El Vate de Italia, entre tinieblas

La compleja personalidad del poeta, demagogo nacionalista, condottiero y héroe de guerra italiano Gabriele D’Annunzio (Pescara,1863–Gardone Riviera,1938) arroja tanto ruido abyecto como munición para convertirlo en uno de los personajes más seductores de su tiempo. Aunque superior el personaje a su propia obra, también esta ejerció una fascinación incomparable en Italia durante décadas. Apodado «Il Vate», D’Annunzio probablemente no fue jamás un poeta puro, tampoco cuando cantaba la divinidad de la palabra y el carácter sobrehumano del verso, porque, como escribió Giuseppe Petronio, en su «decadentismo estetizante» la palabra, la poesía, el verso –para él, era todo–, la belleza, los veía siempre como instrumentos de una acción para influir sobre la realidad del mundo y modificarlo. Por algo, durante años se sintió atraído por Wagner. Dedicó la primera gran parte de su vida a escribir y cuando ya tenía una edad avanzada decidió ser soldado: el soldado de Italia. Situó su visión del mito del superhéroe y el invento de sí mismo por encima de su peor creación, el fascismo, inspirado aunque burdamente en sus poses. Por eso los nuevos fascistas acabaron viendo en él una amenaza y cuando murió respiraron aliviados.
El dannunzianismo, que había inspirado a través del lenguaje el neofascismo que Mussolini encuadraba en un fascio más antiguo, había encontrado antes su propio espacio como un fenómeno singular en los primeros años del siglo pasado. Cuenta Leonardo Sciascia, a propósito de un farmacéutico siciliano de Pachino, cómo «Laudi del cielo, del mare, della terra e degli eroi…» (del poema «Gli indizii» ) produjo el efecto de una bomba entre la intelectualidad provinciana, quizás pueblerina pero ávida de una modernidad, el estupor y la admiración hacia un poeta «más, más», igual que si se tratara de una revelación capaz de superar a Dante, Petrarca, Leopardi o cualquier otro; un acontecimiento que, según el escritor siciliano de Racalmuto, explicaba lo que empezaba a suceder ya en Italia con las generaciones que pedían más a la vida.
Aunque D’Annunzio haya sido un caso único en la literatura italiana y su figura sobrepase el valor innegable de su notable escritura, resulta imposible olvidarse de «Nocturno», los cuadernos de guerra de un aviador entre tinieblas, que se encuentra entre lo mejor que escribió y que ahora recupera la editorial Fórcola en una preciosa edición de Javier Jiménez con las ilustraciones originales de estilo prerrafaelita de Adolfo de Carolis, abundantes notas y una completa cronología, incluyendo además como apéndices «La burla de Buccari» y el poema irredentista «La canción del Carnaro». Triste e intensa evaluación del poeta sobre su vida, fue escrita en 1916, en plena Primera Guerra Mundial, cuando el avión biplaza en el que volaba D’Annunzio se vio obligado a descender sobre el agua. Durante la peligrosa maniobra, el poeta se golpeó la sien derecha con la ametralladora de proa y sufrió una herida grave a la que inicialmente quiso sobreponerse desatendiendo el consejo médico. Para curarse y no perder también el ojo izquierdo –el derecho ya no tenía remedio– fue obligado a permanecer en cama, casi inmóvil y con los ojos vendados, durante tres meses, en la Caseta Rossa de Venecia, asistido por su hija Renata. Allí, en esa posición, condenado a una inactividad, halló consuelo en la escritura. Hizo que su hija cortara miles de finas tiras de papel y luego, sosteniéndolas una a una sobre una tabla de madera, dibujó una línea para cada tira, con sus emociones, impresiones y recuerdos, sin poder ver ni controlar lo que escribía. Más tarde las distintas tiras, en total unas diez mil, fueron recopiladas y transcritas por la propia Renata. Años después, en 1921, el poeta retomó su obra y la publicó corregida e integrada bajo el título de «Notturno».
Cuenta D’Annunzio que tiene los ojos vendados y se encuentra acostado boca arriba en la cama, con el torso inmóvil y la cabeza echada hacia atrás, un poco más abajo que sus pies. Escribe en una lista estrecha de papel con una sola línea y el lápiz deslizándose entre sus dedos. El pulgar y el dedo medio de la mano derecha apoyados en los bordes se deslizan a la vez que la palabra. Usa la última falange del dedo meñique como guía para mantener una rectitud, firmes los codos contra sus costados. De ese desafío a la oscuridad, conviviendo con el dolor, que describe a cada paso, en una postura antinatural, se abre al lector este «Nocturno» con una prosa que por la brevedad del párrafo, de sus frases, guarda ecos de futurismo sin pretender, en cambio, asesinar la sintaxis como hicieron los futuristas y el propio Marinetti. «Como el arrobamiento de una melodía que brota inesperada de una orquesta profunda; como la revelación de un verso que despierta el sonido secreto del alma; como el mensaje del viento que es la rapidez del infinito en marcha; con un espíritu sin orilla, con un cuerpo sin forma, con un goce que parece terror, yo siento la idealidad del mundo». (pag 72).
«Nocturno» es el libro revolucionario y representativo, perteneciente a la última fase de la producción de un autor extremadamente singular, y se distingue por el uso constante de períodos cortos, la ausencia de un verdadero diseño narrativo, la prevalencia de una prosa lírica e impresionista, el dominio del recuerdo y del punto de vista subjetivo. Lo descrito en él no es ciertamente la realidad, sino lo que la esfera del ego capta y valora de ella. El tema subyacente surge como una palpitante sensación del fin de las cosas: la presencia, casi, de la muerte. Y del modo que suele ser habitual en todo aquello que escribió, campa la erudición exquisita, ese halo musical que envuelve la frase y el período, el plano sensual de la palabra incluso en las circunstancias en que el pensamiento se ve envuelto en tinieblas. Si verdaderamente divina es la belleza, divina ha de ser la palabra que debe desvelarla, sin considerar que en la belleza de D’Annunzio el dolor tiene un significado especial como sucede en esta su memoria oscura.
Nocturno
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