La historia de superación “y éxito” de una familia a la que la discapacidad no logró cambiarle el paso
Todo cambió un jueves de 2013, justo cuando parecía que todo iba a cambiar, pero de otra manera. Diego Parrondo, dieciocho años recién cumplidos, estaba en ese momento incierto del paso del colegio a la Universidad, preparando una mudanza que en su caso iba a ser de vida y de país. Esa mañana se había sacado el carnet de conducir y en su casa de Oviedo la familia lo tenía todo empaquetado para marcharse a Holanda, donde su padre, Manuel, ingeniero industrial en DuPont, se disponía a iniciar un proyecto profesional de tres años. Diego, un apasionado de los coches, iba a empezar Ingeniería de Automoción en la Universidad Técnica de Eindhoven. Tenía un billete para ese sábado en un avión que no llegó a tomar. La vida dio un volantazo y tomó por su cuenta un nuevo rumbo inesperado aquella noche de jueves en la que un desgraciado accidente en una piscina le dejó una fractura de la quinta vértebra cervical, una tetraplejia y una silla de ruedas… Lo que siguió fueron dos meses en la UVI y un año de rehabilitación en el Hospital de Parapléjicos de Toledo, con su madre a su lado, la enfermera Esther Ojanguren y su padre trabajando en Holanda.
[–>[–>[–>[–>Pero esto no va a ser una historia triste. Muy difícil sí, pero después de todo lo vivido, sus protagonistas la resumen en una historia de superación, “y de éxito”, apostilla Manuel. De esfuerzos compartidos y obstáculos para terminar alcanzando el premio de una cierta estabilidad. Resultó que aquel año de recuperación en Toledo, así lo ve ahora Diego, fue solamente un retraso, un simple aplazamiento, porque “el mismo día que me dieron el alta, me fui directamente del hospital al aeropuerto” y en agosto de 2014, ¿cómo es eso de que no se puede?, estaba empezando la carrera en Eindhoven. Se graduó, hizo un máster en Transporte y Logística en la Universidad Técnica de Delft y abrió un camino que, contado rápidamente, termina a 9.000 kilómetros de allí, en Los Ángeles, donde Diego trabaja ahora en la misma multinacional biotecnológica que su padre, Amgen. Forma parte del equipo de seguridad de la cadena de suministro y se encarga de asegurar que los fármacos que produce la empresa –contra el cáncer, procesos inflamatorios, osteoporosis, cardiopatías y enfermedades raras – lleguen en buenas condiciones y sin falsificaciones ni asaltos ni robos del centro de manufactura hasta el cliente final en todo el mundo… Pero eso es únicamente el final de una ruta muy revirada y nunca es todo tan sencillo como suena. En este caso, menos. Para Diego, que también ha destacado en la práctica del atletismo adaptado, podría servir la metáfora de la carrera de obstáculos.
[–>Resultó que al acabar el proyecto de tres años que había llevado a Manuel a Holanda se le planteó la posibilidad de un retorno a la sede de DuPont en Asturias que en aquel momento, 2016, para ellos “no era una opción”, comenta. Ni “desde el punto de vista de los estudios de Diego, ni de la adaptación o la movilidad”, porque él en Holanda tuvo en este aspecto mucha suerte. Es un país, cuenta, “en el que se pagan muchos impuestos, pero también se ve que ese dinero se emplea en cosas útiles”, “en el que la discapacidad está muy integrada en la sociedad” y, por poner sólo un ejemplo, a él el Estado le pagaba un taxi para ir a la Universidad, le reembolsaron con carácter retroactivo el gasto en gasolina del tiempo que lo había llevado su madre y después le sufragaron un coche adaptado para que fuera conduciendo los sesenta kilómetros de ida y los sesenta de vuelta… Porque sí, el joven ingeniero de automoción al que le dijeron que tal vez no pudiera conducir ahora también conduce. En Holanda comenzó además a practicar el atletismo en silla. Especializado en cien y doscientos metros, fue campeón de España, disputó la final de la «Diamond League» en Bruselas y tuvo el sueño de unos Juegos Paralímpicos que la pandemia le obligó a aparcar.
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El mercado laboral holandés también era lo suficientemente dinámico como para que un ingeniero industrial de cincuenta años, especializado en la dirección y estructuración de proyectos de inversión de capital, encontrase un empleo para quedarse en el país. Manuel Parrondo dio entonces con Amgen, una empresa líder en el sector de la biotecnología que en 2020, cuando Diego había concluido ya sus estudios de grado y máster, le dio la opción de trasladarse a su sede central en California. Con el paréntesis del covid alargando la maniobra de aproximación, en enero de 2022 todos excepto Álvaro, el hijo mayor, que ahora sigue trabajando en Amsterdam para Nike, se mudaron a Moorpark, una pequeña ciudad residencial en el condado de Ventura, a hora y media al noroeste de Los Ángeles, en la que viven desde entonces.
[–>[–>[–>[–>Diego llegó recién graduado y con un visado de turista por seis meses que le obligaba a buscar un empleo para quedarse. “Mandé más de cien currículums y sólo me llamaron de Amgen”, recuerda. Le dieron trabajo, pero tropezó contra “la burocracia americana”. La compañía le patrocinó un tipo de visado, el H1B, que permite a los empleadores contratar temporalmente a graduados internacionales para trabajar en Estados Unidos, pero que está sujeto a un cupo anual y elige a sus beneficiarios por sorteo. Sucedió que en aquel 2022, los rescoldos de la salida de la pandemia duplicaron el número de solicitantes y a Diego tampoco le tocó la “lotería” de la burocracia. De acuerdo con la empresa, encontraron otra alternativa, otro tipo de visado que exigía un año de trabajo en el extranjero para una compañía estadounidense, y en julio de 2022 volvió a Holanda con su hermano para trabajar en la misma sede de Amgen en la que había servido su padre y poder entrar de nuevo Estados Unidos, ahora sí, de forma definitiva en octubre de 2023.
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Ahora trabaja en la misma compañía en la que su padre se ocupa del desarrollo de proyectos de inversión para la expansión del negocio, está en trámites de obtención de la “tarjeta verde” de residencia permanente y busca una casa para independizarse. Hasta se ha comprado una camioneta “de esas típicas americanas”. También sigue con el atletismo, se ha pasado a las medias distancias y el próximo objetivo es completar una maratón. Recapitulando, mirando a su hijo, Manuel Parrondo piensa que acaso “nunca haya sido más verdad el hecho de que hay que esforzarse el doble para demostrar la mitad”. Después de doce años fuera, dejando a un lado la obviedad de la nostalgia, la sidra, los cachopos, el Sporting y el “ejercicio diario de adaptación” que se le exige al emigrante, todos han comprobado que el billete de vuelta cuesta mucho más que el de ida.
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“En casa me inculcaron desde el día uno que parte de mi independencia también va a llegar por mi independencia económica, y por tener un buen trabajo que me lo permita”, afirma Diego, que también valora aquí el “respeto y la sensibilidad extrema con la discapacidad” que percibe en su país de adopción. “Siempre he tenido la sensación de que tanto en Holanda como en Estados Unidos ven a la persona, no la silla”, apostilla, y eso, que “en España todavía es una asignatura pendiente”, allí facilita el desarrollo profesional y social de una persona en su situación. Así “cuesta, entre comillas, un poco menos estar fuera de casa”.
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