Frustración
El otro día escribía sobre cosas que molestan. Diminutas contrariedades sin importancia que salpican la vida cotidiana, sin culpa y sin trascendencia. Ni siquiera alcanzan el grado de esas pequeñas frustraciones sin importancia que, como decíamos medio en broma medio en serio de jóvenes parodiando a una querida monja, ayudan a madurar.
[–>[–>[–>Me he acordado entonces de mi madre, que nunca dijo una palabra contra su suegra a la que quería muchísimo, cuando ya mayor se desahogaba en confidencias y relataba cómo le molestaba que mi abuela, siendo nosotros pequeños, levantara el dedo y avisara en tono grave «Ese niño tose», evidencia que solo contribuía a aumentar su desasosiego aunque nunca contestó «¡Ya lo oigo!» por respeto y buena educación.
[–> [–>[–>Hoy que soy abuela comprendo perfectamente a la mía, que con toda su buena intención mas sin aportar ningún remedio, tan solo contribuía a angustiar a mi madre. Por eso ahora procuro callarme aunque me den ganas tan a menudo de avisar a mi hija de algo que ella está viendo, oyendo y, por tanto, sufriendo.
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Y casi sin querer lo he relacionado con cómo me molesta cada vez más leer en todos lados lo que resulta tan obvio que paradójicamente me fastidia leerlo aunque a menudo coincide con lo que escribo. No encuentro consuelo alguno en las críticas de la prensa independiente –aunque me desespere más con la caterva de escribidores servidores de Sánchez– sobre el estado actual de España, la altanería del gobierno, la cara dura, abuso diario e intromisión en la vida privada de Hacienda, la paralización de las estructuras o el uso malvado del dolor y las tragedias.
[–>[–>[–>Cuanto más leo sobre la estrambótica y fea conducta del fiscal general y más lo denuncio yo, menos consuelo encuentro y más me enrabieto. Lo mismo que con todo lo demás. Porque así como mi abuela no aportaba ninguna solución, la pobre, para nuestras toses, cada vez percibimos con mayor desesperación que las denuncias, por muy justas que sean y muy puestas en razón, se estrellan contra la impavidez más impune. Y eso sí que es una frustración de tamaño colosal.
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