España tuvo un plan de guerra contra Marruecos
El oficial que bautizó “Marabunta” a aquel plan militar español se mostró elocuente. Quizá le influyera la película de Charlton Heston y Eleanor Parker, que ya era un clásico. Pero aquel nombre no era entomológico, sino social, político. Se preparaba la Marcha Verde, una manifestación de 300.000 civiles lanzados sobre un territorio habitado por 85.000; y, por si aquello no fuera finalmente una marcha pacífica sino una operación militar con escudo humano, los militares de la época hicieron su trabajo común: prepararse para la guerra.
[–>[–>[–>La operación Marabunta fue simultánea de la operación Trapecio. Se ponía orden en un despliegue terrestre, marítimo y aéreo con el que se anticipó a la llegada de los marroquís convocados por el rey Hasán II para tomar el Sáhara Occidental. Hubo conversaciones diplomáticas en Madrid y en Rabat. El rey alauí y los ministros Antonio Carro y José Solís pactaron una salida de España de su última colonia -que ya era provincia- sin choque armado. Juan Carlos de Borbón, el 4 de noviembre y en calidad de jefe de Estado interino, visitó a las tropas españolas en El Aaiún asegurando a los oficiales que España defendería los derechos del pueblo saharaui… pero sin derramamiento de sangre.
[–> [–>[–>[–>[–>[–>Y, sin embargo, por si acaso, 20.000 minas antipersona, grupos de artillería ligera, banderas de la Legión, un plan de de desembarco anfibio y cazas Saeta y T-6 estaban dispuestos para una guerra el 6 de noviembre de 1975, una posibilidad con la que Franco había especulado en sus dos últimos consejos de ministros. Hasta que un infarto en El Pardo dio inicio a su agonía y Solís y Carro culminaron una negociación con Marruecos.
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Esquema del despliegue militar previo a la Marcha Verde de noviembre de 1975. En rojo, los campos minados. / ‘La Huella del Sáhara Español’ Fundación Tercio de Extranjeros
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Cómo defenderse de la invasión de una muchedumbre de civiles que, armados solo con ejemplares del Corán y banderas, penetra en un territorio. Es un rompecabezas para estudio de las operaciones híbridas modernas, formato del que Marruecos ha tirado en otras ocasiones y, sospechan los militares, podría utilizar en el futuro.
Un entramado de cuerdas anudadas servía de clave para la Legión, una forma de guardar los patrones con que habían sido colocadas más de 20.000 minas en una primera franja con que se pretendía parar la Marcha Verde. Fue junto a la carretera que unía Tarfaya, en Marruecos, con El Aaiún. Previamente, los ingenieros del Ejército habían despanzurrado con excavadoras el firme de aquella vía, haciéndola intransitable. «Más atrás había otro campo de minas, pero ese era simulado -recuerda el general de Brigada retirado Adolfo Coloma-. Por delante nos habíamos replegado de la frontera, y a unos siete kilómetros se dispuso un campo de minas real, cerrado por una verja y bien señalizado con carteles en árabe y español: ‘Peligro Minas'».
Coloma, experto en operaciones especiales, es uno de los militares españoles que más puntillosa memoria guarda del último año de vigencia española sobre el Sáhara Occidental. Cuando se le pregunta si España evacuó, abandonó, fue expulsada, perdió o entregó aquella colonia que se había convertido en provincia, él dice que le valen todos esos verbos, «pero bueno -resume-, nos echaron de allí. Nos echaron después de que los saharauis nos traicionaran».
Aire revolucionario
El Ejército de Tierra, y sobre todo la Legión, fue la organización militar española más en contacto con la temperatura de las calles. «Los saharauis jóvenes habían roto con la autoridad de los mayores. Estaban influidos por los aires que recorrían todo el mundo tras el 68 y con la cadena de descolonizaciones…», recuerda Coloma. En el otoño de 1975 era un teniente de 22 años que asumía su primera misión de mando. Tenía a su cargo una sección en el destacamento de la Legión en Sibuya, en primera línea ante lo que parecía una manifestación civil de 300.000 marroquíes, pero que en realidad llevaba asesoramiento y directores militares en el interior de la muchedumbre.
Coloma recuerda el sospechoso orden castrense que notaba en la Marcha Verde cuando la sobrevoló en helicóptero. «Las tiendas, los vehículos… todo en calles rectilíneas. Y había muchos gendarmes, muchos», relata.
El operativo Marabunta había comenzado mucho antes de que la multitud convocada por Hasán II llegara a Tarfaya, la última localidad marroquí con transporte antes de bajar hacia el Sáhara Occidental. Dos días antes de que los marroquís tuvieran la capacidad de desbordar la frontera, «nos desplegamos por detrás del campo de minas», rememora hoy, retirado y con 73 años.
Líneas de defensa
El Ejército ya llevaba dos años orientado hacia el norte del territorio por el despliegue marroquí de su Brigada Golán de blindados y carros. Se trataba de una unidad militar no demasiado numerosa -48 vehículos de combate- pero sí experimentada en la guerra de Yom Kipur, cuando Hasán II la envió a Siria para combatir a Israel. Esta brigada y otras fuerzas marroquís se preparaban para avanzar hacia El Aaiún si se les proporcionaba la excusa de un ataque armado al escudo humano que el monarca alauí había dispuesto por delante. «El enemigo a batir era Marruecos -recuerda Coloma- porque aquella brigada era una amenaza directa a nuestra frontera.
Días antes del 6 de noviembre de 1975, las fuerzas terrestres españolas más adelantadas, básicamente dos banderas de la Legión y tres grupos de Caballería, se habían replegado de la frontera hacia el sur. El mando había dispuesto hasta cinco líneas de defensa. La principal, tras los campos de minas, era una «línea de fuego» de obuses autopropulsados M-109, piezas de artillería y morteros.
Más atrás, una bandera paracaidista protegía el aeródromo de El Aaiún. Y más atrás… miles de soldados de reemplazo haciendo la mili. «Estaban allí por un sorteo especial. No se les había perdido nada allí, pero demostraron su patriotismo, profesionalidad -les alaba Coloma-. Qué buenos soldados».
¿Cómo se resuelve el rompecabezas de una operación hibrida con civiles por delante? «Si nos hubieran dado la orden, la habríamos cumplido, pero no estaba en el ánimo de nadie disparar contra civiles. No se opera así. Eso no lo hacemos», concluye Coloma.
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Una parulla española en 1975 en el borde de Sebja un Deboa, en el Sáhara Occidental / Archivo Coloma
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En octubre de 1975, numerosas embarcaciones aprovecharon un hueco de mar calmo en el calendario para salir a pescar en la costa atlántica marroquí. Puede que un pescador localno supiera la causa del agujero que presentaban sus redes cuando las recogió, al cabo de la faena. Hoy se sabe que el roto se lo hizo el snorkel de un submarino español cuando estaba vigilando la costa.
Lo relata Ricardo Álvarez Maldonado en ‘Crónica de la Armada española 1936-1997’ (E.N. Bazán). Hasán II había anunciado la Marcha Verde el 17 de octubre, pero, en plena inquietud del alto Estado Mayor por una posible invasión, la Armada ya llevaba meses realizando numerosas operaciones de preparación para la guerra.
Entre ellas, cancelar un ejercicio naval conjunto con Francia, formar un grupo de combate con la fragata lanzamisiles Cataluña como buque insignia, alistar las fragatas Andalucía y Baleares, el destructor Oquendo, el petrolero Teide, el buque de desembarco Conde de Venadito y sus lanchas de arribada para establecer cabezas de playa… y los submarinos S34 y S35, desplegados para labores de inteligencia. De día navegabansumergidos con baterías y de noche sacaban snorkel y antenas para enviar datos al mando.
Ya en enero de aquel año habían tomado imágenes de diversas playas marroquís. Y sirvieron las fotos cuando, aquel otoño, se preparó un contingente de Infantería de Marina del Tercio Armada para un desembarco anfibio en la retaguardia marroquí, bien para responder a la invasión del Sáhara Occidental, o bien para proteger Ceuta y Melilla.
Orden 2/75
No ha trascendido un único nombre para la operación. Se anotó en su día en los papeles de la marina de guerra española como Orden de Operaciones 2/75. Esa instrucción llevó al teatro de operaciones al teniente de navío de 30 años de edad Carlos González-Aller. Hoy capitán de navío jubilado, cuenta desde su retiro en la aldea gallega de Vilarrube que “había mucha excitación en una situación en la que podía haber una confrontación. Cualquier descuido podía provocar un encontronazo que acabara en combate. Lo notabas en Las Palmas de Gran Canaria. No es que tuviéramos ganas de entrar en guerra, pero cuando salías a tomar algo, te encontrabas una excitación muy importante, todo el mundo hablando de lo mismo. Era un ambiente prebélico…”
El joven González-Aller era el jefe de armamento submarino del destructor Oquendo, integrado en la Agrupación Foxtrot. Administraba el sónar y los torpedos de un viejo buque superado por las entonces modernas fragatas F-70, pero que aún conservaba una artillería de 120 milímetros “capaz de fuego efectivo muy poderoso a tierra a siete u ocho kilómetros de distancia”.
La playa del tesoro
Buena parte de la flota se desplegó en aguas saharianas, “pero todos teníamos en la cabeza a Ceuta y Melilla también”, relata. El grupo de combate desplegado por la Armada hacía prácticas de tiro en el Roque del Oeste, cerca de Lanzarote, y sus marinos desembarcaron varias veces en zodiacs en una playa cerca del muelle de descarga de fosfatos de Fos Bucrá, el tesoro mineral que ambicionaban Francia, Estados Unidos y Argelia, además de Marruecos, desde que España empezó a dar signos de que dejaría su colonia africana.
El marino jubilado recuerda ver a los infantes de Marina preparando pertrechos, y una escena de nervios cuando los sobrevoló un avión marroquí. “Nos pasó muy cerca, como diciendo ‘aquí estoy yo’”, cuenta.
Cuando la Marcha Verde pasó y de los preparativos de guerra se pasó a la Operación Golondrina para la evacuación de españoles, la tensión no desapareció entre los militares. “Recuerdo cruzarnos con nuestro vehículo de la Armada con un vehículo militar marroquí, pasamos despacio, nos quedamos mirándonos, ellos a nosotros, nosotros a ellos…” Entre las imágenes que se han quedado en la memoria está la del último gobernador militar español del Sáhara Occidental, el general Federico Gómez de Salazar “rodeado por una gran cantidad de soldados que le daban seguridad. Un atentado habría hecho volar todo el proceso por los aires…”.
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Campo minado de El Lehdeiba, flanqueado por alambre de púas y señales de advertencia. / Archivo Coloma
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En 1975, el ejército del aire era un colectivo militar anímicamente tocado en la llamada AOE, África Occidental Española. En el año anterior, y con pocas semanas de diferencia, habían se habían matado dos pilotos -los tenientes Michalena y Arcusa– en sendos accidentes de cazas T-6, durante operaciones de reconocimiento y apoyo sobre las llanuras yermas de la colonia española. El arma aérea del final del franquismo tuvo una participación bélica antes de la Marcha Verde, cuando tras uno de los más graves atentados del Frente Polisario, en Tifariti, con seis muertos y nueve heridos, cazas Saeta de fabricación española llegaron a bombardear posiciones de los rebeldes saharauis.
“El Polisario hostigaba a las fuerzas armadas españolas, y había provocado bajas y secuestros. Por eso sentíamos desazón cuando tuvimos que abandonar el territorio”, recuerda el general de División retirado Ángel Moreno.
Los cazabombarderos T-6 norteamericanos, también llamados “ los tejanos”, eran el principal arma aérea de las fuerzas españolas en la región. Con los cazas Saeta y con avionetas Dornier de reconocimiento podían conseguir la superioridad aérea ante a Marruecos. Pero no era en el aire donde se libraba el pulso, sino en el apoyo internacional.
Sin repuestos
Moreno estaba al mando de una sección del Ejército del Aire que daba seguridad a un radar tridimensional de 400 kilómetros de alcance en las afueras de El Aaiún. «Era un radar móvil, expedicionario», recuerda. Aquel año, “los repuestos, de fabricación americana, empezaron a escasear, no llegaban, no los mandaba los americanos…”
Y esa señalaba a quién, de entre dos socios como España y Marruecos, elegía la Casa Blanca para el futuro del Sáhara Occidental.
Moreno, de 77 años, reparte entre Málaga y Madrid su retiro, plagado de lecturas sobre Marruecos. Siendo general en activo, paracaidista con 800 lanzamientos hasta que se lesionó, fue el fundador del ya ritual y televisivo salto de los paracaidistas del Ejército del Aire bajando la bandera en los desfiles del 12 de octubre. Pero entonces era un teniente con la esposa, Victoria, encinta y con una mezcla de atracción por aquel desierto e incertidumbre por el desafío que se aproximaba.
“Sabíamos que era una multitud civil -recuerda-, aunque reconocimientos aéreos nos habían mostrado personal armado entre la gente. Y no sabíamos cómo habría que reaccionar, pero ante civiles no podía ser de una forma guerrera…”
Moreno recuerda Trapecio como el diseño de «una respuesta en el caso de agresiones de Marruecos». Sin poder ver las órdenes de operaciones de entonces, apuesta por la triple misión que le hubiera tocado al Ejército del Aire en un conflicto que trataban de evitar: «Evacuaciones, reconocimientos y, sin duda, ataque al suelo».
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