Las recetas les ayudan a gestionar la espera y el autocontrol
Es una tarde cualquiera en el centro de día que la ONG Trama tiene en Oviedo. En su pequeña cocina, donde se apilan vasos y tazas de colores y los utensilios llenan los estantes con orden, Elvis y Adela, de 8 y 10 años, preparan la merienda de sus compañeros. Hoy les toca a ellos y, aunque arrancan con cierta resignación, se ponen manos a la obra con esa mezcla de responsabilidad y diversión que aparece cuando un niño descubre que tiene entre manos algo importante.
[–>[–>[–>Abren con cuidado los paquetes que contienen las raciones de pan, los colocan sobre la encimera y los rellenan con sencillez: chorizo, queso o jamón de york. Las bandejas de fruta ya están listas para que, después de los deberes, cada uno pueda coger lo que quiera.
[–> [–>[–>Trabajan hablando, sin prisa pero sin pausa, contando las rodajas y colocando cada bocadillo en las bandejas para que todo encaje perfectamente. Es una tarea cotidiana, que forma parte de las tardes del centro: unos preparan la merienda, otros ponen la mesa, luego todos comparten ese momento que marca el paso de la actividad a la calma. Junto al fregadero, Elvis admite lo menos divertido de la tarea. «Lo peor es fregar», comenta entre risas, mientras Adela asiente. Aun así, hoy también lo harán. Les toca equipo completo.
[–>[–>[–>
Cocina saludable para educar las emociones / Juan Plaza / Luisma Murias
[–>[–>[–>
Pero esta rutina tan conocida se vio interrumpida hace unos meses por algo que, para ellos, resultó completamente nuevo: unos talleres de cocina saludable que no solo cambiaron el menú, sino también la forma en que estos niños miran la comida, se miran a sí mismos y hablan con los demás.
[–>[–>[–>Ahora, mientras preparan la merienda, LA NUEVA ESPAÑA entra en la cocina para recordar con ellos esa experiencia. Están un poco intimidados por la visita, pero basta con que alguien mencione «el brownie» o «la miermelada» para que sus ojos se iluminen y empiecen a contar, cada uno a su manera, lo que aprendieron.
[–>[–>[–>
«Habíamos hecho pequeños talleres y notábamos que la cocina era un espacio donde estaban tranquilos. Era de lo que más disfrutaban», explica Soledad González, educadora del centro de día Trama y una de las impulsoras del proyecto, junto a Beatriz Lorences, coordinadora del centro de día. «Hacemos muchas actividades socioeducativas, y muchos de estos niños tienen necesidades afectivas. Pensamos que sería interesante unir cocina y emociones», precisa.
[–>[–>
[–>
la cocina del centro / Juan Plaza / Luisma Murias
[–>[–>[–>
De esa idea nació un taller que se extendió durante doce semanas, en el que participaron doce niños de entre 6 y 12 años. Cada siete días preparaban una receta distinta. Descubrieron ingredientes nuevos, aprendieron técnicas sencillas y se enfrentaron a la cocina como a un pequeño reto. Pero, sobre todo, hicieron algo que a veces no resulta sencillo en su día a día: hablar de lo que sienten.
[–>[–>[–>
«Relacionábamos cada receta con una emoción», explica Soledad González. La felicidad, por ejemplo, la asociaron al chocolate. Aquella tarde prepararon un brownie que todavía recuerdan como un tesoro. «Estaban tan relajados que comenzaron a abrirse, e incluso alguno llegó a confesarnos, tras pensar lo que significaba esta palabra, que no sabía si había sido feliz alguna vez. Ellos nos contaban sus emociones sin filtros y a nosotras eso nos emocionaba también», recuerda la educadora.
[–>[–>[–>Las conversaciones eran sencillas, directas, propias de niños que aún están aprendiendo a poner palabras a lo que viven. Pero detrás había algo más profundo. «Algunos no sabían identificar emociones básicas. A muchos les costaba incluso reconocer la calma. No sabían si la habían sentido», añade la educadora. En un mundo dominado por pantallas, las profesionales notan ese vacío: «Las redes sociales han pasado a ser un educador más. A veces, la felicidad se asocia a tener un estatus que no puedes alcanzar, y decides que entonces no eres feliz».
[–>[–>[–>

Cocina saludable para educar las emociones / Juan Plaza / Luisma Murias
[–>[–>[–>
Entre receta y receta, además, descubrieron alimentos nuevos y probaron otros por primera vez. «Para ellos era una novedad ver un aguacate. Algunos no habían probado ni la manzana, nos sorprendió mucho», recuerdan. La pequeña Adela lo confirma: «Comí plátano cuando tenía 4 años, pero la manzana la probé por primera vez en los talleres».
[–>[–>[–>
Hoy la fruta forma parte de la merienda que ella misma está preparando, un gesto que refleja cuánto ha cambiado desde entonces. Y aún guarda un motivo de orgullo: fue la ganadora del concurso de pinchos saludables que cerró los talleres. Su receta llevaba pollo, tomate cherry, lechuga y tiras de manzana. «Mi madre siempre dice que, si no pruebas las cosas, no sabes si te van a gustar, pero yo no le hacía caso», reconoce.
[–>[–>[–>
«Nosotras hemos usado la cocina como excusa para trabajar las emociones: ponerles nombre y aprender a gestionarlas de una forma más sana. Pero también tiene una parte muy realista sobre alimentación. Casi todas nuestras familias tienen escasos recursos económicos, por lo que a la hora de hacer la compra lo más barato suele ser lo procesado, así que comer de forma saludable no siempre es fácil para ellos», asevera Soledad González.
[–>[–>[–>

la cocina del centro / Juan Plaza / Luisma Murias
[–>[–>[–>
Los talleres también los llevaron fuera del centro. Visitaron cocinas profesionales, algo que los dejó fascinados. Con Pedro Martino aprendieron a trabajar con orden. En el obrador de Rialto hicieron moscovitas y en Camilo de Blas prepararon donuts con el mejor pastelero de España. Como cierre de la actividad, visitaron el restaurante Nastura, de Nacho Manzano, y aquí vivieron dos experiencias inolvidable: ver y tocar un bogavante por primera vez y elaborar galletas de Lotus con la receta de un chef Estrella Michelín.
[–>[–>[–>
Precisamente la repostería fue lo que más marcó a Elvis, que comprobó a lo largo del taller la amplia gama de postres que pueden salir de una cocina. «Lo que más me gustó fue hacer brownie y la crema de Oreo», dice sin dudar. Sus ojos brillan al recordarlo.
[–>[–>[–>
Para las educadoras, el taller fue mucho más que una actividad extracurricular. Luisa Villaverde lo explica con claridad: «Los niños aprenden a organizarse, a trabajar en equipo, a socializarse. Tienen que tomar decisiones, pensar cómo presentar las recetas. Y se vuelven más pacientes». Son cambios pequeños, pero importantes. Y quizá lo esencial: aprenden a pedir, a expresar necesidades que antes guardaban para adentro.
[–>[–>[–>

la cocina del centro / Juan Plaza / Luisma Murias
[–>[–>[–>
Marta Pedrero, también educadora, coincide: «La cocina les ayuda a gestionar la espera, el autocontrol. Se llevan las recetas a casa, y eso les da mucho orgullo». Para muchos, esa receta escrita en un papel es casi un trofeo.
[–>[–>[–>
El centro de día Trama funciona como un gran engranaje educativo. Los niños llegan después del colegio, hacen los deberes con apoyo de las educadoras, participan en cursos y charlas y rompen la tarde con la merienda.
[–>[–>[–>
Los talleres de cocina fueron diferentes: movieron rutinas, abrieron espacios nuevos, hicieron que algunos niños se atrevieran a probar aquello que nunca habían tocado.
[–>[–>[–>
La ONG Trama lleva 27 años trabajando en Asturias en el ámbito de la infancia y la familia. Atiende cada año a más de 700 menores. Para su coordinador, Ángel Rey, estos talleres son un ejemplo de cómo un gesto cotidiano –cocinar– puede convertirse en una herramienta de desarrollo emocional y social.
[–>[–>[–>
De vuelta en la cocina, Elvis y Adela han terminado la merienda. Revisan que las bandejas estén completas. Las educadoras avisarán después a los demás para que pasen al comedor, donde la tarde seguirá su ritmo habitual. La pequeña cocina –esa en la que vasos y tazas se apilan con orden– vuelve a quedarse en silencio.
[–>[–>[–>
Y mientras ellos colocan el último bocadillo, uno al lado del otro, queda clara la huella de aquellos talleres: para estos niños, cocinar no fue solo mezclar ingredientes. Fue descubrir sabores, palabras, emociones y un lugar donde sentirse seguros. A veces, poner en marcha iniciativas como ésta cuesta, porque se necesitan recursos, pero «¡repetiremos!», aseguran.
[–>[–>[–>
Suscríbete para seguir leyendo
Puedes consultar la fuente de este artículo aquí