Las aventuras del hidalgo contribuyente asturiano
Escribe Cervantes que «la libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos». De haber vivido hoy en Asturias, el valeroso y emprendedor hidalgo lucharía con denuedo contra tantas malas ideas que tanto limitan esa virtuosa libertad.
[–>[–>[–>Porque si existe un género literario que nunca falla en nuestra tierra, no es ni la novela rural ni la épica minera. Es la tragedia fiscal, donde el contribuyente –ese hidalgo moderno– sale siempre mal parado: paga cuando trabaja, paga cuando ahorra, paga cuando dona… y, llegado el momento, paga incluso finado cuando ya no puede ni siquiera protestar.
[–> [–>[–>Hecho el debido preámbulo sean bienvenidos, pues, a las breves crónicas de la vida y muerte de un contribuyente asturiano.
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En vida: tributo, luego existo.
[–>[–>[–>La historia comienza con un dato oficial. Fuente: Eurostat. España tiene una presión fiscal similar a la de países con un PIB per cápita un 30% mayor que el nuestro. Y Asturias, más que igualarse, profundiza esa brecha: menor renta, similar carga, mayor esfuerzo.
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Lo diré con ironía cervantina: contribuyente soy, que Dios me perdone, y por ello me levantan la bolsa antes de que yo levante la cabeza.
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[–>Mientras en Alemania o Dinamarca pagan mucho… pero pueden, aquí sostenemos una carga comparable pero con salarios bajos. Eso tiene un nombre técnico precioso y preciso: esfuerzo fiscal. Y tiene un nombre coloquial todavía más exacto: apretura.
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Según la AIReF, Asturias se sitúa sistemáticamente entre las comunidades con mayor esfuerzo fiscal. Y según el INE, nuestra renta per cápita está un 13% por debajo de la media nacional. Es decir: pagamos como ricos, ganamos como pobres, vivimos como podemos.
[–>[–>[–>Este es el primer acto: el hidalgo contribuyente trabaja, cotiza, declara y paga. Mucho. Especialmente los más activos en la generación de riqueza. Y más de lo razonable para un terreno tan empinado como el nuestro.
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Y si emprende… paga doble.
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Decía el refrán: «A quien madruga, Dios le ayuda». En Asturias lo hemos actualizado: quien madruga… paga el primer tramo del IRPF antes de tomar el café.
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Para los autónomos, esos Quijotes de la economía moderna, el viaje es heroico. Con cuotas crecientes, tipos elevados y deducciones escasas, solo les falta luchar contra molinos. Molinos que, en nuestro caso, no son gigantes sino formularios, tasas y trabas administrativas. La escena nos lleva casi a un «sketch» propio de los Monty Python.
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Los datos son simples. España es uno de los países europeos con mayor carga para trabajadores por cuenta propia respecto a su renta (Eurostat). Y, por si fuera poco, Asturias todavía añade un diferencial autonómico que perjudica especialmente a rentas medias y profesionales cualificados.
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El resultado: somos tierra de héroes fiscales, pero no de emprendedores. Y no por falta de talento ni de oportunidades, sino por exceso de gravamen.
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Y si ahorra… paga también.
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Nuestro hidalgo contribuyente, prudente y previsor, decide ahorrar y contar así con un patrimonio. Pero en Asturias el ahorro no es virtud: es potencial hecho imponible.
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Aquí entra el concepto que la llamada vía fiscal asturiana tiene de la idea schumpeteriana de «destrucción creativa»: usted crea riqueza… y el sistema encuentra la forma creativa de destruir una parte mediante impuestos y otra con gastos poco productivos.
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Y eso ocurre mientras nuestros vecinos, tan cercanos que uno los ve desde el alto del Acebo, ofrecen tipos más bajos, deducciones más amplias y mayor seguridad jurídica.
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La comparación es inevitable: cuando uno se mira por dentro se resigna, pero cuando mira alrededor… se indigna.
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Y al morir… comienza la segunda vida fiscal.
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Llegamos al momento supremo: el hidalgo contribuyente fallece, muere, perece. Vaya, estira la pata. Hasta aquí, nada nuevo en la literatura.
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Pero en Asturias, la vida eterna dura exactamente lo que tarda la Administración en enterarse del óbito (algo en lo que la Administración sí demuestra su eficacia). Y entonces sucede algo prodigioso: el contribuyente revive, pero solo para pagar el Impuesto de Sucesiones.
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No hay resurrección más eficiente que esa. Los datos: Asturias ha sido históricamente una de las comunidades con mayor carga efectiva en Sucesiones. Incluso tras reformas, sigue lejos de Galicia, Cantabria o Castilla y León. La movilidad fiscal por causas hereditarias –según FEDEA– es una realidad creciente.
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Así que la frase queda redonda: en Asturias se paga por vivir… y también por dejar de hacerlo. ¿Exagero? Quizá un poco. Espero que me perdonen algunas licencias, pero la comparación con Portugal (sucesiones prácticamente exentas) o con muchas regiones europeas (mínimos muy altos o inexistentes) deja poco espacio para eufemismos.
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Como diría el propio Cervantes, con su ironía infinita: si la muerte iguala a todos los hombres, en Asturias el Fisco se ocupa de que, antes de igualarlos, pasen por caja.
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Lo grave no es pagar: es pagar sin propósito.
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No se trata de negar los impuestos. Los impuestos son necesarios; sin ellos no habría carreteras, hospitales ni escuelas. Lo repito siempre, y lo hago aquí de nuevo: nos encanta vivir en un Estado social y democrático de derecho, y contribuir a sostenerlo.
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El problema no es pagar. El problema es pagar sin sentido económico y, muchas veces, sin sentido común. Porque mientras en Irlanda la fiscalidad es un motor de crecimiento, y en Portugal atrae talento y actividad, aquí la utilizamos… para castigar al ahorrador, para desincentivar al emprendedor y para penalizar al heredero.
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Eso no es política económica. Eso es política emocional. Llámenlo política fiscal ideológica si quieren. Pero sabemos que las emociones, como la espuma, suben rápido… pero no sostienen nada.
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¿Y qué propone este hidalgo? Una sola cosa: inteligencia fiscal.
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La llamamos así porque suena bien y porque funciona bien. Inteligencia fiscal significa tres cosas: recaudar lo necesario, pero sin matar la actividad que genera la recaudación. Gastar con eficiencia, no solo con buenas intenciones. Competir con nuestro entorno, porque hoy el talento y la inversión se mueven más que nunca.
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Conviene recordar que la fiscalidad es la más útil herramienta de la política económica para generar prosperidad y cohesión. Pero mal utilizada también es la más devastadora medida para causar pobreza y sufrimiento, para matar a la gallina de los huevos de oro.
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Una fiscalidad inteligente hace expresar todo el potencial de la economía, favoreciendo un círculo virtuoso: cuanto mayor es el dinamismo, menos esfuerzo fiscal se necesita al estar mejor repartidas las cargas.
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Y significa algo más profundo: dejar atrás la idea medieval –sí, medieval– de que el impuesto es un deber moral. El impuesto no es penitencia. Es un contrato civilizado para un fin civilizado.
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Conclusión del hidalgo asturiano.
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Queremos una Asturias que funcione. Una Asturias donde ser asturiano no salga tan caro, donde exiliarse fiscalmente no valga la pena.
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Una Asturias donde el contribuyente no sea un personaje trágico, sino un ciudadano respetado. Donde vivir no duela. Y donde se pueda morir en paz sin condenar al infierno fiscal a los herederos. Porque, como diría el maestro de Alcalá: cosas veredes, Sancho, que farán hablar las piedras. Y si las piedras hablaran hoy en Asturias, quizá añadirían: pero antes… habrá que tributar …
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Por el momento no nos queda más que pedir que razonen aquellos que como creen tener la razón nada les obliga a razonar. Y, como bien decía el ingenioso hidalgo, «confiar en el tiempo que suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades».
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