Internacional

Francisco, el Papa de los pobres y los inmigrantes, que convirtió el Vaticano en una parroquia global

Francisco, el Papa de los pobres y los inmigrantes, que convirtió el Vaticano en una parroquia global
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  • Publishedabril 21, 2025



El papa Francisco ha muerto hoy, a los 88 años, como consecuencia de un problema respiratorio que se ha ido agravando con el paso de los días. El pontífice había ingresado el pasado viernes 14 de febrero en el Hospital Gemelli de Roma, donde se había recuperado de diferentes dolencias en los últimos años y donde este XXX ha exhalado su último aliento, según informó la sala de prensa del Vaticano.

Francisco era el segundo papa más anciano desde León XIII, que falleció a los 92 años en 1902. Antes ya se había convertido en el primer pontífice latinoamericano y el primer jesuita, una orden que defiende una Iglesia misionera enfocada en los más desfavorecidos, cuyo modelo trató de replicar desde Roma el papa argentino. Ahora el Vaticano debe decidir si mantener esta tendencia o volver a virar. 

Porque un pontificado siempre es fruto de su tiempo. Con la particularidad de que las eras vaticanas todavía se mueven al sosegado ritmo de una institución milenaria, casi inmutable, en contraposición con las fugaces tendencias políticas y sociales de nuestra época. En 2013, cuando Francisco llegó, el mundo era otro.

El cambio representado por Barack Obama todavía deslumbraba al planeta. Una ola de progresismo reformador había provocado que algunas de las figuras más populares del momento fueran líderes izquierdistas, como Lula o Mujica en Latinoamérica, de orígenes humildes y un discurso renovado que se dirigía a esas clases sociales de las que ellos habían emergido.

El catolicismo, mientras tanto, atravesaba un momento complejo. Benedicto XVI, un papa cansado, asediado por las corruptelas del submundo vaticano, las filtraciones internas y una crisis con el mundo islámico que había colocado a la Iglesia en una difícil posición dentro del panorama global, había anunciado su renuncia por sorpresa. 

Joseph Ratzinger era un teólogo, de gran capacidad intelectual, pero escaso carisma. Las últimas veces que pronunció el Ángelus desde sus aposentos en el Palacio Apostólico vaticano sólo unas pocas decenas de personas lo esperaban en la Plaza de San Pedro. 

La Iglesia necesitaba subirse a una ola de cambio y también fue a buscarla «al fin del mundo», como dijo Jorge Bergoglio desde el balcón de San Pedro nada más ser elegido. El mismo lugar, el continente sudamericano, desde el que asomaban esos líderes políticos capaces de movilizar a las masas.

El papa Francisco en balcón de la Basílica de San Pedro, el 13 de marzo de 2013, día de su elección.


El papa Francisco en balcón de la Basílica de San Pedro, el 13 de marzo de 2013, día de su elección.

Reuters

Horas antes, cuando los cardenales todavía no habían salido del Cónclave en el que se acababa de decidir el nombre de quién ocuparía el trono de San Pedro, el brasileño Cláudio Hummes se le acercó al oído y le dijo: «No te olvides de los pobres». En ese momento, reconoció más tarde Bergoglio, eligió llevar el nombre de Francisco, en honor al austero santo de Asís. 

Hijo de emigrantes

Antes de todo esto Francisco era Jorge Mario Bergoglio, el hijo de unos emigrantes a quienes un golpe del destino les cambió la vida. En 1927 sus abuelos y su único descendiente, Mario, habían comprado un billete para zarpar en barco desde el puerto de Génova a Buenos Aires. 

La familia quería vender sus pertenencias antes de viajar a Argentina, pero no lo consiguió. Así que devolvieron el pasaje y no llegaron a embarcar. El buque, el Principessa Mafalda, naufragó en medio del océano, dejando 300 víctimas mortales. 

«Por eso estoy ahora aquí, no se imaginan la de veces que se lo he agradecido a la Divina Providencia», confesó Bergoglio en su autobiografía, Esperanza (Plaza & Janes, 2025), cuya publicación se adelantó a enero de este año, entre otros motivos debido al deterioro de su salud.

El caso es que los orígenes migrantes formaban parte del ADN de Jorge Mario Bergoglio. Su familia finalmente recaló en Argentina y él nació en 1936, como el mayor de cinco hermanos. Su padre, Mario, nacido en Italia, comenzó a trabajar como empleado de ferrocarril; y su madre, Regina, era una bonaerense que regresaba a casa, donde se encargó de las tareas del hogar. 

Jorge Mario se diplomó como técnico químico, pero las raíces cristianas de su familia lo llevaron al seminario de Villa Devoto, a las afueras de la capital argentina, y allí ingresó en la Compañía de Jesús. Estudió Filosofía, dio clases de Literatura y se ordenó sacerdote antes de hacer carrera dentro de los jesuitas. 

Jorge Mario Bergoglio, el segundo por la izquierda, con su familia en Argentina.


Jorge Mario Bergoglio, el segundo por la izquierda, con su familia en Argentina.

En su educación no faltaron Borges y el fútbol, clásicos argentinos. Aunque desde principios de los noventa Bergoglio no seguía los partidos por televisión -desde entonces no veía la televisión-, por mucho que se declarara hincha de San Lorenzo. De aquellos años también quedó un amor de juventud por la que algunas noches dejó de rezar. 

Pero la vocación fue más fuerte que la carne. Su carrera eclesiástica corrió en paralelo a la dictadura de Rafael Videla. Conoció la Teología de la Liberación, una corriente cristiana que se abría paso en Latinoamérica al calor del Concilio Vaticano II y de las escuelas de pensamiento marxistas, que defendía una «opción preferencial por los pobres». Y así fue forjando su pensamiento.

Más tarde tuvo que aclarar su relación con la dictadura militar, ya que algunas voces lo acusaron de no haber hecho lo suficiente, pese a que él se presentó como un opositor pragmático, fiel a esa diplomacia jesuita. Además, otros respondieron en su nombre ante un sector progresista que veía en Bergoglio una figura de cambio, pero que lo acusaba de ser parte del universo más conservador de su país.

A pesar de su formación y a las ansias reformadoras que despertó, él nunca se apartó de la doctrina católica en cuestiones como el aborto, la eutanasia, el matrimonio homosexual o la plena inclusión de la mujer en la Iglesia.

A finales del siglo XX fue nombrado arzobispo de Buenos Aires y poco después Juan Pablo II le creó cardenal, lo que le permitía concurrir a la carrera como futuro Papa. En 2005 ya estuvo en algunas quinielas durante la elección de Ratzinger, aunque todavía no había llegado su momento. 

Se produjo en 2013, cuando tuvo que hacer frente al ala más conservadora de la Iglesia, que hizo todo lo posible por boicotear su nombramiento.

El primer impulso

Se difundió entonces el bulo de que vivía con un solo pulmón desde su juventud y de que una persona así no podría soportar las presiones del ministerio petrino tras la enfermedad de Juan Pablo II y la renuncia de Benedicto XVI. Sin embargo, la realidad era que de joven le habían extirpado una parte del lóbulo superior derecho de uno de sus pulmones. 

El sector más inmovilista de la Iglesia temía por la elección de un hombre que aspiraba a terminar con el eurocentrismo del Vaticano y la Curia romana comenzó a removerse en su asiento cuando Francisco tomó posesión y anunció una serie de reformas. Empezando por los gestos. 

Lo primero fue renunciar a vivir en el Palacio Apostólico, dependencia habitual de los papas, para dormir como un funcionario más en la residencia vaticana de Santa Marta. Abandonó el lujo y los oropeles pontificios y terminó por convertirse en un icono pop, cambiando el gesto adusto de su antecesor por una sonrisa plasmada en miles de souvenirs que se vendían por toda Roma.

No sería nunca un teórico como Benedicto XVI, pero llegó a la portada de la Rolling Stone o la revista Time. Siguió leyendo a Borges, Celan y Dostoyevski y aquel año, 2013, el nombre de Francesco fue el más repetido entre los bebés que nacieron en la capital italiana.

El Papa, en el Ford Focus en el que se desplazaba en 2013.


El Papa, en el Ford Focus en el que se desplazaba en 2013.

Reuters

En su primer Jueves Santo acudió a un reformatorio de menores y le lavó los pies a 12 reclusos. Su primer viaje fuera de Roma fue a la isla italiana de Lampedusa, donde cada mes llegaban por mar miles de inmigrantes africanos. Y en su primera gira internacional asistió a la Jornada Mundial de la Juventud de Río de Janeiro, tras la que dijo en el avión de vuelta a Roma su famosa frase de «¿quién soy yo para juzgarlos?«, en referencia a los homosexuales.

El Papa pidió a los curas que salieran a las calles, que se impregnaran del «olor del rebaño». Y así convirtió el Vaticano, el centro de poder de la Iglesia universal, en una especie de parroquia global.

La revolución más visible fue la de los símbolos. La verdadera agenda de cambio tenía otros objetivos más ambiciosos y, en la práctica, nunca ha llegado a concluir. Francisco irrumpió con la promesa de reformar unas finanzas vaticanas basadas en la opacidad y los escándalos, reestructurar la Curia y acabar con la ocultación de la pederastia.

El pontífice saluda a los fieles desde el papamóvil en 2014.


El pontífice saluda a los fieles desde el papamóvil en 2014.

Escándalos y oposición

Pero en una u otra medida, todos estos asuntos también le terminaron explotando a él en la cara. En un pontificado extraño, con un papa en ejercicio y otro emérito recluido en un monasterio vaticano por el que iban desfilando cardenales ultraconservadores en busca de legitimidad moral, de nuevo emergió la sombra de las filtraciones. 

Si a Benedicto XVI le terminó de abrasar el escándalo del Vatileaks, por el que unos documentos reservados sacaron a la luz varios casos de corrupción, Francisco también tuvo su Vatileaks 2

Ocurrió en 2015, cuando el sacerdote español Lucio Ángel Vallejo Balda fue arrestado por la difusión de unos papeles que desvelaban varios agujeros en las finanzas de la Santa Sede y algunos de los negocios ruinosos que habían acometido sus protagonistas. También fueron detenidos dos periodistas por la publicación de sendos libros, aunque después resultaron absueltos por los tribunales vaticanos. 

Aunque esto no fue nada comparado con la condena a cinco años de prisión al cardenal italiano Angelo Becciu, uno de los hombres que más poder acumuló en la Secretaría de Estado -el órgano de gobierno vaticano-, acusado de malversación de fondos y blanqueo de dinero tras la compra de unos lujosos apartamentos en Londres.

Estos escándalos revelaban también las conspiraciones internas que nunca dejaron de existir en la Curia, ya que cada episodio se interpretó siempre desde los círculos vaticanos como una lucha entre las reformas del Papa y la contrarrevolución. Esta última corriente la encarnaron una serie de figuras contrarias a la infalibilidad papal, a quienes se dibujó casi como el anticristo. 

A lo largo de los años Francisco fue colocando a los suyos en las estructuras de poder del Vaticano. El mejor ejemplo fue la designación de Víctor Manuel ‘Tucho Fernández’, un teólogo argentino muy en la línea del Papa, al que puso al frente del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, el órgano encargado de velar por la doctrina de la Iglesia. 

Pero ni éste ni otros nombramientos lograron desactivar a un sector conservador bien organizado que espera su momento.

Lo cierto es que la oposición existió. Y los escándalos también. Como el que protagonizó el cardenal australiano George Pell, el primer prefecto de la Secretaría de Economía nombrado por Francisco y hombre elegido para sanear las finanzas de la Santa Sede.

En su currículum arrastraba sombras por haber encubierto, presuntamente, decenas de casos de abusos sobre menores en su país. Lo detuvieron, lo juzgaron en Australia y en 2018 ingresó en prisión tras haber sido declarado culpable. Salió un año más tarde, después de que el Tribunal Supremo australiano anulara la pena por falta de pruebas. 

El caso aglutinaba las principales dificultades por las que atravesaba el pontificado: reformas económicas, posibles ajustes de cuentas entre sus protagonistas y la pederastia. Aunque fue este último asunto el que más terminó de afectar a Francisco.

Francisco durante su visita a Chile en 2018.


Francisco durante su visita a Chile en 2018.

Tras el goteo constante de casos que iban apareciendo sin que se tomaran medidas efectivas, el Papa aterrizó en Santiago de Chile el 15 de enero de 2018. Fue un viaje mal planificado, con una población enfadada ante el número de escándalos por abusos que afectaba a la plana mayor de su cúpula eclesiástica, y en el que por primera vez las masas le daban la espalda al pontífice fuera de Roma. 

En ese ambiente enrarecido, Francisco defendió la inocencia de un obispo chileno inculpado por encubrir casos de pederastia y la opinión pública se le vino encima. Los observadores más escépticos del Vaticano siguen defendiendo que el pontificado quedó finiquitado ahí, en enero de 2018. Y aunque ni siquiera había llegado a su ecuador, sí que representó un punto de inflexión.

Un año más tarde Bergoglio reunió en el Vaticano a cardenales y obispos de todo el mundo en la mayor cumbre contra la pederastia que ha celebrado la Iglesia. La cita se saldó sin grandes conclusiones, aunque desde entonces se ha encontrado con víctimas en innumerables ocasiones, les ha reiterado su perdón y ha establecido protocolos de actuación que las diferentes Iglesias nacionales deberían poner en marcha.

En algunos lugares como Australia, Portugal, Irlanda o Francia han salido a la luz miles de casos, provocando una especie de catarsis colectiva. Sin embargo, esos planes también han provocado resistencias en algunos países, como se ha podido comprobar en España.

Francisco preside la cumbre contra la pederastia en el Vaticano en 2019 ante obispos y cardenales de todo el mundo.


Francisco preside la cumbre contra la pederastia en el Vaticano en 2019 ante obispos y cardenales de todo el mundo.

Reuters

Relaciones internacionales

El contexto por el que caminaba entonces Francisco ya era muy distinto al que había alumbrado su venida en 2013. El primer Donald Trump ocupaba la Casa Blanca y las críticas desde el conservadurismo católico estadounidense eran indisimuladas.

Incluso Steve Bannon, entonces asesor áulico de Trump, acusaba al Papa de «estar con las élites» y atacar la «revolución populista», como él mismo definía al movimiento que agitaba el mundo desde Washington. Política y clero de una misma corriente ideológica se confabularon contra el pontífice.

Un año antes de la primera llegada de Trump al poder, Bergoglio dejó su mayor testamento económico, social y político. Quedó plasmado en la encíclica Laudato si’, enfocada en el medio ambiente y en las recetas para que el capitalismo no sólo tuviera rostro humano sino también una visión ecológica y raíces cristianas.

«Se vuelve indispensable crear un sistema normativo que incluya límites infranqueables y asegure la protección de los ecosistemas, antes de que las nuevas formas de poder derivadas del paradigma tecnoeconómico terminen arrasando no sólo con la política sino también con la libertad y la justicia», escribía el Papa en 2015, antes de que Elon Musk y sus colegas de Silicon Valley se convirtieran en anatema.

Francisco ya había mediado en las conversaciones para el deshielo entre Estados Unidos y Cuba y le pidió a Obama que no bombardeara Siria para derrocar a Bachar Al Asad. Las relaciones con el presidente demócrata estadounidense fueron buenas, aunque todo cambió con la victoria de Trump.

El Papa interpretó entonces una especie de contrapoder blando, ejerciendo de referencia moral a nivel planetario contra todo lo que representaba el inquilino de la Casa Blanca. 

Ivanka, Melania y Donald Trump, junto al papa Francisco en el Vaticano en 2017.


Ivanka, Melania y Donald Trump, junto al papa Francisco en el Vaticano en 2017.

Fue a la isla griega de Lesbos, puso la inmigración en el centro de sus discursos, habló de los excluidos, de los descartados, salió a las periferias y les pidió a los líderes europeos desde la Capilla Sixtina -con motivo del 60 aniversario del Tratado de Roma, que dio origen a la Comunidad Económica Europea- que no «abandonaran los principios fundacionales de la UE«. 

Todo esto suena muy actual, aunque al papa argentino no le han llegado las fuerzas para seguir representando este papel durante la segunda etapa de Trump. Sin él, el mundo pierde también una de las pocas voces capaces de abanderar un discurso global contra la estrategia del caos que sale de la Casa Blanca. 

Pidió acabar con las guerras en el mundo, clamó contra la proliferación de las armas, denunció la «prepotencia del invasor en Palestina», reclamó investigar si los bombardeos israelíes sobre Gaza respondían a un «genocidio» y siguió llamando a una parroquia del enclave palestino hasta el final de sus días.

El pontífice, sin embargo, nunca se enfrentó con Vladimir Putin. Se reunió con él tres veces en el Vaticano -la segunda de ellas en 2015, después de la anexión rusa de Crimea- y fue criticado por justificar la guerra de Ucrania por la presencia de la OTAN «a las puertas de Rusia» y por pedir el fin de los combates sin exigir la salida de las tropas del Kremlin del territorio ucraniano ocupado.

También provocó las iras estadounidenses al firmar en 2018 el primer acuerdo con China para el nombramiento de obispos tras casi siete décadas de relaciones congeladas con el Partido Comunista del país asiático.

Pero en la estrategia del jesuita había dos razones fundamentales: por un lado, abandonar la vía unipolar centrada en Occidente, con su idea de expandir la Iglesia a los rincones más recónditos del planeta; y, por otro, pero relacionado con lo anterior, mantener buenas relaciones con otras religiones y los diversos credos cristianos. Bergoglio no podía llegar al Este sin Moscú y sin Pekín.

Francisco con Ahmed el Tayeb en el Vaticano en 2020.


Francisco con Ahmed el Tayeb en el Vaticano en 2020.

Vatican News

Así, su visión global del catolicismo siempre estuvo centrada en el ecumenismo -movimiento que busca la unidad entre los cristianos- y el diálogo interreligioso. Una obsesión, esta última, que buscaba cerrar la brecha abierta con los líderes musulmanes tras el discurso de Benedicto XVI de Ratisbona en 2006. 

En 2017 Francisco viajó a Egipto para reunirse con Ahmed el Tayeb, el gran imán de Al Azhar, considerada tradicionalmente como la institución más prestigiosa del islam suní. Cultivó una gran relación con Al Tayeb y en 2019 ambos firmaron en Abu Dabi un «documento sobre la Fraternidad Humana por la paz mundial y la convivencia común», una especie de tratado con el que ambos sellaban la unión entre religiones

Toda esta cosmovisión atrajo al presidente Pedro Sánchez, quien citó en numerosas ocasiones la encíclica Laudato si’ y Fratelli tutti -centrada en la fraternidad en la sociedad y entre las naciones- y acudió a visitarlo al Vaticano en 2020 y en octubre de 2024.

También la vicepresidenta Yolanda Díaz ha mostrado su debilidad por el papa argentino, a quien calificó como «el mejor embajador del trabajo decente» tras uno de sus encuentros en Roma. Los derechos laborales, el consumismo, la cultura del individualismo o un «capitalismo desenfrenado» también ocuparon buena parte de los discursos del pontífice.

En sus últimos días, Bergoglio expresó su deseo de acudir a Canarias para seguir de cerca el fenómeno migratorio, pero se quedó sin pisar España en su pontificado. Las autoridades políticas y eclesiásticas españolas insistieron para que se produjera un viaje oficial, aunque él lo esquivó durante años. 

«Primero tienen que ponerse de acuerdo ustedes», le dijo a una periodista española cuando le insistió sobre este tema en un vuelo papal.

Un recado acerca del ruido y la falta de unidad en nuestro país que también le expresó a Pedro Sánchez durante su audiencia conjunta de 2020. «La política no es cuestión de maniobras«, señaló ante la delegación española, que lo interpretó entonces como una crítica a los populismos y a la extrema derecha.

Pedro Sánchez y el papa Francisco durante la última visita al Vaticano del presidente español, en octubre de 2024.


Pedro Sánchez y el papa Francisco durante la última visita al Vaticano del presidente español, en octubre de 2024.

Moncloa

Las periferias

El Papa se quedó sin visitar España, como se quedó sin regresar a Argentina, porque tampoco le interesó demasiado. Si sus predecesores se dieron baños de multitudes por Europa y en países de tradición cristiana, él tuvo predilección por salir a otros lugares olvidados. Tierras por conquistar, no sólo físicamente.

Su aspiración fue ser escuchado como un líder universal. Así lo demostró en marzo de 2020, cuando impartió la bendición del Urbi et Orbi en una histórica escena, con la Plaza de San Pedro vacía. Aquella fue una fotografía con la que trató de insuflar ánimos a un mundo desconsolado. 

«Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso. Se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas. Nos encontramos asustados y perdidos», pronunció. 

El Papa imparte el Urbi et Orbi desde la Plaza de San Pedro vacía en marzo de 2020.


El Papa imparte el Urbi et Orbi desde la Plaza de San Pedro vacía en marzo de 2020.

Vatican News

Pero desde entonces tampoco ocurrió demasiado durante el pontificado. Los mensajes estaban todos dichos y los cambios en el seno de la Iglesia ya eran profundos para algunos e insuficientes para otros. Viajó a Irak, a la República Democrática del Congo y Sudán del Sur -un desplazamiento que tuvo que retrasar por motivos de salud- e hizo una gira por Asia. 

Las fuerzas no daban para mucho más. Ya desde hace un par de años se desplazaba en silla de ruedas por problemas en la rodilla, su escasa movilidad había reducido las salidas del Vaticano, recientemente se le ha visto hinchado y desde 2021 ha tenido que ser intervenido tres veces

En esta última etapa ha tenido algún gesto de apertura social, como la bendición de las uniones civiles entre homosexuales -no equiparables al matrimonio- o la autorización para que las personas transexuales pudieran ser bautizadas. Aunque tampoco se han registrado grandes avances desde la primera fase del pontificado. 

Lo mismo que ha ocurrido con el papel de las mujeres en el clero. Nombró a algunas de ellas por primera vez en la historia en puestos clave de la estructura vaticana, pero rechazó de plano debates que ya han afrontado otras Iglesias como la ordenación de sacerdotisas.

Francisco repitió conceptos como la «guerra fragmentada» para hablar del contexto actual, la «patria grande» para referirse a su continente o la «cultura del descarte» para criticar lo que otros llaman edadismo. Distrutó rodeándose de ancianos, niños, enfermos y presos. Pero, sobre todo, se acercó a los pobres y los inmigrantes, como le prometió en la Capilla Sixtina al cardenal Hummes. 

No le gustó reunirse con políticos, con quienes tuvo casi siempre un gesto serio, aunque muchos usaron su sala de audiencias del Vaticano como un escaparate internacional.

El récord lo ostenta Cristina Kichner, que se vio con su compatriota siete veces. Y aunque Milei lo llamó en el pasado «representante del Maligno en la tierra» -por recurrir al menos malsonante de los calificativos- también lo recibió en el Vaticano. 

A los cristianos les habló de misericordia, del «clericalismo» (para condenar una y mil veces los pecados de la clase eclesiástica) y de una «Iglesia en salida», en referencia a esa vocación misionera de los jesuitas. Se marcha, precisamente, poco después de inaugurar el Jubileo de 2025, un año en el que se esperan decenas de miles de fieles peregrinando a Roma.

El Papa abre la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro para inaugurar el Jubileo de 2025.


El Papa abre la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro para inaugurar el Jubileo de 2025.

Efe

Visitó a los pueblos indígenas y pidió perdón por los «pecados» cometidos en nombre del cristianismo en la conquista española de América. Restituyó a los teóricos de la Teología de la Liberación, proscritos durante décadas en el Vaticano, y recortó los poderes del Opus Dei, limitándolos a una asociación clerical más y eliminando su facultad de prelatura personal con amplia autonomía como había sido hasta la fecha.

Francisco fue un referente mundial para el progresismo, con medidas aperturistas en la Iglesia, pero sin ser precisamente el mayor progresista social del planeta; y fue considerado un azote para el universo ultraconservador, donde lo percibían como un peligroso comunista de la Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Aparecida y el Grupo de Puebla.

Los pontificados son frutos de su tiempo, pero este momento histórico es hoy muy diferente al que se encontró en sus inicios.

Existe un dicho en Roma que reza: «muerto un papa, se hace otro«. Y a eso se deberán ahora los príncipes de la Iglesia. El Colegio Cardenalicio, el órgano que elegirá al futuro pontífice, está compuesto en la actualidad por una gran mayoría de cardenales creados por Francisco y es hoy un cuerpo más descentralizado que nunca, con un buen número de representantes de Asia, África o Sudamérica. 

Pero eso no garantiza el continuismo. El Espíritu Santo y las intrigas vaticanas se darán cita una vez más en la Capilla Sixtina para ungir al próximo representante de Cristo en la tierra. En un mundo en cambio, sólo faltaba un Cónclave. Se va Francisco, el Papa de las periferias. Viene una nueva incógnita que determinará cómo la Iglesia universal se quiere reposicionar en el mapa.



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