Hiperpadres
Hace unos años el padre de un alumno -mayor de edad, estudiante de un ciclo superior de FP- me trasladó su preocupación por la impuntualidad de su hijo y me preguntó qué pensaba hacer el centro para que el chico superase su incapacidad de respetar un horario. Tuve que emplear arrobas de sutileza para indicarle que esa pregunta debía hacérsela a sí mismo como padre y a su propio hijo, adulto ya, que se estaba formando profesionalmente y al que, por cierto, le faltaban unas semanas para iniciar su estancia en una empresa.
[–>[–>[–>Al joven no le incomodó la pregunta de su padre y esperó mi respuesta con idéntico interés. Claramente, aquel déficit del chico en las rutinas elementales de la vida no era para ambos cosa suya, sino que dependía de un agente externo que debía resolver.
[–> [–>[–>Traigo a colación este ejemplo de los muchos que se viven en los centros educativos más allá de la enseñanza obligatoria, porque han sido noticia los carteles de las universidades de Oviedo y Granada informando que no se atendía a padres. Además de las interferencias cada vez más habituales de los progenitores en asuntos de matrícula, entrega de trabajos o reclamaciones, el hartazgo ha surgido en la gestión de las prácticas en empresas.
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A la universidad le ha venido a pasar lo que la FP lleva sufriendo desde hace mucho. La estancia en la empresa del alumnado es paso imprescindible para su formación y ocupa buena parte de la misma. Y resulta que el fenómeno creciente denominado «hiperpaternidad» amenaza con colonizar el funcionamiento de los centros formativos e ir a instalarse en los de trabajo donde es de temer -casos ha habido ya- que hiperpadres vayan a pedir explicaciones, gestionar y hasta intervenir en la negociación colectiva, con o sin el hijo al lado.
[–>[–>[–>No miremos el fenómeno desde fuera. Es nuestra generación la de la militancia en la sobreprotección, la evitación de cualquier frustración o revés para el chiquillo. Sin querer percatarse de que es un flaco favor: les convierte en seres frágiles y tiranos a la vez, y les limita para una existencia plena.
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Nuestros padres y madres no fueron así. Con una sabiduría que claramente estamos perdiendo, entendían que debían educar a personas autónomas y que, por tanto, ellos estaban para repararnos de los castañazos de la vida, claro, pero no para salir frenéticamente a pararlos. Nosotros, nosotras, creímos mejorar el método ampliando el paraguas. Y ahora padres y madres en hipertrofia andan con el paraguas infinito a mandobles por el mundo… de sus hijos. Que un día serán padres -ya lo están siendo- y todo apunta a que repiten el modelo e incluso lo «mejoran».
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[–>Qué paradoja, las generaciones mejor formadas e informadas, hurtando a sus hijas e hijos la sabiduría más elemental de la vida.
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