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Japón redefine su defensa ante una China que despliega su presión híbrida sobre Taiwán

Japón redefine su defensa ante una China que despliega su presión híbrida sobre Taiwán
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  • Publishednoviembre 17, 2025




La rivalidad entre China y Japón ha dejado de ser episódica y ha dado lugar a fricciones sostenidas, con Taiwán en el centro de gravedad de la discordia. La dinámica actual trasciende la retórica diplomática y ha resultado en alertas consulares, maniobras de fuego real y la suspensión de canales de comunicación al más alto nivel. El resultado es un entorno de seguridad regional cada vez más militarizado, donde la disuasión, más que el diálogo, es el único lenguaje operativo.

El detonante inmediato vino de Tokio. El primer ministro Sanae Takaichi afirmó que un posible ataque chino contra Taiwán podría activar el derecho japonés a la autodefensa colectiva, apoyado en la reforma doctrinal de 2014 y consolidado en la Estrategia de Seguridad Nacional de 2022. La declaración marcó un punto de inflexión: Japón dejó de concebir la estabilidad del Estrecho como una cuestión exterior y la incorporó a su propio perímetro de defensa.

La respuesta de Beijing fue inmediata. El Ministerio de Asuntos Exteriores chino calificó la posición japonesa de “incorrecta y extremadamente peligrosa”, convocó al embajador japonés y emitió una alerta de viaje a sus ciudadanos. La secuencia diplomática estuvo acompañada de un despliegue simultáneo de coerción informativa y militar, con la difusión mediática de un discurso de victimización nacionalista y la ejecución de ejercicios con fuego real en el Mar Amarillo, notificados oficialmente entre el lunes y miércoles de esa semana.

Estas medidas se ajustan al patrón característico de coerción híbrida de Beijing: respuestas sincronizadas en las esferas diplomática, informativa y operativa, destinadas a disuadir cualquier desafío al principio de “una sola China”.

Tokio, en cambio, optó por la contención discursiva. El Ministerio de Asuntos Exteriores reiteró que su posición no ha cambiado y que el conflicto debe resolverse por vías pacíficas. Sin embargo, los hechos muestran un reposicionamiento estratégico: bajo el concepto de «disuasión integrada», Japón refuerza su cooperación militar con Estados Unidos y adapta su estructura defensiva en las islas Nansei, situadas a menos de 500 kilómetros de Taiwán.

El presupuesto de defensa de 2025, que alcanzará el 2% del PIB, constituye el mayor esfuerzo militar japonés desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Las prioridades se centran en los misiles de medio alcance, la defensa aérea multicapa y la ciberdefensa. Esto consolida la premisa de que su defensa territorial no puede separarse de la evolución estratégica del Estrecho de Taiwán.

China, coerción híbrida y nacionalismo interno

La reacción china combina tres niveles complementarios: señal diplomática, presión informativa y despliegue militar táctico. El mensaje oficial transmitido por el portavoz Mao Ning exigía a Tokio «corregir inmediatamente sus palabras para evitar mayores daños». Al mismo tiempo, televisiones estatales y plataformas digitales alineadas con el Partido Comunista difundieron mensajes sobre un supuesto aumento de incidentes contra ciudadanos chinos en Japón, acompañados de llamados a la precaución y ofertas de cancelación sin penalización en las aerolíneas nacionales.

Este tipo de medidas son parte del repertorio narrativo de seguridad de Beijing para crear un entorno de percepción de amenazas externas para fortalecer la cohesión interna y legitimar la política de defensa nacional. Al proyectar vulnerabilidad, el gobierno justifica los ejercicios militares como una respuesta defensiva y refuerza la confianza pública en el liderazgo del Partido.

El mensaje militar paralelo (ejercicios con fuego real en las aguas del Mar Amarillo) tiene un doble objetivo: entrenamiento táctico realista y comunicación estratégica. En el marco de la estrategia marítima china, la sincronización de maniobras con gestos políticos refuerza la capacidad de coerción sin confrontación abierta, esencial para sostener su narrativa de “paz vigilante”.

Taiwán: contención bajo presión

El presidente Lai Ching-te enfrenta el desafío de equilibrar firmeza y moderación. Ha instado a Beijing a actuar con moderación y respeto por el orden internacional, advirtiendo que la presión híbrida contra Japón podría conducir a una crisis importante. Su discurso apunta a preservar la legitimidad interna frente a una oposición –el Kuomintang– que lo acusa de alimentar tensiones innecesarias.

Al mismo tiempo, Taipei denuncia la represión legal extraterritorial de China, que mantiene investigaciones por “secesión” contra activistas y académicos taiwaneses, como el caso de Pumy Shen, fundador de la Academia Kuma. Estas acciones buscan extender el control político más allá de sus fronteras y transmitir un mensaje de vigilancia constante a la sociedad civil taiwanesa.

En el terreno diplomático, el deterioro cristalizó con la confirmación de que no habrá reunión bilateral entre China y Japón en la cumbre del G20 en Johannesburgo. Dos semanas antes, ambos gobiernos habían mantenido un breve acercamiento durante el foro APEC en Corea del Sur, ahora completamente eclipsado.

Fuentes diplomáticas indican que Beijing está considerando suspender los intercambios económicos, culturales y militares con Tokio, acusándolo de alentar el “resurgimiento del militarismo”. En la capital japonesa se reconoce que la ruptura simbólica del diálogo bilateral será difícil de revertir. La percepción estratégica es asimétrica: para China, la modernización militar japonesa constituye un desafío histórico a su estatus; Para Japón, la presión china representa una violación del orden marítimo regional.

El vector operativo: las islas Senkaku/Diaoyutai

El espacio más visible de la disputa se sitúa en las islas Senkaku/Diaoyutai, un archipiélago deshabitado pero de alto valor estratégico. Japón ha ejercido un control efectivo desde la década de 1970, mientras que China y Taiwán reclaman soberanía histórica. Según cifras del Consejo de Relaciones Exteriores (CFR), la Guardia Costera china ha llevado a cabo más de 150 incursiones en aguas adyacentes durante los tres primeros trimestres de 2025, la cifra más alta desde que existen registros. Estas operaciones buscan establecer una presencia diaria de baja intensidad, lo que erosionaría la normalidad de la autoridad japonesa y generaría precedentes operativos favorables a Beijing. En la práctica, constituyen una “guerra diplomática”: cada incursión no busca un enfrentamiento directo, sino más bien la acumulación de legitimidad de facto.

Japón responde con patrullas permanentes y coordinación con la Séptima Flota estadounidense, cuyo centro de operaciones está en Yokosuka. Los ejercicios conjuntos más recientes simularon escenarios de defensa de Okinawa y bloqueo parcial del Estrecho de Taiwán. Pekín las interpreta como una provocación, pero Tokio sostiene que son pruebas de interoperabilidad esenciales para la credibilidad de su estrategia de disuasión ampliada.

En un contexto de comunicación diplomática debilitada, la disuasión se convierte en el único lenguaje compartido. El equilibrio regional no se redefine mediante tratados, sino por la presencia simultánea de unidades navales, patrullas aéreas y despliegues logísticos.

Japón refuerza su condición de baluarte de la estabilidad asiática, pero asume el costo de una exposición estratégica sin precedentes desde la posguerra. La ampliación de su perímetro defensivo implica una reconfiguración logística, con nuevos centros de mando en Amami e Ishigaki, preposicionamiento de munición en Kyūshū y rotación permanente de buques de superficie con acompañamiento aéreo.

China, por su parte, canaliza la presión internacional a través del nacionalismo autoprotector, un mecanismo que mezcla el orgullo histórico con la legitimidad política. Su estrategia persigue múltiples objetivos, como impedir que Japón adquiera protagonismo regional, desalentar la coordinación Tokio-Washington y proyectar su capacidad de respuesta rápida en todos los teatros circundantes.

Para Taiwán, atrapado entre ambos, el riesgo está en los márgenes. Cada aumento de la tensión chino-japonesa aumenta la posibilidad de que un incidente accidental (colisión naval, ataque aéreo no identificado o ejercicio mal comunicado) desencadene una escalada imprevista.

Limitaciones multilaterales y proyección futura

No existen mecanismos multilaterales eficaces para reducir la tensión en el corto plazo. La ASEAN, como foro regional, carece de instrumentos coercitivos y los mecanismos de confianza mutua promovidos después de la crisis de 2010 se han vuelto obsoletos. Los intentos de mediación por canales diplomáticos secundarios se diluyen ante la creciente prioridad de la seguridad nacional en ambas potencias.

En términos operativos, se configura un escenario de disuasión prolongada y sin diálogo político, caracterizado por el uso de las fuerzas armadas en tareas de representación estratégica más que de combate directo. Las operaciones de “presencia persistente” (patrullas, vuelos de reconocimiento, ejercicios conjuntos) se convierten en un sustituto del proceso diplomático.

Estabilidad regresiva y militarización del equilibrio.

La actual lucha entre Beijing y Tokio no es una crisis aislada, sino un síntoma del nuevo orden fragmentado del Indo-Pacífico, donde la seguridad prevalece sobre la prosperidad. En menos de cinco años, la región ha pasado de ser un espacio de integración económica a un teatro de competencia militar. Consciente de que su entorno estratégico inmediato ya no garantiza la estabilidad, Tokio apuesta por el fortalecimiento doctrinal y la ampliación de las capacidades conjuntas. China, inmersa en un proceso de ascenso regional, combina el nacionalismo interno con la presión externa para consolidar su narrativa de potencia asediada. En el centro, Taiwán se convierte en un catalizador de riesgos.



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