Entre San Ambrosio y San Ángel González
Mañana, San Ambrosio, patrono de Milano, se inaugurará, como es tradición, la temporada operística de la Scala. Se dice que todo buen musulmán, además de lacónicos rezos diarios y sus no menos lacónicas costumbres gastronómicas e indumentarias, ha de viajar a la Meca saudí, al menos ¡una vez en la vida!, practicando así oración más directa y purificada. Los que somos, o fuimos, irritables puritanos operísticos, nos prestaba imponernos asistir, en efecto, una vez en la vida, a la noche de San Ambrosio de la Scala, al fin y al cabo Meca de la Ópera. Eso hicimos, también por una vez, mi mujer, mi hija y yo, acompañando a otros «tifosi», los matrimonios Caicoya-Cechini y Zozaya-Irujo. Fue una noche memorable, donde Mutti y nuestro entrañable amigo Zedda pusieron en escena La Vestale de Spontini. Resultó que aquella función se dedicó a los viudos de la Callas, que a punto estuvo de cantar en Oviedo como contaré en próxima sabatina.
[–>[–>[–>Viudos de la Callas, la denominación cayó en gracia a Toni Caicoya. «Viudos», pero de Ángel González, nos llama hogaño un periódico de cabecera nacional a los que fuimos patronos mortis causa de su Fundación, incapaces de entendernos con su estimada joven viudita. El origen de esa calificación hereditaria, al parecer, fue canción en el gran Joaquín Sabina.
[–> [–>[–>Sergio Fanjul, ovetense, y supongo que también oviedista, de la diáspora, ensalza al poeta en su centenario, que nació aquí en 1925, aunque según el prudente concejal Juan Álvarez el Ayuntamiento se haya confundido en ¡700 metros de ciudad!. Ese aquí es Oviedo, su ciudad de «sucias tejas soleadas…» nunca Uviéu por más que se empeñen la docta Consejera de Cultura y la imaginación perturbada de una traducción inventada al asturiano en la TPA. Es magnífico que el escritor siga siendo recordado, aunque el Ayuntamiento, del que su padre fue concejal y él mismo hipotético candidato a serlo, pues ocupaba el último puesto, simplemente para dar lustre a una alternativa que, contra todo pronóstico, ganó, pero, claro, no hasta obtener el último número que dignamente ocupaba. No busco polémica localista, «pueblo pequeño, infierno grande», pero me resulta lamentable que, con toda la buena fe que se quiera, una docta consejera le considere ciudadano de para él un imposible Uviéu y el Ayuntamiento yerre en setecientos metros con su lugar de nacimiento y no suprima todavía la falsaria placa.
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¿V…iudos?, mejor v…ale, Vale tal termina el Quijote.
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