el verdadero corazón de Europa cumple 40 años en plena crisis existencial
El espacio Schengen de libertad de movimiento cumple 40 años con los controles fronterizos temporales y excepcionales que prevé el marco legal del espacio convertidos en cotidianos, y con cuestiones relativas a la seguridad, la gestión de los flujos migratorios, y el endurecimiento de los discursos y las políticas, como principales retos.
Aquellos que tengan menos de 30 años, no recordarán que hubo un tiempo en el que para viajar por Europa había que enseñar el pasaporte. Que había controles y garitas en cada frontera. Había que pedir permisos y hacer papeleo. La que escribe no lo recuerda. Hace 30 años que se creó el espacio Schengen, tal y como lo conocemos, y se eliminaron las fronteras físicas entre España, Portugal, Francia, Bélgica, Luxemburgo, Alemania y Países Bajos; y exactamente 40 de la firma del acuerdo que lo hizo posible.
La libertad de movimiento es la piedra angular de la construcción europea. El beneficio más tangible quizá para los ciudadanos de la Unión y también la base del desarrollo económico en el que se asienta. Lo que empezó siendo un acuerdo intergubernamental es ahora parte fundamental del bloque. Porque con la creación del espacio Schengen se abolieron las fronteras físicas en un continente lastrado por una guerra impulsada, precisamente, a partir de las divisiones, de las diferencias.
El corazón de Europa
El corazón de Europa no está en Bruselas, sino en Schengen, una pequeña localidad luxemburguesa de apenas 5.000 habitantes. Fue allí, el 14 de junio de 1985, donde los líderes de Francia, Alemania, Luxemburgo, Bélgica y Países Bajos firmaron el acuerdo del mismo nombre en el que se comprometieron a eliminar las fronteras entre sus países.
Lo hicieron a bordo del Princess Marie-Astrid en el punto exacto del río Mosela en el que se juntan las fronteras luxemburguesa, francesa y alemana, símbolo de la reconciliación europea. El Princess Marie-Astrid volverá a la ciudad de Schengen para las celebraciones del aniversario, según la prensa local.
Desde entonces, 24 países se han unido a lo que se constituyó formalmente como el espacio Schengen en 1995. El Tratado de Ámsterdam dos años después lo integró formalmente en el acervo comunitario, lo que ha permitido en los últimos casi 30 años avanzar en la cooperación en materia de políticas de seguridad y migratorias.
Actualmente, son 29 países los que han eliminado sus controles fronterizos internos. Todos son miembros de la Unión Europea, excepto Islandia, Noruega, Suiza y Liechtenstein. Los últimos han sido, el pasado mes de enero, Bulgaria y Rumanía, Mientras que países miembros como Irlanda y Chipre tienen una cooperación reforzada con el espacio y aplican parte de sus normas, pero mantienen ciertos controles en su territorio.
Referéndum en Suiza para adherirse a la zona de Schengen el 5 de junio de 2005. / STEFFEN SCHMIDT / AP
Todo esto no sería posible «sin la solidaridad, la confianza mutua, la transparencia y la infatigable voluntad de cooperar entre las partes«, decía allá por 2005 el entonces vicepresidente de la Comisión Europea, Franco Frattini, cuando se cumplían 20 años de la firma del acuerdo.
Cooperación reforzada
Más de 450.000 millones de ciudadanos se mueven libremente en el espacio Schengen, tres millones y medio de ellos cruzan alguna frontera a diario para ir a trabajar, estudiar, visitar a su familia, según cifras de la Comisión Europea. Todo esto sin contar con los millones de ciudadanos no comunitarios que residen legalmente en algunos de los 29 países del espacio, o los turistas que visitan cada año el continente.
El espacio Schengen es el área de libertad de movimiento entre países más grande del mundo. Hacerlo posible implica un ejercicio de cooperación sin precedentes. Un ejercicio en el que además participan países que no forman parte de la Unión Europea, lo que lo hace todavía más complejo.
En la práctica, existen normas comunes tanto para la gestión de las fronteras externas como para la emisión de visados para larga o corta estancia. Para garantizar la seguridad, se establece una cooperación reforzada entre los servicios policiales y judiciales, con vistas a la persecución del crimen transfronterizo. Para facilitar todo eso, los países miembros comparten regularmente información.
Schengen es además un elemento fundamental para el crecimiento económico de la UE. Por un lado, al eliminar los controles fronterizos, agilizar el papeleo y eliminar las grandes colas de camiones que se producían en el pasado para atravesar la frontera, facilitando el comercio entre países del bloque. Además, impulsa la movilidad laboral.
Las tres crisis
Pero Schengen no pasa por su mejor momento. La premisa de la que partía es que reforzar esa cooperación debía servir para garantizar la libertad de movimiento. Pero en los últimos años, la crisis de gestión de los flujos migratorios, la oleada de ataques terroristas entre 2014 y 2017, y la pandemia del covid en 2020 han puesto en jaque la naturaleza del espacio.
Un guardia de seguridad toma la temperatura de un viajero en un control en el aeropuerto de Figumicino de Roma, durante la pandemia. / EFE
El caso de la pandemia fue especialmente particular. La necesidad de frenar el contagio del virus forzó a los gobiernos a tomar medidas excepcionales. Esto también se tradujo en la reintroducción de controles fronterizos, aunque en este caso con el objetivo de frenar los movimientos innecesarios y asegurar más tarde que quienes se movían no portaban el virus y estaban vacunados.
«Los primeros meses de la pandemia nos mostraron lo que ocurre cuando Schengen deja de funcionar: Europa se paraliza«, aseguró la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen en noviembre de 2020, durante un discurso por el 35 aniversario del espacio. «Puede parecer una paradoja, pero esta experiencia me hizo confiar mucho en el futuro de Schengen», añadió.
Sin embargo, en ese mismo discurso, la propia Von der Leyen aludió al que es todavía el principal problema de Schengen: la reintroducción de controles ha pasado de excepcional y temporal a ser habitual. En lo que va de año, 11 países, entre ellos España, han solicitado reintroducir controles fronterizos. Algunas de las peticiones están vinculadas a amenazas específicas a la seguridad, como el terrorismo o los intentos de injerencia de Rusia. Pero la mayoría de los gobiernos que las piden aluden a la migración.
Eslovenia habla de «graves amenazas para el orden público y la seguridad interior planteadas por un alto nivel de amenazas terroristas y delincuencia organizada» que achaca al tráfico de personas y armas desde los Balcanes. Italia apunta a una «amenaza continua de infiltraciones terroristas en los flujos migratorios». Y Austria habla de «la presión sobre el sistema de recepción de asilo y los servicios básicos». Los argumentos que esgrimen Alemania, Francia, Países Bajos, Bulgaria, Dinamarca o Suecia son parecidos.
La frontera entre Bulgaria y Grecia en Kulata, que el 1 de enero ingresó al espacio de Schengen. / VALENTINA PETROVA / AP
Un futuro incierto
Uno de los objetivos del Pacto Migratorio que la UE aprobó en mayo del pasado año es restaurar la confianza entre los países. Primero, porque supone un endurecimiento de los controles a la entrada de personas en el territorio. Segundo, porque fomenta la cooperación entre países con el objetivo de desincentivar los movimientos secundarios. Buena parte de las personas migrantes llegan a países de primera línea pero su destino está más lejos.
Sin embargo, la implementación del pacto –que entrará en vigor en 2026– sigue siendo una incógnita. Un puñado de países pide acelerar su puesta en marcha, mientras otros como Hungría o Polonia amenazan directamente con no aplicarlo. Todo esto en un contexto de incertidumbre geopolítica e inestabilidad en las regiones vecinas de la Unión que amenazan con hacer todavía más complejo el ejercicio.
En una declaración conjunta firmada por los Veintisiete el pasado jueves, en vista del 40 aniversario de Schengen, los ministros de Justicia e Interior se marcaron siete prioridades. Entre ellas, están intensificar la cooperación policial e interinstitucional o invertir en el funcionamiento del espacio, por ejemplo con el uso de nuevas tecnologías. Pero sobre todo, el foco está puesto en endurecer los controles externos e intensificar las deportaciones.
Todo esto, manteniendo «un alto nivel de confianza mutua entre los Estados miembros», dicen los Veintisiete. En esa declaración conjunta, los mismos ministros que introducen de manera regular controles fronterizos reiteran una vez más que estos tienen que ser «el último recurso«, la excepción.
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