La gallina
Este verano, paseando por la Carihuela, me llamó la atención un conjunto de esculturas de arena que atraían a los turistas. La más concurrida representaba una supuesta imagen de Torremolinos, pero se parecía más a un pueblo ruso: casas con nieve en los tejados pese a los treinta y cinco grados de justicia típicos del terral. Durante un instante pensé que era una protesta contra el cambio climático, pero enseguida comprendí que el escultor –que tenía pinta de ruso– simplemente no sabía hacer otra cosa.
[–>[–>[–>Me recordó a cuando mis hijos eran pequeños y me pedían que les dibujara algo. Siempre acababa dibujando la misma gallina. Y cuando insistían en que dibujara otra cosa, recurría al truco más simple: pintaba unos huevos y les decía que ya no era la misma gallina, sino que estaba poniendo. Me miraban estupefactos, no muy convencidos, pero aceptaban la explicación y pasaban a otro asunto. Treinta años más tarde ya casi no es posible tener gallinas, y los huevos están por las nubes. Pero ese es otro tema.
[–> [–>[–>La conclusión es sencilla: somos víctimas de nuestra propia mediocridad. Y ante cualquier amenaza, respondemos siempre con el mismo mantra, incapaces de salir de nuestros clichés. Basta con mirar alrededor. Salen las estadísticas del paro: los sindicatos nunca están contentos. Si lo estuvieran, desaparecerían, porque su supervivencia depende del conflicto y de la desigualdad. Si el paro sube, es culpa de los empresarios y del Estado; si baja, no ven brotes verdes porque entonces señalan la precariedad. Les gustaría que todo el mundo estuviera tan liberado como ellos. Pero llega la IA, automatiza procesos y, aun así, tampoco están satisfechos: ¡demasiada liberación!
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Los políticos actúan igual. Todo lo que hacen es correcto y lo que hace la oposición es un desastre. No dan una a derechas. Ni a izquierdas. Solo miran por su propio beneficio y por el de quienes los sostienen. Lo vemos con los grupos nacionalistas catalanes, de derecha y de izquierda: les da exactamente igual que la nave se estrelle mientras ellos obtengan tajada. Si no hay tajada, no hay pacto. Esta prostitución política permea la sociedad, que acaba reproduciendo las mismas actitudes. ¿Por qué te quiero, Andrés? Por el interés. Y cuando ya no lo hay, donde dije digo, digo diego.
[–>[–>[–>Las universidades son otro ejemplo. Presumen de tener las mejores estadísticas de aprobados, pero callan que sus egresados cojean de ambas patas, y muchos de ellos carecen de empleabilidad. En investigación presumen de índices H, como si eso implicara que los premios Nobel fueran a llover. España no tiene un Nobel de ciencia desde 1906, cuando Ramón y Cajal recibió el galardón por descubrir la doctrina de la neurona, base de la neurociencia moderna. Severo Ochoa, que ganó el Nobel de Medicina en 1959, lo hizo como ciudadano estadounidense, representando instituciones de EE. UU, no cuenta. Solo hay que pasar la frontera. En ese periodo, Francia ha tenido treinta y dos en Física, Química y Medicina. Nunca he visto allí la falta de ética científica que se respira aquí. Y, aun así, año tras año debemos escuchar cantinelas de premios a la «excelencia investigadora» que suelen ir a parar a científicos de países más avanzados y mejor financiados. Puro masoquismo. Además, cuanto más mediocre es la universidad, más trabas se ponen desde dentro por aquellos que mandan para que mejore. El mundo al revés.
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Luego están las instituciones, fundaciones y chiringuitos que viven de lo que llaman «innovación» sin haber innovado jamás. Solo se dedican al copia y pega. Estos son los mejores: solo ven brotes verdes en cada esquina, siempre gracias a su «magnífica labor». Of course! Realidad virtual en estado puro. Su único objetivo es seguir mamando de la teta pública y aferrarse al poder como garrapatas. Por eso, cuando llega un iluminado como Trump –que no es santo de mi devoción– y empieza a desmantelar estructuras, usos y costumbres –para imponer las suyas, claro– se encienden todas las alarmas y se anuncia el apocalipsis. ¡Apocalipsis now! Donald hace como los nacionalistas catalanes: solo quiere su parte. Además, se comporta como un rey, dando caña a sus vasallos, que además le rinden pleitesía.
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[–>Al final, quien solo sabe pintar gallinas seguirá pintando gallinas. Y l@s hay que no pintan ni monas, pero aparecen en la foto igualmente. Aun así, siempre habrá algún Antonio López, ese gran maestro del hiperrealismo, capaz de pintar la realidad tal cual es, mugre incluida.
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