¿Hacia dónde va Nepal? Incertidumbre e ilusión tras el estallido de los jóvenes contra la gerontocracia corrupta e inepta
Los nepalíes abrazaron jubilosos la modernidad en 2008. El Parlamento expulsó a Gyanendra, representante de la última monarquía hinduista del mundo, después de haber nacionalizado sus siete palacios y sustituido su efigie por el Everest en los billetes. El país celebraba la República, clausuraba la guerra civil entre Ejército y maoístas que había dejado 13.000 muertos en una década y confiaba en que los comunistas condujeran al pequeño país himaláyico a la prosperidad.
Dieciocho años después han echado los nepalíes a los comunistas. De regeneradores mutaron en ineptos y corruptos. El primer ministro caminaba la semana pasada sobre la alfombra roja en Pekín, donde asistió al masivo desfile militar, y hoy está escondido. Varios políticos escaparon de la turbamulta en cestas colgadas de helicópteros militares en una escena que recordó la caída de Saigón. Algunos miembros del Gabinete imploraron que no prendieran fuego a sus viviendas y pocos se han librado de su ración de palos. El ministro de Finanzas los recibió semidesnudo en el río ante la algarabía general. Para muchos nepalíes fue reconfortante esa súbita fragilidad de los que durante años habían abusado impunemente del poder.
El país vive con la incertidumbre e ilusión del que abre una libreta nueva. El presidente del país (un cargo ceremonial), el Ejército y el movimiento juvenil que protagonizó la revuelta acordaron el viernes que Sushila Karki, expresidenta del Tribunal Supremo, sea la primera ministra interina y que el Parlamento se disuelva tras su toma de posesión. Es claro el anhelo de los veinteañeros, la llamada Generación Z, de un nuevo país, pero el rumbo ofrece más dudas.
Regreso a la normalidad
En los dos días de arrebato se sucedieron los incendios en Katmandú. Los edificios del Tribunal Supremo, del Parlamento, de la Presidencia, de los medios de comunicación; las viviendas de una veintena de políticos; los hoteles más elitistas… Los choques entre la juventud y la policía han dejado una cincuentena de muertos, según las últimas cifras oficiales. La capital recupera el pulso lentamente, señala Javier Rodríguez, cooperante sevillano en MIM Ayuda, una ONG para niños vulnerables. «Hay muchos militares en las calles pero se limitan a chequeos puntuales durante el toque de queda. Los nepalíes viven al día, no pueden mantener cerrados sus negocios más tiempo porque se morirían de hambre, y eso ayuda a que regrese la normalidad. Además ha terminado el monzón y empieza la temporada del turismo, que es clave en la economía nacional», añade. La mayor inquietud social ahora, revela, son los 15.000 presos escapados durante el caos.
Limpieza del trabajo en una estación de policía después de ser destrozado durante las protestas de esta semana, este sábado. / NIRANJAN SHRESTHA / AP
El estallido llegó con el bloqueo de las principales plataformas sociales (Facebook, Instagram, WhatsApp, YouTube o X, entre otras) a las que el Gobierno señalaba como nidos de noticias falsas. Los jóvenes recibieron la prohibición como una andanada censora para ahogar sus críticas y tomaron las calles, primero de forma pacífica, y con violencia tras ser reprimidos. Los desesperados intentos de calmar a las masas fueron estériles y el primer ministro, Khadga Prasad Sharma Oli, dimitió horas después por carta aludiendo a la «situación extraordinaria».
«Fui con mis colegas, era una marcha tranquila, pero la policía nos lanzó gas lacrimógeno para dispersarnos. Y entonces empezó a disparar. Un amigo recibió un disparo en una pierna y lo llevamos al hospital rápidamente. Vimos cómo disparaban a los jóvenes con uniforme universitario en la cabeza. Fue terrorífico. Un día negro en la historia de Nepal. En la mañana siguiente, el cielo estaba negro por los incendios», recuerda Niruta Gorong, estudiante de 20 años de Informática. No es la policía el estamento más querido por los nepalíes, altiva y abonada a las corruptelas, en contraste con el Ejército, pero nadie esperaba tal villanía.
Pobreza
Nepal es un país rural de dolorosa pobreza con una renta per cápita que no alcanza los 1.200 euros. El cuadro es desesperante para los jóvenes. Una licenciada en Empresariales gana 18.000 rupias mensuales (algo más de cien euros) y dos tercios se le van en el alquiler de su habitación en Katmandú. Es afortunada: muchos no tienen estudios ni trabajo. El desempleo juvenil supera el 22%, según el Banco Mundial. Muchos emigran a países vecinos para emplearse de lo que sea como mano barata. Los envíos de dinero del extranjero en las tres últimas décadas suponen un tercio del PIB nacional.
El Gobierno es tan inútil como corrupto. Nepal ocupa el puesto 107 de 180 países en la clasificación de Transparencia Internacional. Son tan tenaces robando como impúdicos: para que el caldero explotara fue necesario que los hijos de la clase política (los ‘nepo-kids’, por la contracción de nepotismo y niños en inglés) alardearan sin recato en las redes sociales de sus bolsos Gucci, botellas de Champagne o vacaciones en la Riviera francesa. Faltan expectativas y sobran tropelías, así que la juventud ha dicho basta.
«La Generación Z son jóvenes fuertes, conscientes, informados y formados. No están dispuestos a tragar con lo que tragaron sus padres. Confío mucho en ellos, son creativos y respetuosos con la tradición. Tiene más cosas que les unen que les separan y saben lo que quieren, aunque no tengo tan claro que sepan cómo conseguirlo», opina Rodríguez.
El ex presidente de la Corte Suprema y New Interine Primer Ministro de Nepal, Sushila Karki, durante su inauguración, este viernes. / SUJAN GURUNG / AP
Decisión decepcionante
El camino se antoja pedregoso y en la historia de Nepal no faltan las expectativas traicionadas. El poder es hoy un vacío insondable, sin Gobierno y con las instituciones incendiadas. Desde que empezaron las protestas todos miraron a Balen como el capitán en la tormenta. Es Balendra Shah, de 35 años, alcalde de Katmandú y artífice de sustanciosas mejoras en la capital, logradas a menudo enfrentándose al Gobierno. Pero Balen, en una decisión que ha decepcionado a muchos, dio su apoyo a Sushila Karki. La exministra de Justicia es una mujer admirable con una acrisolada lucha contra el latrocinio y otros excesos. Pero a sus 73 años no parece la alternativa más atractiva para enterrar la reciente gerontocracia.
«Todos queríamos a Balen, muchos pensamos que ella es demasiado mayor. Queremos un Parlamento nuevo y un Gobierno nuevo lleno de jóvenes. Si ella es la primera ministra, ¿para qué fuimos a las protestas? Creo que había mejores opciones. Estamos enfadados con Balen», se desahoga Niruta. Es probable, señalan los analistas, que Balen haya confiado en Karki para conducir al país a unas elecciones de las que saldrá un mandato más sólido y en las que no se vislumbra un rival de altura.
«Mi infancia fue muy dura», afirma Niruta. Es huérfana, ha podido estudiar con el apoyo de las ONGs y planeaba buscarse el futuro en el extranjero. Ahora, tras la revuelta, se pregunta si también Nepal podrá ofrecerle alguna oportunidad. «Queremos un país mejor y un gobierno mejor, sólo queremos menos problemas de los que tenemos«, concluye.
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