Está desaprovechado por la falta de transporte; me da mucha pena y rabia
«Solo hay que imaginar un hotel de primer nivel, con todos los servicios, en una isla paradisíaca, pero al que no pueden llegar los turistas porque no hay aeropuerto ni embarcadero. Algo así ocurre con el Credine». El símil que pone sobre la mesa Sonia García Amado, vecina de El Entrego de 55 años y diagnosticada de esclerosis múltiple desde hace tres, sirve para ilustrar la inexplicable infrautilización del Centro de Referencia Estatal para Personas con Discapacidades Neurológicas de Barros. No solo siguen sin usarse, tres años después de la inauguración del complejo, las 60 plazas residenciales sino que se da la paradoja de que muchas personas no pueden beneficiarse del centro de día por el deficiente transporte: «Es incomprensible que esté así de desaprovechado».
[–>[–>[–>García sabe de lo que habla porque ya ha sido usuaria de uno de los programas de rehabilitación del Credine y ha presentado la solicitud para beneficiarse de otro. Todo ello para recuperar parte de la autonomía en su vida diaria, que ha ido perdiendo de forma progresiva desde que le diagnosticaron esclerosis múltiple recurrente remitente, que se caracteriza por ataques o recaídas en los que se van presentando nuevos síntomas de la enfermedad.
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Esta vecina de El Entrego tardó un tiempo en conocer qué mal la aquejaba. Trabajó toda su vida como dependienta en comercios y los últimos tres lustros lo hizo en una cadena de librerías de la región. Cargaba peso con frecuencia y sufre tres hernias (dos discales y una cervical), así que no le dio demasiada importancia cuando los dolores lumbares empezaron a hacerse más intensos. Hasta que los problemas se fueron acentuando. «Un día me levantaba por la mañana y me fallaba una pierna, otro día me fallaba un brazo. Llegó un punto que llegó a ser tan exagerado el tema que fui a la médica y dije que por favor me mandara al psiquiatra, que debía ser estrés o algo así».
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Los episodios se seguían repitiendo, acompañados de fuertes dolores de cabeza, hasta que un día, a finales de 2020, pasado el confinamiento derivado de la pandemia del covid, sufrió un desvanecimiento en su puesto de trabajo. «Estaba en la librería de Gijón poniendo los escaparates y me desmayé dentro. Tuvo que venir la UVI a buscarme, tardé como media hora en recuperar el conocimiento«. «A raíz de eso, perdí visión de un ojo y empezaron a hacerme todo tipo de pruebas. Me dijeron que me iban a dejar ingresada tres o cuatro días y estuve un mes ingresada, pero salí sin un diagnóstico concreto».
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Sonia García y su familia (está casada y tiene un hijo de 25 años) buscaron entonces un médico privado. «Me hizo todas las pruebas de cero otra vez hasta que me llamó. Al entrar por la puerta me dijo que tenía dos noticias: una buena, que no me iba a morir de esto, y otra mala, que era una enfermedad muy degenerativa». Fue la primera vez que le pusieron nombre y apellidos: esclerosis múltipe remitente recurrente. «Tengo brotes muy seguidos y es muy agresiva». Desde entonces, se somete a medicación para tratar de que esos brotes no sean tan recurrentes.
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En dos años y medio, pasó de caminar con un bastón a hacerlo con unas muletas. Y después a utilizar un andador cuando va a sitios cercanos y una silla de ruedas eléctrica cuando debe recorrer más distancia o «tengo un día malo». «Cuando me dieron el diagnóstico fue un mazazo tremendo y más cuando llegas a casa y te pones a mirar cosas en internet. Es lo peor que puedes hacer porque el 80 por ciento es falso o está exagerado. Para mí fue un shock porque llevaba 34 años trabajando, con una vida muy autónoma, y de pronto vi que necesitaba ayuda de un aparato u otra persona para ponerme los calcetines. No lo asimilaba». Y añade: «Hasta que llegué al Credine».
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[–>Transporte
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Entró en 2024 en un programa de rehabilitación a través de la Asociación de Esclerosis Múltiple y «me ayudaron muchísimo». No tuvo problema porque era la propia asociación la que proporcionaba el transporte adaptado. Ahora, Sonia García ha solicitado entrar en otro programa, ya a título individual, y, al igual que otros muchos pacientes, debe ser ella la que se procure el transporte. «Cuando estuve la otra vez, el Credine tenía una furgoneta, pero no contaba con conductor. Yo no puedo decirle a mi hijo, que está trabajando, que me lleve y me traiga tres días a la semana al centro. He estado mirando un taxi y me cobraría unos 200 euros al mes. Y el autobús tiene que tener plataforma y solo puede ir una silla en cada viaje. Si ese espacio ya está ocupado, te quedas en tierra».
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Esta vecina de El Entrego expone que no es la única afectada. «Conozco a una chica de Blimea a la que llamaron dos veces y ninguna de ellas pudo ir por culpa del transporte. Y, como ella, mucha más gente». García expone que es una «lástima» porque en el Credine «se te abre un mundo nuevo para afrontar la enfermedad. Tienes muy buenos medios y el trato personal y profesional de la gente que trabaja allí es excelente. Desde el señor que está en la recepción, hasta la logopeda, la terapeuta ocupacional, fisios, los servicios sociales, las personas que están en la oficina, los de matenimiento.. todo el mundo te acoge».
[–>[–>[–>Centro desaprovechado
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«Me da muchísima pena que esté desaprovechado porque en el Credine asumes tu enfermedad y te dan mecanismos para afrontarla. Si hubiera un servicio de transporte adecuado se podría potenciar todo lo que es el centro de día y llegar a personas que ahora no pueden beneficiarse de este centro. Me da mucha rabia».
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