Es un buen momento para que en Asturias abran los ojos y miren hacia los artistas que estamos fuera
Eduardo Vallejo (Mieres, 1991) es un director y coreógrafo asturiano residente en Madrid especializaado en danza clásica y contemporánea. Dirige la compañía artística que él mismo fundó, Ogmia, y atesora una larga trayectoria en el sector. Empezó en las artes marciales. Lo explica en esta entrevista.
[–>[–>[–>– ¿Cómo empezó en la danza?
[–> [–>[–>– Crecí en Mieres, me crie allí. Estudiaba en distintas escuelas de danza en Gijón y Oviedo. Antes había pasado 14 años entre artes plásticas y artes marciales. Las marciales me las permitían en casa; la danza fue una decisión propia, porque bailar era lo que más me gustaba. Lo decidí con quince años. En una clase de volumen, Jorge, un profesor de Bachiller, me dijo: “¿Por qué no te dedicas a esto?”. Cuando alguien te lo plantea, te cambia algo. Empecé a buscar escuelas y encontré varias en Oviedo. Incluso hice algo en la Ópera.
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– ¿Qué le decían en la Cuenca cuando dijo que quería dedicarse a esto?
[–>[–>[–>– Siempre existe el miedo por aquello de vivir de las artes. En mi caso tuve la independencia suficiente para aferrarme a ello, formándome y trabajando.
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– Y se fue por el mundo.
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[–>– Sí. Empecé a trabajar como freelance en distintas compañías. Estuve en Italia, Suiza, Rumanía, Alemania… siempre en danza contemporánea. Era muy joven y aprendí a experimentar distintas realidades, con sus pros y sus contras.
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– ¿Cómo llega después a Madrid?
[–>[–>[–>– Estuve como profesor en algunas universidades. Compatibilizaba eso con producción, con mi trabajo como bailarín y como profesor. Luego lo dejé todo, regresé una temporada a Asturias y finalmente me instalé definitivamente en Madrid.
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– ¿Y cómo fueron esos inicios en Madrid?
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– Duros. Madrid es muy grande y necesitas empaparte del sector. Poco a poco lo fui llevando mejor. Mi vida siempre ha estado más encauzada hacia la creación que hacia la interpretación; siempre sentí más curiosidad por eso. Cuando llegué autoproduje mi primera creación como artista independiente y después monté mi propia productora.
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– Fundó su propia empresa. ¿Por qué?
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–En 2018 fundé Batbox Productions, que es la productora que me sirve como infraestructura de mis proyectos. Al año siguiente fundé Ogmia, la compañía de danza. Trabajo con mi socio, Diego Cabia, que se ocupa de la producción y la gestión de la compañía. Fue todo muy rápido. Venir de una Cuenca minera y de una familia muy humilde lo hace más complicado, y sigue siéndolo. El apoyo a la danza en España es limitado, pero todo se va encauzando si te rodeas de gente que construye y no destruye. Dependiendo del proyecto llegamos a ser 24 personas en la compañía y, de forma estable, somos tres durante todo el año.
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– ¿Qué es la danza para usted?
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– Para mí la danza es todo: la codificación del movimiento. Desde el corazón de un niño gestándose en el vientre materno, todo es movimiento. Y nosotros, como seres, lo hemos codificado creando un lenguaje.
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– ¿A qué dedica exactamente su día a día?
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– Me dedico al cien por cien a la creación, a la dirección artística y a la coreografía, desde el diseño y la dirección de escena hasta la música, aunque también trabajamos con equipos externos. Mi día a día son ensayos, creación y pensar futuros proyectos. Luego está la producción, asumir todos los procesos. Acabo de estrenar la obra Bloodmoon con ocho bailarines internacionales, en Móstoles.
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– Tiene también el proyecto “Movimiento dactilar”. ¿Qué es?
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– Es un proyecto sobre la creación de la danza a través del individuo. Las herramientas con las que cuentas —el personal humano— vienen de lugares geográficos concretos, con sus influencias, miedos, inseguridades… Todo eso genera una dramaturgia en cada uno. El proyecto investiga qué sobrelectura puede hacer el espectador del actor.
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– Habla de Bloodmoon como un punto álgido.
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– Sí. Siempre hablamos de lo último, pero en este caso creo que es un punto de madurez que llevaba tiempo buscando.
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– Ha llegado a recibir 700 solicitudes para una audición.
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– Sí. Para una obra hice audiciones y aplicaron 700 personas. Invité a 20 a un taller-audición de dos días y de ahí salió el reparto que escogimos. Lo intento hacer todo desde un lugar humano; cuando aplica tanta gente es enriquecedor y positivo, aunque también había gente que quería venir desde Nueva York o Japón, lo cual es muy costoso en lo personal.
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– Ha dicho alguna vez que no se siente identificado con ningún género, ¿qué quiere decir?
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– Si tuviera que definirme diría que soy “posgénero”. No me interesa tanto la cuestión de género como los contextos. Tendría que ver más con lo no binario. Me identifico más como un chico, pero no quiero que nada coarte mi proceso artístico ni el de los intérpretes. No me interesa castrar nada.
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– ¿El arte se sigue asociando a la izquierda?
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– No sabría decirle. El arte es político, como todo, pero no siempre es política, que es distinto. No viro hacia ningún lugar; no me lo planteo así.
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– ¿Cómo ve Madrid?
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– Como todas las grandes metrópolis: no está bien. Lo vemos todos: alquileres altos, menos oportunidades, más gente llegando. Los recursos no se han multiplicado, son los mismos que hace quince años. Trabajo con capital humano, que tiene necesidades, y para eso necesitamos dinero. El apoyo debería aumentar. Hay que construir, no destruir. Las ayudas a la danza son iguales que hace diez años. Y solo el 4% de la programación del Teatro Nacional es danza. Vivir o sobrevivir en este sector es complejo.
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– ¿Y Asturias?
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– Voy mucho por trabajo, sobre todo a Gijón, al Teatro Jovellanos. Creo que es un buen momento para que en Asturias abran los ojos y vean a los artistas que llevamos tiempo fuera, que haya un diálogo directo con la sociedad asturiana. Yo pregono mucho que soy asturiano cuando viajo. La cultura celta también es marca España: hemos crecido entre sidra, gaita y fiesta pagana, y eso se nota en nuestra conducta.
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– ¿Volvería?
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– Ahora mismo es pronto. Me gustaría hacer muchas cosas con Asturias, y el Principado debería darse cuenta de la cantidad de artistas asturianos que están fuera, y convertir eso en un epicentro
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