las claves del Pearl Harbor de Rusia
Se dice estos días en Kiev que el lenguaje corporal de la delegación rusa que participó esta semana en la segunda ronda de las conversaciones de paz de Estambul había cambiado por completo respecto a la primera, celebrada tan solo un par de semanas antes. «Habían perdido su arrogancia«, explica una fuente en Kiev con acceso a las autoridades ucranianas. ¿Qué novedad había sucedido en tan corto lapso de tiempo para que se produjera semejante cambio en los representantes rusos? Fundamentalmente, la operación Telaraña, una audaz maniobra militar con más de un centenar de drones lanzados contra bases aéreas rusas, algunas de las cuales situadas a miles de kilómetros de las fronteras ucranianas, y que ha puesto fuera de circulación a una parte importante aunque aún por determinar de la aviación estratégica rusa. En algunos foros, el ataque ucraniano está siendo descrito como una suerte de Pearl Harbor para Rusia, la célebre incursión aérea japonesa contra la base naval norteamericana en las islas Hawai en diciembre de 1941 y durante la que fueron hundidos o dañados una docena de buques de guerra norteamericanos, motivando la entrada de EEUU en la Segunda Guerra Mundial.
Las cifras de daños experimentados por Rusia aún están bailando, pero como mínimo, se puede concluir que son significativos. En un primer momento, Ucrania certificó la completa destrucción de 13 aviones, pero este martes elevó la cifra de daños a una cuarentena, «incluyendo bombarderos estratégicos y otros tipos de aviones«, señala un comunicado emitido por el Estado mayor del Ejército ucraniano, que eleva el valor de las pérdidas causadas a unos 7.000 millones de dólares. De los aparatos que se hallan en situación de siniestro total, se han contabilizado ocho Tupolev Tu-95, bombardero estratégicos impulsado por turbohélice, cuatro Tupolev Tu-22M, bombardero estratégico supersónico de geometría variable, y un Antonov An-12, un aparato de carga o pasajeros capaz de aterrizar en pistas sin pavimentar. Más allá de las pérdidas, está la capacidad (o incapacidad) de Rusia de reponerlas. En algunos casos, las líneas de producción se suprimieron hace tiempo y los aparatos ya no se podrán reconstruir desde cero.
«En toda su historia, la aviación estratégica» del gigante euroasiático «nunca había sufrido un golpe semejante, ni durante la era soviética, ni tampoco bajo Rusia», enfatiza Serhii Kuzan, presidente del Centro Ucraniano para la Cooperación y la Seguridad, en una entrevista con EL PERIÓDICO. Semejante circunstancia le permite incluso aseverar de forma tajante que el mundo, hoy en día, «es más seguro» porque la capacidad de Rusia de lanzar un ataque nuclear contra los socios occidentales de Kiev se ha reducido, máxime cuando de los tres vectores de la Triada nuclear rusa -misiles en Tierra, submarinos nucleares y bombarderos estratégicos- es precisamente este último el de mayor movilidad y, por lo tanto, difícil de neutralizar.
El bando ucraniano ha demostrado una gran creatividad e inventiva a la hora de organizar la operación Telaraña. El SBU, el servicio secreto ucraniano, introdujo mediante contrabando, en falsos techos de camiones, los drones que llevarían a cabo los bombardeos contra las bases aéreas dispersas por toda Rusia. Ello no solo requirió crear una empresa logística rusa, sino también garantizar la seguridad de los compartimentos en los que se instalarían los aviones no pilotados para impedir que resultaran dañados durante el viaje. «Las carreteras rusas tienen muchos baches», constata Kuzan. Todo apunta a que los conductores de camiones no estaban al tanto de que transportaban armas destinadas a atacar su propio país.
El más absoluto de los secretos rodeó la operación, dirigida personalmente por el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, conjuntamente con Vasyl Malyuk, al frente del SBU. Los operadores del centenar largo de drones que llevaron a cabo el ataque ni siquiera se hallaban en territorio de la Federación Rusa en el momento el mismo, y no corrieron ningún riesgo. Eso sí. Durante más de medio año se entrenaron en Kiev con maquetas y dibujos, permaneciendo aislados y desconociendo el alcance total de la operación. Que unos aparatos que cuestan entre 2.000 y 3.000 euros hayan podido poner en jaque a una de las joyas de la Triada nuclear de una superpotencia mundial como Rusia constituye toda «una revolución militar», constata este experto. Además, las espectaculares acciones armadas han continuado este martes, cuando otra operación encubierta con explosivos consiguió dañar los cimientos del puente de Crimea, que une la disputada península con territrio ruso.
Por el momento, la respuesta de Rusia, y su presidente, Vladímir Putin, más bien ha brillado por su ausencia. El experto Kuzan sostiene que se ha limitado al lanzamiento de cientos de drones, y al disparo de misiles contra las ciudades ucranianas, es decir un poco más de lo mismo. Un bombardeo contra el centro de Sumi, situada a una treintena de kilómetros del frente, causó tres muertos. En el frente de guerra, no se ha constatado más actividad bélica de la habitual, ni tampoco preparativos para lanzar una operación de represalia ante lo que Moscú pudiera interpretar como una osadía militar de la parte de Kiev. «La situación en el frente es tensa, pero como lo era hace unos días y lo seguirá siendo; nada ha cambiado», admite el analista, que insiste una y otra vez en que Rusia siempre va de farol, y que la única forma de hablar con sus dirigentes es mediante la fortaleza. «El diálogo con respeto y las buenas formas (el liderazgo ruso) lo considera una debilidad», destaca. En su opinión, es lo que ha estado sucediendo con el liderazgo norteamericano, y más en concreto con el presidente Donald Trump en sus tratos con el líder el Kremlin. «Cuando Putin se da cuenta de que las amenazas (estadounidenses) no se materializan, es cuando decide no acudir a las negociaciones», constata Kuzan.
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