocosos, y cualquier error puede hacer volcar la embarcación, con el consiguiente riesgo de ahogamiento.
«Algunos han muerto durante el trayecto», admite Kim, juntando las manos a la altura del esternón.
El retorno forzado
A eso se suma el constante riesgo de ser capturados por las autoridades chinas. «Aproximadamente uno de cada 15 grupos que intenta escapar es detenido por las fuerzas de seguridad», explica. Y salvo que logren sobornar a los agentes o intervengan organizaciones internacionales de derechos humanos, la consecuencia es casi siempre la misma: la devolución forzada a Corea del Norte, donde los castigos varían en severidad según el lugar final que tuviera el intento de fuga.
Según explica a este periódico Lina Yoon, investigadora senior de Human Rights Watch (HRW) especializada en la península de Corea, los desertores enfrentan dos posibles destinos. Aquellos detenidos en China suelen ser tratados como prisioneros comunes y enviados a campos de trabajo —también conocidos como centros de reeducación—, donde permanecen como mínimo un año.
Sin embargo, si las autoridades detectan algún indicio de que el detenido intentaba huir a Corea del Sur, las consecuencias son mucho más graves. En estos casos, se les acusa de traición a la patria, una infracción considerada especialmente grave por el régimen.
Tanto ellos como sus familias son etiquetados como prisioneros políticos y enviados de por vida a campos de control, donde permanecen incomunicados, sometidos a trabajos forzados extremos, desnutrición crónica y todo tipo de abusos, ha denunciado en varias ocasiones Naciones Unidas. Las posibilidades de sobrevivir en estos lugares son prácticamente nulas. «Es pura violencia institucionalizada, no hay ningún respeto por la vida humana», zanja Yoon.
El religioso es consciente de este riesgo y al ser preguntado sobre si continuará con su labor humanitaria se permite varios segundos para pensar. «Personalmente, no quiero seguir con este trabajo, sufro mucho«, comienza. «Pero mientras haya apoyo económico y personas dispuestas a trabajar conmigo, seguiré adelante mientras sea necesario”.
Luego, enciende su tablet y muestra la imagen de una niña de unos siete años que mira directamente a la cámara. Es una de los muchos niños norcoreanos que ha logrado rescatar. En su caso, explica, fue sacada de China porque sufría abusos por parte de su padre.
«Cuando llegó a Seúl, apenas sabía decir una palabra en coreano», relata. «Pero solo un mes y medio después, ya puede expresarse un poco», añade con una leve sonrisa. Pulsa el botón y en la pantalla aparece la niña, sonriente, saludando con la mano. «Gamsahamnida«, dice alegre. «Gracias».
«Casos como este me impulsan a seguir adelante», concluye Kim, y asegura que «el poder de salvar a un ser humano es más grande que cualquier sufrimiento que pueda pasar».
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