La Constitución española de 1978, una historia de éxito
Preocupados como estamos por revisar la Historia y en ocasiones flagelarnos con ella, a veces se nos olvida que hay fechas que no deben pasar desapercibidas. Una, fundamental porque es el entramado orgánico en el que nos movemos, es la del 6 de diciembre, el día que recuerda otro de 1978, hace ya 47 años, cuando se aprobó en referéndum la Constitución española, «el triunfo de una transición modélica» y «el marco de convivencia democrática» triunfante. Está mayor ya. Puede. Es útil. Sin duda. Y eso a pesar de todos los amagos insensatos que hacen algunos por cuestionarla.
[–>[–>[–>Entre 1808 y 1931 en España se aprobaron seis constituciones, dejando fuera la de Bayona, de inspiración napoleónica, o el Estatuto Real de 1834. Algunas fueron admiradas pese a su escasa vigencia; tal es el caso de la primera de 1812, un referente al que se acudió con insistencia. Otras, zarandeadas por el inestable siglo XIX, como la de 1869 de propuestas novedosas ahogadas en una Primera República ensangrentada que a Pérez Galdós le hizo desear «un barrido de toda esta pillería que quiere dividir a España en cantones con autonosuyas». Después del sexenio revolucionario (1868-1874), la Restauración monárquica produjo un diseño de Constitución, en 1876, de alternancia de partidos que se estabilizó pese a corruptelas, caciquismo y rebeliones. Duró hasta 1923 con la dictadura de Primo de Rivera. Vivió 47 años, precisamente la edad que este año cumple la nuestra actual a la que le deseamos una mayor longevidad porque ha supuesto un respiro realmente histórico. El precedente constitucional de 1931, objeto del deseo de muchos, ni nació ni vivió el mejor «marco de convivencia» y fue liquidada por una Guerra Civil que «desde 1934 se veía venir», un descenso al infierno.
[–> [–>[–>Quienes añoran lo que pudo haber sido y no fue en el periodo de la Transición también deben felicitarse por tener una Constitución aprobada apenas tres años después de la muerte del dictador, que falleció hace medio siglo y que parece casi más recordado por sus detractores reales que por sus seguidores o nostálgicos. Tal parece que tras 50 años sin «el generalísimo» aún necesitamos oír lo de «Españoles Franco ha muerto». Y eso que dos días después de su muerte, el 22 de noviembre de 1975, en las Cortes aún franquistas un monarca designado dio un discurso diferente. Como escribió recientemente el historiador Enrique Moradiellos «el papel del Rey tras la muerte del dictador fue tan crucial que no cabe cuestionarlo por conductas posteriores; se ganó los laureles ahora marchitos». La democracia la trajeron los españoles y un puñado nada despreciable de «políticos mediocres» reconvertidos en brillantes, dialogantes y con ganas de abrir un novedoso camino bajo el paraguas institucional del monarca, quien reconoció expresamente que actuó «canalizando las demandas democráticas del auténtico protagonista de la Transición, el pueblo español». La monarquía parlamentaria fue al final un buen pacto constitucional consensuado.
[–>[–>[–>
Y un día tal que hoy, preciso es decir que la Constitución española viva está de «cumpleaños feliz», recordando una vez más que fue un miércoles 6 de diciembre, lluvioso en Madrid, cuando la gente salió a votar. Y en toda España, lloviera o no, también se votó. El texto fue aprobado con el 87, 78 % de los que expresaron su voluntad. Para quienes habían luchado toda la vida por vivir un momento así fue ilusionante. La Constitución, que nacía entre gravísimos problemas y un terrorismo atroz se fue consolidando, pese a ello y a los intentos golpistas. En orquestada y bien armada organización las Cortes franquistas se hicieron el harakiri, los partidos ilegalizados se legalizaron y cedieron lo que debían para lograr sacar adelante un proyecto que parecía poco antes irrealizable. Se pudo haber hecho mejor, pero se hizo lo mejor que se pudo. Desde esa razón y esa tolerancia que proclamó siempre Francisco Tomás y Valiente asesinado por cobardes.
[–>[–>[–>En aquella etapa de la Transición, de reuniones interminables, de luz y taquígrafos o de semiclandestinidad, de humo malsano de cigarrillos y cigarros, se construyeron bases impensables y se removieron obstáculos que se barruntaban inamovibles. Hubo debates duros y posiciones enconadas. Pero se fraguaron amistades en la discrepancia política que ya quisiéramos hoy. Desde aquello fue posible, por ejemplo, que uno de derechas, un comunista y un socialista compartieran tertulia abierta. Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, Santiago Carrillo y Ernest Lluch mantuvieron debates y encuentros radiofónicos desde el disenso respetuoso; y una amistad en las ondas que ETA truncó matando al lúcido Ernest Lluch por cierto un 21 de noviembre de hace 25 años. Si por efemérides es, esta, la de un hombre bueno, sin duda merece un recuerdo.
[–>[–>[–>
Hay que conocer la Historia, claro. Toda. Y sobre todo no hay que parapetarse en un recodo de ella idealizando lo propio con el solo ánimo de denigrar lo ajeno. Alrededor de un 60% de los cuarenta y nueve millones y medio de españoles de hoy tienen menos de 50 años; son postconstitucionales. Importa y mucho que se conozca sin restricciones y sin sesgos el pasado negro, con la esperanza de que no se repita, aunque tal vez sea una vana ilusión pensando que el hombre, como animal, «es el único que tropieza en la misma piedra» múltiples veces. Pero importa más si cabe saber cómo desde la salida de la dictadura se llegó hasta aquí; qué hombres y nombres estuvieron tras esa andadura, cómo consiguieron entenderse desde posiciones tan antagónicas y pasados tan diversos para levantar una Constitución, que no solo es preciso memorizar para una oposición, sino valorar y respetar para apreciar en qué país vivimos viniendo de dónde venimos.
[–>[–>
[–>Pues eso: ¡Feliz día de la Constitución! n
[–>[–>[–>
Santos Juliá (2017). «Transición. Historia de una política española» (1937-2017). Barcelona: Galaxia Gutemberg; Juan Fernández-Miranda (2015). «El guionista de la Transición: Torcuato Fernández-Miranda, el profesor del Rey». Barcelona: Plaza y Janés.
[–>[–>[–>
Suscríbete para seguir leyendo
Puedes consultar la fuente de este artículo aquí