La historia de Avelino Cadavieco, el nieto de La Chucha que se mantiene fiel a su barrio de Oviedo
No hay casi día del año que Avelino Cadavieco falte a su cita diaria en la huerta de La Chucha, una franja de un día de gües (unos mil doscientos metros cuadrados) que marca la frontera entre el Olivares que un día fue pueblo y el de las urbanizaciones. El nombre de la huerta rinde homenaje al bar de La Chucha, el único que existió en aquella aldea del oeste de Oviedo de la que «ya no queda casi nada», afirma este taxista jubilado, ahijado de un histórico socialista ovetense de idéntico nombre que estuvo condenado a muerte después de la Guerra Civil y trabó gran amistad con Ramón Rubial en el penal gaditano de Puerto de Santa María.
[–>[–>[–>«Yo nací aquí y aquí paso mi vida, me entretengo», cuenta Avelino Cadavieco mientras señala la casa enfrente de la huerta donde estuvo el bar de su abuela, Justina Peón González, a la que apodaban la Chucha. «No daba comidas, aunque preparaba muy bien la caza. Tenía un antiguo pellejo de vino, que le traían de una vinatería de la Argañosa, enfrente del Cine Roxy, el vinatero era de Villamañán. Y al lado del bar tenía bolera, rana y también el juego de la llave. Aquí se concentraba toda la gente del pueblo y los domingos se llenaba de gente que venía de Buenavista», recuerda con ojos de una viveza seguramente muy similar a los que ponía de guaje, cuando aparecía por aquellas caleyas la pareja de la Guardia Civil. «Olivares era tan rural que los guardias venían de ronda nocturna en caballo y luego cuando pasaban por el día, traían un librín, que firmaba mi abuela para que quedara constancia de que habían venido por aquí», comenta Cadavieco. «Mi abuela tenía delante del bar un par de bancos y cuando pasaban de ronda nocturna aprovechaban para sentarse un ratito y yo sentíalos hablar», relata.
[–> [–>[–>Avelino Cadavieco de niño bebiendo de la bomba de agua del centro del pueblo, a principios de los años sesenta, en un día festivo. / LNE
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A mediados del siglo XX todavía no había agua en las casas de Olivares. Avelino Cadavieco, que ahora tiene 73 años, mantiene vívido el recuerdo de cuando los vecinos tuvieron que trabajar a fondo en una zanja para llevar la primera conducción del agua hasta una bomba en el centro del pueblo, en el Campo de Olivares, al lado de donde «jugábamos los domingos unos partidos tremendos de fútbol de alcantarillas, cuatro para cuatro. Y la gente se sentaba en los muros, a vernos. Cuando cavaron la zanja yo llevaba agua, en pellejo, a los vecinos que estaban a pico y pala». Como no había aún agua en las viviendas, «las mujeres iban al lavadero que había en el Pipón; bajaba un reguero, que ya lo canalizaron hace muchos años y allí lavaba mi madre cuando era una chavalina, me tuvo a mí con 19 años, yo soy hijo único. En verano el reguero menguaba de agua y tenían que bajar al Salguero, donde se unían dos riachuelos, cerca de Las Mazas, por donde la carretera a San Claudio».
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Había en aquel Olivares «lo menos, una docena de caserías, como la de Jesús el Mocicu, que tenía mucho terreno o la de los de Matorra, que tenían muchas vacas». Y cerca del centro del pueblo, en una casina enfrente de la bomba del agua, «había un molín eléctrico, era pequeño, pero había mucha molienda. Yo dormía muchas veces con el ruido del molín. Me acuerdo de ver todo esto lleno de burros, que traían para llevar los sacos de la molienda. Iban al bar de mi abuela mientras molían y ataban los burros para tomar algo, era el único bar de la zona».
[–>[–>[–>«Les vivencies de guaje», apostilla Avelino Cadavieco que tiene en su finca el, seguramente, uno de los olivos más jóvenes de Olivares. «Lo traje del pueblo de mi mujer, que es de Cáceres, de Valverde del Fresno. No crecen nada, trájelo de piquiñín», comenta el taxista jubilado, que tiene entretenimiento en los conejos, les pites y el perro de caza que mantiene al lado de donde se crió de guaje. «Esta zona siempre fue una pasada, muy buena gente. Luego viví con mi abuela en La Vallina, más abajo, donde sales a la carretera de San Claudio, hasta los seis años y ya volvimos a esta casina que era de mi padrino, un hermano de mi abuelo, muy popular, Avelino Cadavieco Fernández, del PSOE. Puso dinero para comprar la Casa del Pueblo, vi yo la factura».
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De taxista a Ferraz
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Un nombre propio del socialismo ovetense. «Estuvo en el penal de Santa María con Ramón Rubial, condenado a pena de muerte. Cuando yo tenía el taxi le tengo llevado muchas veces a Madrid, a Ferraz, y al morir Rubial fuimos al entierro en Portugalete, allí me presentó a Felipe González, Alfonso Guerra y José Luis Corcuera», cuenta el sobrino nieto, bautizado con el mismo nombre porque «él y su mujer no tenían hijos, siempre quiso que estudiara una carrera y me pagó clases particulares; se me daban muy bien las matemáticas, pero no me gustaba estudiar. Trabajé en Planoscopia Fueyo, en Marqués de Santa Cruz, con 13 años, haciendo recados, para llevar los planos a los arquitectos, por 50 pesetas al mes, luego en la farmacia de Víctor Casanueva en Uría, que ya me aseguró y con quince años, en 1967, empecé a trabajar en Invasa, en La Corredoria, cuántos coches reparé en el taller; luego en 1992 cuando mi padre dejó el taxi, cogí su licencia». El tío abuelo tenía areneros justo enfrente de Olivares. «La mitad de los edificios nuevos en Oviedo en los años setenta se hicieron con arena que salió de ahí», desvela Cadavieco, «y la tierra vegetal de los desmontes iba al campo de fútbol de Buenavista».
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[–>En aquellos años de juventud y trabajo hubo tiempo para el fútbol. «No llegué a nada, pero jugué muchos años; de infantil en el Savio del Masaveu, donde estaba en el juvenil, Javier, que llegó al Oviedo; en el Astur que jugaba en el campo de La Florida, donde jugó Joaquín, que era de aquí al lado; en el Águila Negra…Jugaba de medio, siempre con el 8, el Cádiz me llamó dos veces para ir a probar, pero tenía que ir solo y no me atreví, nunca había salido de Oviedo».
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