la confirmación de un titán urbano en la fiesta de su resurrección
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Poco antes de las nueve de la noche, el Movistar Arena era un hervidero. Miles de voces calentaban motores para lo que no era un simple concierto, sino una ceremonia de reafirmación. Porque esta noche, Quevedo regresaba a su ciudad natal, la misma que lo vio crecer antes de que Gran Canaria lo hiciera suyo. Madrid, que tantas veces ha visto brillar a figuras del pop urbano, le ofrecía ahora su templo más sagrado. Y él, con su segundo y más reciente álbum Buenas Noches convertido en banda sonora de madrugadas y excesos, vino a demostrar que su regreso no sucedía porque sí.
Quevedo apareció sin grandes aspavientos, pero el espectáculo se mostró contundente desde el minuto uno. Fuegos artificiales iluminaban el recinto mientras las pantallas gigantes proyectaban imágenes que reforzaban la estética nocturna de Buenas Noches. En la primera fila, camisetas que recordaban a la Unión Deportiva Las Palmas ondeaban junto a banderas de Canarias, una imagen que dejaba claro que el vínculo con su tierra de adopción, y la que considera su casa, sigue intacto. Entre el público, niñas con sus madres, grupos de amigas, bros con gafas de sol y cervezas en mano. Todos gozando de lo que muchos sentían como un momento histórico.
El show arrancaba con Kassandra, una introducción densa, casi cinematográfica, que vendría a marcar el tono de la noche. Sin pausa, la base atronadora de Duro encendía la primera gran oleada de saltos, y enlazando con Chapiadora.com convertía el recinto en una pista de baile colectiva.
Con 14 Febreros la euforia bajaría un punto, pero el público lo compensaba coreando cada palabra. La 125 retomaba el pulso con su ritmo hipnótico, y Los Días Contados hacía de bisagra perfecta entre el lado más crudo de Quevedo y su faceta más melódica. No habría que esperar mucho para la primera gran aparición de extras de lujo en noche: Amaneció, con De La Rose y De La Ghetto, subía la temperatura con una de esas colaboraciones que en disco funcionan bien, pero que en directo adquieren una nueva dimensión. El tramo se cerraba con Por Atrás, Halo y Piel de Cordero, todas acompañado de La Pantera en el que se sentiría como uno de los momentos más emotivos del concierto.
Entre el desahogo y el baile
El setlist está construido para no perder energía, pero también para ofrecer pequeños respiros. Ahora y siempre y Dame suavizan la intensidad sin que la atmósfera decaiga, antes de que Buenas vuelva a convertir el Movistar Arena en una gran discoteca. Si había una canción que se prestaba al grito colectivo, esa era El Tonto, y ese fue el momento en el que salió al escenario Lola Índigo, una de las invitadas más celebradas de la noche.
Desde ese punto, el show avanzaba sin titubeos. Sin Señal y Playa del Inglés mantenían la cadencia con la que mejor se mueve Quevedo, mientras que La Flaca, el tema del añorado Pau Donés y sus Jarabe de Palo, que aquí iba a sonar de la mano de la guitarra de Jordi Mena, era la gran sorpresa que nadie podía esperarse. La de esta noche no era la versión tradicional, sino una reinterpretación con una base más densa y un estribillo en el que Quevedo se arrancaba a cantar con un registro más limpio y seguro, haciendo alarde de ese cambio vocal que ha experimentado en este último año.
A partir de ese momento empezaron a brotar los temas que hicieron que más de uno cantase con los ojos cerrados. Que Asco de Todo y Noemú son canciones que reflejan la versión más contemplativa del canario, mientras que Te Fallé, aquí interpretada con Sech, era la que iba a transformar el estadio en un mar de luces de móviles.
Un final sin trucos pero con impacto
En la recta final, todo estaba perfectamente calculado. Guayar con Cualquiera y Shibatto servían como último empujón rítmico, Iguales hacía presente su sonido más experimental y Gran Vía, a la que daba todavía más relumbrón en el escenario una estrella como Aitana, dejaba claro que el pop y el reguetón pueden convivir sin necesidad de forzar nada.
Bajaron entonces las luces y arrancó Buenas Noches, con el público sintiendo que la fiesta se acababa. Pero todavía faltaba una última palabra: Mr Moondial / Quédate ponían el broche a una noche en la que Quevedo no necesitaba fuegos artificiales para convencer a nadie, pero los ha tenido igual. Y en la que el artista canario se ha subido al escenario con más seguridad, con una voz más nítida y con una puesta en escena que confirma lo que muchos intuían: que ya no solo es el artista de un momento, sino alguien que ha entendido cómo jugar en las grandes ligas.
El cambio en Quevedo es evidente. Ha ganado confianza y canta mejor, suena mejor, se mueve con otra actitud. Lo que empezó como una revelación en la escena urbana ya tiene la confirmación que algunos todavía necesitaban. Y el Movistar Arena, con miles de personas todavía cantando cuando las luces ya estaban encendidas, lo dejaba claro: el cantante ha cruzado una frontera que ya no tiene vuelta atrás.
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