España en la sobremesa
Si este artículo pretendiera ser el remedo de un diálogo platónico, los «cuñados» invitados a compartir nuestras comidas y cenas navideñas serían los perfectos sofistas, encargados de perturbar con su chillona demagogia cualquier intento de conversación política racional. Por descontado, el efecto desinhibidor del alcohol acaba por hacer brillar los reflejos de las navajas cabriteras. Al final, las sufridas mujeres echan un capote poniendo a parir a Pedro Sánchez, asunto en el que la unanimidad genera efectos balsámicos sobre un ambiente que empezaba a ponerse hostil.
Partamos de la base de que todos los «cuñados» navideños piensan como Vox, de modo que el Estado autonómico constituye en su sentir una aberración mayúscula. Son, pues, centralistas a machamartillo. Un veterano y solvente periodista británico del semanario «The Economist», Michael Reid, buen conocedor de nuestro país, en el que residió cuatro años, les diría a los sofistas ( «España», ed. Espasa, 2024), haciendo aquí el papel de Sócrates, que España no es Francia, afirmación obvia que pretende subrayar que carecemos de la uniformidad cultural y política de nuestros vecinos galos. De modo que cuantas veces se han empeñado nuestros liberales en imitar su centralización se han topado con los obstáculos de una diversidad española que es el resultado de su historia y de su geografía, no de la traición y la sedición. La frustración de la élite liberal francófila y centralista a ultranza (véase el clamoroso ejemplo de la Constitución de Cádiz de 1812, que seguía los patrones de la francesa de 1791) estaba, pues, cantada.
Dicho más o menos lo cual, añade Reid que «el Estado autonómico, elemento central del acuerdo alcanzado durante la Transición y de la democracia española contemporánea, ha representado», a su juicio, «un audaz intento de conciliar la diversidad con la unidad, de respetar las lenguas, las culturas y las diferencias regionales sin dejar de afirmar una cultura nacional común que una a todos los españoles». Este experimento institucional «puede considerarse un éxito en términos generales». Es más, los ciudadanos españoles, según las encuestas de opinión, tienden a valorar mejor a sus respectivos Gobiernos autonómicos que al Ejecutivo nacional. Ciertamente, esto último, en la presente coyuntura política, resulta más verdad que nunca, pienso yo.
Pero aducen airadamente los «cuñados», ¿qué éxito supusieron el feroz terrorismo de ETA y la intentona independentista catalana de 2017? La autonomía política conduce derechamente a la violencia y a la secesión. Por otra parte, ¿dónde está la igualdad entre las distintas Comunidades Autónomas si las que exhiben mayor abolengo poseen o quieren poseer una autonomía fiscal privilegiada, y en todo caso mayores cuotas de autogobierno que el resto, alcanzadas además mediante los sucesivos chantajes de la investidura presidencial que tiene lugar en el Congreso? ¿Es eso respetar la tan cacareada diversidad o imponer directamente la desigualdad?
En este punto los «cuñados» han desbordado por las bandas a Sócrates, quien decide apurar su copa de cava para recobrar el oremus. Tengo que reconocer, replica Sócrates, que nuestro federalismo es, desde su mismo origen en la Constitución de 1978, injustamente asimétrico, y que tal asimetría puede aumentar en el futuro por las reivindicaciones catalanistas sobre el régimen de concierto o, como se dice eufemísticamente, sobre la «financiación singular» de Cataluña. Pero el sistema autonómico es bueno considerado en su conjunto y se halla plenamente enraizado en la opinión pública. Solo una nueva y cruenta guerra civil podría erradicarlo. Aquellos que tenéis edad bastante para recordar cómo era el paisaje de nuestras ciudades y pueblos en 1976, pensad en su esplendor actual, en cómo luce nuestro maravilloso patrimonio monumental, que refleja nuestra admirable diversidad histórica, y los enormes avances logrados por nuestro urbanismo en el último medio siglo. España, desde luego, no es Francia. Pero ¿acaso importa? ¿Tienen nuestras mejores catedrales algo que envidiar a Notre Dame? Y ya puestos: no os quepa duda de que el sistema de financiación autonómica tendrá que hacerse más justo y equitativo. La fórmula vasco-navarra, que se quiere trasladar a Cataluña, obligará a un reajuste general, en el que todos tendremos que poner las cartas sobre la mesa y rechazar cualquier privilegio, histórico o actual. Y no valdrán para nada los pactos de investidura, sean cuales fueren.
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Sócrates enmudeció. Los cuñados iban a reírse de su ingenuidad, que juzgaban bobalicona y senil. Pero sus mujeres les tiraron de la manga y nadie dijo nada. n
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