Viajar

Grecia : De isla en isla por el mar Jónico, mediterráneo en estado puro | Lonely | El Viajero

Grecia : De isla en isla por el mar Jónico, mediterráneo en estado puro | Lonely | El Viajero
Avatar
  • Publishedjulio 17, 2025



Arqueología, playas de mullida arena y paisajes espectaculares: las islas Jónicas griegas lo tienen todo para una plácida navegación entre islas mediterráneas. Una ventaja: se llega en corto vuelo desde Atenas o en ferri a Corfú, punto de inicio del circuito. Otra: se puede saltar de una isla a otra en ferris, sobre todo en verano, aunque conviene consultar antes las frecuencias. De Corfú a Ítaca, nos acompañarán clásicos de la literatura (Homero, los Durrell, Lord Byron…) y también la estela de un mar de un intenso azul. Mediterráneo en estado puro.

Bastan unos pocos días para hacerse una idea de la riqueza de este archi­piélago. Se dice que fue en Corfú donde Ulises naufragó y recuperó sus fuerzas antes de regresar a Ítaca. Para quie­nes conocen el resto de Grecia, Corfú resulta sorprendentemente verde y el clima es un poco más fresco, algo de agradecer en verano. Vene­cianos, franceses y británicos han dejado testimonios arquitectónicos de su paso, sobre todo en el casco antiguo de la isla. Las playas están muy concurridas en temporada alta, pero si nos aventuramos hacia el interior podremos escapar de las multitudes.

Muy cerca está Paxos (o Paxi), bastante más tran­quila. En esta pequeña isla cubierta de cipreses y olivos centenarios, con playas de color turquesa y puertos encantadores, se puede disfrutar de los placeres del mar en un ambiente relajado. Sus aguas cristalinas son perfectas para hacer buceo con tubo, comer en pequeños puertos de estilo veneciano y acercarse a las playas de Léucade, al oeste, donde un taxi acuático puede llevar hasta franjas de arena aisladas y aguas de color turquesa. Otra posibilidad es ir a la punta sur de la isla para practicar windsurf.

La playa de Myrtos, en Cefalonia.

En Cefalonia se goza de solitarias playas de arena dorada accesibles en kayak y del famoso vino de la isla. La península de Paliki ofrece arrecifes de roja arcilla, pueblos en lo alto de colinas y playas de fina arena. Si se toma un barco al sur hasta Zacinto (o Zante) podremos visitar el museo bizantino y después ir a la verde punta sur si se quiere escapar del gentío. Esta isla es la zona de anidación de la tortuga boba, especie amenazada.

Terminaremos en la aletargada Ítaca, para seguir los pasos de Homero e inspirarnos entre sus antiguas iglesias y monasterios de estilo bizantino. Ya solo nos queda regresar en un vuelo o en un ferri, o navegando por libre, a Corfú y de allí a Atenas.

Corfú, la isla de los Durrell

La primera parada de una navegación por las Jónicas será inevitablemente Corfú, el refugio paradisiaco donde el náufrago Ulises encontró un rincón para descansar antes de regresar a su casa. Hoy sigue siendo una isla preciosa, aunque llena de turistas, que logran convivir con sus paisajes exuberantes, huertos por todas partes y playas transparentes. Es también una isla de larga tradición artística e intelectual, con vestigios que van desde la arquitectura de la ciudad de Corfú hasta herencias británicas como el críquet y la cerveza de jengibre. Y aunque el turismo ha invadido ciertas zonas, sobre todo las más cercanas a la capital, la isla es lo suficientemente grande para poder escapar de las aglomeraciones y, a través de colinas cubiertas de cipreses, encontrar pueblos en lugares vertiginosos o caletas de arena lamidas por unas aguas azul intenso.

Vistas desde un mirador de Paleokastritsa, en Corfú.

La capital de la isla respira una elegancia veneciana y su nombre, que significa “picos”, hace referencia a los dos promontorios gemelos coronados por dos fortalezas construidas para resistir los asedios otomanos. Entre los dos picos se extiende la ciudad vieja, como un apretado laberinto de callejuelas con casas encaladas, restaurantes y tiendas. En algunas calles la ropa sigue tendida de balcón a balcón, pero también hay construcciones majestuosas, interesantes museos y 39 iglesias. Lo más problemático: de día hay miles de cruceristas y excursionistas pululando por las calles y contemplando la vida cotidiana en Liston, un paseo marítimo con soportales llenos de cafés que mira a la fortaleza vieja a través del parque de la Spianada.

En el extremo norte, el neoclásico palacio de San Miguel y San Jorge aloja el excelente Museo de Arte Asiático de Corfú. Más hacia el interior es fácil perderse un par de horas por el entresijo de sus calles, en busca de iglesias ortodoxas o acogedores cafés, según lo que apetezca. Y por el sur, alrededor de la bahía de Garitsa, el palacio de Mon Repos señala el emplazamiento de la antigua Paleópolis, el asentamiento más importante de la isla en la Antigüedad.

Merece la pena hacer una excursión a Paleokastritsa y su monasterio bizantino con vistas, en la costa oeste de Corfú, cubierta de olivos y cipreses, que bajan abruptamente hasta caletas batidas por un mar azul. También hay senderos que se abren paso para descubrir la isla, con lugares como Pelekas, un precioso pueblo en lo alto, o Agios Georgios, en el sur, un oasis mochilero con una playa sensacional.

Los escritores británicos Gerald y Lawrence Durrell (y el resto de su familia) vivieron en Corfú durante los cuatro años que precedieron a la II Guerra Mundial. Gerald, por entonces un niño, escribiría la crónica del idilio insular de su excéntrica familia en varios libros muy divertidos (Mi familia y otros animales de compañía). Las tres casas en las que residieron no están abiertas a los visitantes, pero la White House de Kalami, donde vivió Lawrence mientras escribía La celda de Próspero: recuerdos de la isla de Corfú es hoy un bonito restaurante.

La serie televisiva The Durrells se rodó principalmente en Danilia, un pueblo abandonado y hoy recuperado solo accesible para los huéspedes del Grecotel Corfu Imperial.

Paxos y Antipaxos, una visión idílica con menos turismo

A Paxos le ha salvado el no tener aeropuerto. Con apenas 13 kilómetros de punta a punta, esta pequeña isla en la costa sur de Corfú ofrece una visión idílica de las islas griegas sin el asedio del turismo. Uno o dos días son suficientes para hacer excursiones entre sus olivares llenos de cigarras, descubrir pequeñas calas o pasar el rato en sus tabernas. Quien prefiera caminar, hay buenos trekkings al arco de Tripitos, en el sur, y a la playa Erimitis, al oeste.

Las instalaciones y servicios se concentran en tres encantadores pueblos con puertos escondidos en su costa oriental: Lakka, Loggos y Gáios (el más grande), cada uno con sus hotelitos, apartamentos de alquiler, tabernas y rendidos admiradores. Los tres sirven perfectamente como base para explorar las colinas y olivares centenarios del interior y los parajes más agrestes de la costa occidental. Las motoras nos pueden llevar a caletas vírgenes, y los antiguos caminos de mulas conducen hasta vertiginosos acantilados calizos que se desploman en el mar.

Cafeterías y restaurantes en la plaza de Gáios, en Paxos (Grecia).

A solo dos kilómetros al sur de Paxos, la islita de Antipaxos, la más pequeña de las jónicas, es perfecta para una excursión de un día y disfrutar de playas de estilo caribeño, que se encuentran entre las más hermosas de Grecia. Las dos caletas con playa cerca de su punta norte se abarrotan a diario en verano con barcos de todos los tamaños.

La playa más próxima a Paxos es la de Vrika, pero la más larga es la de Voutomi, ambas con un par de tabernas y desplegadas al pie de laderas cubiertas de árboles que dan abrigo a unas aguas de deslumbrante transparencia. Desde los dos arenales trepan senderos hasta el espinazo de Antipaxos, donde el pueblecito de Vigla se reduce a unas pocas villas dispersas, sin centro urbano ni actividad comercial alguna. Y en pocos minutos estaremos en la costa oeste, más salvaje y sin playas, y se puede continuar hasta el faro en la punta meridional de la isla.

Léucade, un puerto casi caribeño

Léucade es una de las pocas islas griegas accesibles en automóvil, conectada a tierra firme por una estrecha carretera elevada, y sorprende que, pese a ello, se mantenga tan ajena al turismo. En su interior las montañas esconden pueblos y olivos centenarios, y su principal ciudad portuaria, custodiada por una fortaleza, puede ser un alto en el camino antes de dirigirse a Ítaca.

La ciudad de Léucade es un lugar encantador para pasar un par de días. Tras perder sus edificios venecianos en los terremotos de 1948 y 1953, fue reconstruida a prueba de seísmos en un estilo muy peculiar: ahora se asemeja a un puerto caribeño, con construcciones de madera en tonos pastel cuyos pisos superiores se adornan con chapa pintada de colores. Ciudad tranquila y alegre, su trazado sigue un patrón lógico, con las tiendas y restaurantes agrupados en su calle central peatonal, los cafés y bares junto al puerto deportivo por el sur y los bancos y negocios cerca de la carretera elevada.

Acantilados en Léucade, Grecia.

Las colinas del interior esconden pueblos donde parece no haber pasado el tiempo, como Karya, de lo más típico, o Engluvi, el pueblo más alto de la isla, famoso por su miel y sus lentejas.

En contraste, la quebrada costa oeste posee playas magníficas, pero solo en la costa oriental hay unos cuantos enclaves turísticos. Hacia el sur se conserva intacta la playa de Poros (o Mikros Gialos) y el tranquilo y resguardado puerto de Sivota, donde los yates se mecen junto a las barcas de pesca. Y si se continua hacia el sur quedan por descubrir impresionantes bahías y caletas, en las que el viento atrae a kitesurfistas y windsurfistas de todo el mundo.

Cefalonia, un destino que invita a la exploración

En la montañosa Cefalonia, la más grande de las islas jónicas, es fácil apartarse de los caminos trillados. Su quebrado litoral esconde caletas y bahías. A pesar del terremoto de 1953 que arrasó con casi todas las construcciones históricas venecianas, quedan pueblos como Fiskardo y Assos, que presumen de sus bellas trazas de estilo italiano, mientras que el interior, salpicado de prados y viñedos, invita a la exploración. En un par de días se puede visitar la playa de Myrtos y la ciudad portuaria de Fiskardo, con sus villas venecianas, o alquilar una bicicleta para pedalear entre bosques de encinas, viñas y olivares.

También merece una visita Argostoli, resguardada del mar abierto y con un paseo marítimo que se extiende junto a una corta península. Este pueblo fue famoso en su día por sus elegantes construcciones venecianas que el terremoto destruyó casi en su totalidad, y hoy es una animada ciudad moderna. La actividad está hacia el interior, con una calle peatonal llena de restaurantes, por la que en verano se pasean los músicos con sus kantades (canciones tradicionales acompañadas con guitarra y mandolina). Por el sur, Lithostroto, otra calle comercial peatonalizada, está bordeada de elegantes tiendas y cafés.

La cueva de Melissani, en Cefalonia.

Otra parte de la isla es la península de Paliki, con el pueblo de Lixouri por la vertiente del golfo como principal núcleo de población. Paliki es una región poco explorada de acantilados arcillosos de color blanco, crema y rojo, campos de cultivo, viñedos y pueblos encaramados en lo alto de colinas. Si se quiere playa, la de Petani, por el noroeste, es una espectacular franja de arena blanca, mientras que por el sur, la playa de Xi, de arena roja, también bonita, se abarrota en verano. Entre las dos, en el extremo occidental y con vistas a ásperos acantilados, mares azul celeste y viñedos, espera el Moni Kipouria, un monasterio fundado por un monje amante de la soledad.

El puerto principal de Cefalonia es Sami, cobijado en una luminosa bahía y flanqueado por empinadas colinas. Consiste en una calle a orillas del mar que mira a Ítaca repleta de cafés para turistas. Los monasterios, castillos en ruinas y accidentes geográficos cercanos, como la sobrevalorada cueva de Drogarati, son más incentivos para quedarse. Otras bases alternativas con mejor playa, como Karavomilos o Agia Evfymia, bordean la bahía más al norte.

Pero los mejores destinos de Cefalonia están en el norte: Assos es una aldea situada en un anfiteatro natural, moteado por casas de colores y jardines llenos de flores y con un paseo marítimo, donde sus habitantes juegan al tavli (juego de mesa muy similar al backgammon). Y al sur de Assos, la otra joya, la bahía de Myrtos, con una de las playas más espectaculares de Grecia, bordeada por un mar turquesa y arropada por acantilados de piedra caliza y verdes pinos. La única carretera de acceso desciende tres kilómetros por curvas cerradas desde Divarata, en la carretera principal. En mitad de la bajada, un mirador regala el primer resplandor de mar. No hay instalaciones ni servicios, pero es una maravilla. Los acantilados calizos que se alzan a los lados muestran las cicatrices de los desprendimientos causados por los terremotos recientes, que también bloquearon la carretera que sale por el norte de Divarata hacia Assos.

Vista aérea de Fiskardo, en la isla jónica de Cefalonia (Grecia).

Y nos queda Fiskardo, uno de los sitios más populares de las Jónicas, al que algunos llaman el Portofino griego. Esta antigua aldea de pescadores dibuja una curva junto a unas aguas color azul coralino, encarado a Ítaca. Por su vistoso conjunto de villas venecianas, que se salvaron del terremoto por asentarse sobre un lecho rocoso, es el centro turístico costero más selecto y chic de Cefalonia, con restaurantes, boutiques y buenos hoteles. Aquí no hay muelles ni embarcaderos en sentido estricto: los ferris procedentes de Léucade llegan al extremo norte, mientras que los yates se disputan el espacio por el resto del puerto. No hay playa, pero sí buenas calitas por el norte, donde los olivos dan sombra a la maravillosa arena de Emblissi, y por el sur, con la bahía de Foki y su agradable taberna. Las transparentes aguas de Fiskardo lo convierten en un sitio perfecto para aprender submarinismo.

Ítaca, el lugar donde siempre se regresa

El final de este viaje es Ítaca, una isla que ha sido origen de la literatura y meca de viajeros. Thomas Edward Lawrence dijo de ella que era “la primera novela de Europa”. Fue micénica, griega, bizantina, otomana, veneciana… En realidad, Ítaca son dos islas unidas por un istmo, con una capital, Vathy, el único asentamiento relevante del sur, con casas de colores, una plaza con una estatua dedicada a Ulises, su eterno navegante, y las típicas tabernas junto al puerto.

Un hombre practica paddle surf cerca de la isla de Ítaca.

Encajonada entre Cefalonia y tierra firme, es una de esas islas en las que el tiempo parece transcurrir más lento y las preocupaciones se disipan. El formidable macizo interior esconde pueblos preciosos como Stavros y Anogi, y toda la isla está salpicada de pequeñas calas con minúsculos centros turísticos como Frikes y Kioni.

Pero Ítaca es, sobre todo, recuerdo: el de Lord Byron, que se enamoró de ella; el de Penélope, que esperaba y esperaba… y su nombre aparece en cafés y apartamentos por toda la isla. Es el hogar de Ulises en el mito homérico, una isla accidentada, romántica y todavía bastante ajena al turismo. Ha sido refugio secreto de yates durante años, y también pueden hacerse buenas excursiones más populares, con caminos para mulas que serpentean entre colinas, con pueblos pesqueros, ruinas y playas como Gidaki, una medialuna de guijarros blancos con un agua casi luminosa y rodeada de acantilados.

Los visitantes recorren sus antiquísimas ruinas, los puertecitos y sus pueblos y hacen rutas por zonas montañosas. Un recorrido bordeando la costa noreste conducirá hasta Kioni, una aldea en una cala con forma de herradura, con casas que van bajando por las colinas hacia el mar y patios llenos de flores. Un final de viaje perfecto.



Puedes consultar la fuente de este artículo aquí

Compartir esta noticia en: